El rojo espejo de la serie

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” Escenarios secretos, espejos y códices enterrados”, con esas palabras nombra Vicente Rojo al módulo de obras expuestas hasta hace poco en la Galería López Quiroga que, simultáneamente, dan origen a una nueva subserie incluida en la serie “Escenarios”. Comenzado en 1990, este ya numeroso conjunto está a punto de completar una década, el mismo tiempo que ocupó, en la producción de este artista, “México bajo la lluvia”, la serie anterior. ¿Coincidirá el año 2000 con el fin de “Escenarios”, o este agrupamiento excederá su duración gracias a la apertura otorgada por su ordenamiento, desde el principio, en diversos núcleos: códices, estelas, volcanes, pirámides, el Paseo de San Juan de Barcelona? No lo sabemos y en esta no respuesta ondula otra pregunta nunca del todo develada, que ronda en torno a la propositiva disposición seriada de la obra de Vicente Rojo.
     Sin embargo, la frase puesta al comienzo de esta nota arroja probablemente cierto indicio de conclusión pero, sobre todo, pese a su sentido oclusivo, abre la significación hacia movimientos visibles en toda la pintura del autor. Así, por ejemplo, si las imágenes de “Señales”, “Negaciones”, “Recuerdos” y “México bajo la lluvia” se replegaban en una abstracción unificada sobre elementos formales propios del género (el triángulo y la diagonal), o evocaban otro sistema gráfico —el de la lengua mediante la letra T y la parodia escritural—, “Escenarios” volvía muy tenue, socavadamente, a lo figurativo. Y lo hacía con sus apenas reconocibles pirámides, volcanes y monumentos. En los últimos cuadros, por el contrario, palabras como “secretos” o “enterrados” no parecen meros adjetivos o recursos poéticos, sino la alusión desviada de un retorno a lo abstracto y a la geometría: el cuadrado, el círculo. Un círculo que, por debajo del intenso espesor del relieve, oculta a una serie de espejos para expandir una doble fulguración simbólica: la del punto que recorre el espacio y vuelve a su origen y la de ese pequeño trozo de cristal que refracta un rasgo central: la reiteración.
     Tal puede ser la llave y la clave del nuevo elemento introducido por Rojo en sus cuadros recientes: el espejo —ese que podría mostrarse intacto y no obstante se oculta tras las pinceladas— alude a una obra que se mira a sí misma para reconocerse transformada. De ahí su legitimidad y su vigencia, sus sepultamientos que hacen de cada escenario un antiescenario, su cuestionar a la tela cubriéndola con capas y más capas de objetos sobre objetos pare reengendrar, sobre ella, a la pintura, sus transparencias y matices. –

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