Stanley Kubrick (1928-1999)

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Los obituarios para Stanley Kubrick se notan afectados por una falsa resignación. Aunque ya septuagenario al momento de su muerte —el pasado 7 de marzo, en su residencia londinense—, el cineasta era un improbable candidato al olvido inmediato. Difícilmente uno piensa que —como sucede en los casos de glorias cuya presencia en este mundo era ya espectral— la prensa guardaba en sus archivos un machote del tipo fill in the blanks sobre la vida del gran cineasta, sus grandes aportaciones, sus películas imprescindibles. Tampoco el público ni sus colaboradores —mucho menos él mismo— lo intuían fulminado por un ataque al corazón: horas antes de muerte, planeaba por teléfono algunas estrategias de venta para su recién concluida Eyes Wide Shut, con Nicole Kidman y Tom Cruise (dejando de lado prejuicios contra Hollywood, el carácter post mortem de la cinta desviará la atención de la falta de rigor que se olfatea en el reparto). Más allá del estreno próximo y de su plena actividad, Kubrick se resiste a ser un recuerdo en tanto pionero de las tendencias más actuales del cine estadounidense: Naranja mecánica inauguró en 1971 (junto con Perros de paja, de Sam Peckinpah) la era de la “ultraviolencia” en el cine comercial de ese país. Es también representante de la fusión, en las últimas tres décadas, de los límites entre el cine de géneros, anterior a la ruptura de los sesenta, y el cine de tesis que le siguió. Los nuevos auteurs, de los que Kubrick fue un caso emblemático, transgreden las reglas genéricas para filtrar sus constantes y obsesiones.
     Con una filmografía que incluye películas bélicas, policiacas, épicas, de ciencia ficción, de terror y hasta comedias, este director, nacido en el Bronx y representante prototípico de la intelectualidad judía liberal del este de los Estados Unidos, alteró en cada una de ellas las normas convencionales a través de un rigor que le valió ser distinguido como uno de los directores más pesimistas de la actualidad (fue también acusado de ser un formalista extremo: Susan Sontag calificó a 2001: Odisea del espacio como un ejemplo perfecto del cine que reflejaba la estética fascista, de imágenes subyugantes). También los aniversarios lo habían hecho presente. Entre tantas incertidumbres que nos trajo la conmemoración mundial de los 30 años de 1968, contamos con la certeza de que 2001 es una de las cintas más importantes del siglo. En ella el género de la ciencia-ficción es transgredido y el filme evoluciona para convertirse, al lado de Blade Runner, en la reflexión cinematográfica más fascinante sobre la condición humana y su angustiosa relación con el desarrollo de la tecnología y el perfeccionamiento de la inteligencia artificial. En este año, el centenario del nacimiento de Vladimir Nabokov y el estreno en cine de la nueva Lolita lo traen a colación como el primer osado en adaptar la deliciosa e inaprehensible historia de amor pedófilo.
     De entre los iconos populares del siglo que concluye, quizá Hal 9000, la computadora protagonista de 2001, capaz de pensarse a sí misma —el extremo más acabado de la inteligencia artificial—, asesina y falible al sentirse amenazada, resulte el más profético sobre la condición del hombre abandonado a las preguntas del próximo milenio. Stanley Kubrick se extingue a la par del siglo y —víctima de una muerte que pareciera, por imprevista, ominosa— encarna la incertidumbre sobre el destino humano, angustia que yace en el centro de su mitología. –

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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