El siglo XX en México nos regaló el trabajo de grandes fotógrafas que lograron fama internacional: Desde Lola Álvarez Bravo a partir de los años cuarenta, hasta Graciela Iturbide, Mariana Yampolsky y Flor Garduño en nuestros días, la fotografía femenina no se limita a estos nombres notables, y se ha convertido, por el contrario, en este nuevo siglo, en todo un movimiento que presagia grandes obras. En este Portafolios ofrecemos una muestra del trabajo de Adriana Calatayud (1967), cuya obra ha recibido numerosos premios y reconocimientos.
En la serie Monografías, de la cual forman parte estas imágenes, Calatayud propone una visión del cuerpo humano mirado desde las entrañas.
Marca el reloj las seis de la mañana, comienza el día: salir de dentro de uno y entrar de nuevo al tiempo y el espacio. El sueño en curso se esfuma y en la misma proporción el mundo se apersona. Se levantan los párpados, se estiran los músculos, se recupera la vertical, se vacía la vejiga.
Un bostezo grande para llenar los pulmones y tal vez una rascada de cuero cabelludo. Un vistazo a la lengua en el espejo termina por confirmar el cuerpo externo, y esto es en primer lugar lo que significa despertarse.
Pero no hay adentro sin afuera, y entonces cada paso en la tierra tiene su contraparte de enzimas, sensaciones inadvertidas y circulación sanguínea. Será la taquicardia del amor o la adrenalina de una pelea, los jugos del apetito voraz o la luz opaca del aburrimiento; los días se pasan llevando el cuerpo externo por los caminos de la vida con el solo objeto de que el cuerpo interno mantenga su equilibrio.
El cuerpo de afuera se ve y se toca, se lava y se maquilla, se viste, se lleva de aquí para allá, se muestra o se esconde, se desea. El de dentro es un cuerpo distinto, donde no entra la luz, la temperatura es pasmosamente estable, y todo es líquidos y cavidades virtuales: el milieu intérieur de Claude Bernard, el mar primigenio, el amnios primordial.
Aunque no siempre está claro qué es adentro y qué es afuera del cuerpo.
Lo obvio a veces no lo es tanto, y los largos metros de intestino son afuera —sólo por eso pueden albergar tanta bacteria—, y de igual modo es afuera la luz de los alvéolos pulmonares, las vías urinarias, la trompa de Eustaquio. Los ojos, que en principio están afuera, además de ventanas al alma, o por lo mismo, son ventanas al interior del cuerpo: la retina ya es adentro, con su corona de vasos sanguíneos, y el humor vítreo y desde luego el nervio óptico.
Las yemas de los dedos son afuera, pero el tacto es de dentro. Adentro los catorce huesecillos de la muñeca, las falanges, el radio y el cúbito, afuera el pulgar y el índice. Los testículos, con ser de adentro deben estar afuera, y la penetración durante lacópula no es tal, la vagina y hasta la matriz son afuera.
El corazón está que se sale en determinadas circunstancias. Con la memoria uno va hacia adentro. Las palabras van a la vez hacia afuera, por la lengua, y hacia adentro, por una escalera de caracol, y la lectura de nuevo es afuera, el papel impreso, y adentro, la sorpresa, el asombro, la epifanía.
La columna vertebral es al fin lo que adentro sostiene lo de fuera.
Vértebra por vértebra comenzando en las cervicales, que sostienen hasta arriba la cabeza. No es poca cosa y, si se desvían, la fila de dominó llega al molesto lumbago, una constante en los tiempos de la informática. El dolor de espalda es uno de los dolores que más deprimen. No se puede hacer nada, y no alivia acostarse, ni sentarse, ni estar parado. El cuerpo de dentro detiene al de fuera, y uno en medio de todo sin tampoco atinar a nada, malhumorado, impaciente, enfermo sin propiamente estarlo.
Se recurre entonces a alguna artimaña para llegar adentro. Analgésicos, hierbas, unas sobas, los golpes sorprendentes del quiropráctico, los rayos x, llegado el caso la cirugía y el transplante de hueso. La acupuntura tiene también sus modos, tal vez ese punto dolorosísimo de la aguja entre el dedo gordo del pie y su vecino, que te hace vibrar acalambrado y no se detiene. Habrá también conjuros, cataplasmas y pociones mágicas.
Afuera, una obviedad, toda la vida amenazan peligros de fuera, un rayo, un animal, arma blanca o de fuego.
Y si el joven lleva por dentro un horizonte de grandes promesas fisiológicas, al viejo sólo le quedan los malos presagios: cuando no son las articulaciones es el colon, y si no la disnea, la hipertensión y la diabetes, y siempre la sombra ominosa del cáncer agazapado. Muerte de fuera y muerte de dentro, lo que además a la larga da lo mismo.
Y a todo esto, ¿dónde quedó uno al despertarse? Una pregunta tan ingenua ha de contestarse ingenuamente: igual que al dormir, ni dentro ni fuera, uno es adentro y afuera a la vez, es decir la frontera: el alma para un agnóstico. — Mauricio Ortiz