El pasado lunes 4 de enero de 1999, un puñado de escritores (Alejandro Aura, Carlos Monsiváis, Álvaro Mutis, Salman Rushdie) y un político profesional (Cuauhtémoc Cárdenas) presidieron la inauguración de la casa –en la colonia Condesa: número 25 de la calle de Citlaltépetl– que servirá como refugio a algunos escritores perseguidos del mundo entero; a partir de marzo o abril de 1999, informó Philippe Ollé-Laprune, director de la casa, dos o tres escritores podrán ser recibidos y alojados en las instalaciones, quizá acompañados por sus familias, con la intención de que contribuyan con su trabajo a la cultura mexicana.
La iniciativa del Parlamento Internacional de Escritores produjo hace algunos meses un convenio con el gobierno de la Ciudad de México para que nuestra capital se integrase en la red de ciudades-refugio que esa organización mundial ha tejido en varios países. La casa-refugio de la colonia Condesa es el primer resultado de ese convenio.
Los escritores presentes en la ceremonia representan un curioso abanico de géneros literarios y periodísticos: poesía, novela, relatos para niños, teatro, crónica social, memorias carcelarias, humorismo político, ensayo… Por los rasgos de su notoriedad social e ideológica, también llaman la atención: Aura, promotor de la cultura metropolitana del primer gobierno chilango elegido democráticamente; Monsiváis, “patricio civil” (como lo llama Christopher Domínguez) y testigo incorruptible de la “sociedad que se organiza”; Mutis, humanista monárquico; Rushdie, el escritor más famoso del mundo, emblema de todos los escritores perseguidos y bestia negra de los imanes que ordenaron la fatwa en su contra. Dos defeños, un colombiano, un indo-británico.
Cuauhtémoc Cárdenas inauguró la casa, declaró huésped distinguido de la ciudad a Salman Rushdie y luego –en compañía de Carmen Boullosa, espíritu animador de este encuentro singular– recorrió, envuelto en un cumulonimbus de fotógrafos y reporteros, las instalaciones de la residencia.
En su breve discurso de inauguración de la casa, Cárdenas habló, por supuesto, de la tradición mexicana de hospitalidad a los perseguidos políticos. Su padre, el general Lázaro Cárdenas, mostró ante el problema de los exilios una generosa imparcialidad a toda prueba: recibió lo mismo a los republicanos españoles derrotados en la Guerra Civil que a León Trotsky, llamado por el estalinismo “el principal enemigo del proletariado mundial”. El muy largo brazo de Stalin acabó en 1940 con la vida de Trotsky, en una casa de la calle de Viena, en el viejo Coyoacán. Ese lunes de enero pasado, en la colonia Condesa se sentía que otro largo brazo –el de los fundamentalistas islámicos– proyectaba su sombra ominosa sobre la reunión.
Cuando el huracán Mitch azotó violentamente el istmo centroamericano, algunos mexicanos desorientados se quejaron de que el gobierno y la sociedad de México acudieran en ayuda de los damnificados. ¿Por qué –se preguntaban– se ayuda a los salvadoreños habiendo tantos problemas pendientes de resolver en nuestro país? La respuesta en ese caso era doble: en primer lugar, por una cuestión de seguridad nacional; en segundo lugar, porque hacerlo es de elemental humanidad. Algo semejante puede decirse de esta casa-refugio para los escitores perseguidos; sobre todo por la segunda de aquellas razones.
El ofrecimiento de esa casa a escritores que han sido víctimas, en mil formas, de la intolerancia y el autoritarismo represivo, encaja perfectamente en la tradición hospitalaria de la sociedad y el gobierno de México a lo largo de ya varias décadas. Es algo que hay que hacer porque puede hacerse y porque así lo indica un sólido principio moral e histórico. La obsesión de los reporteros por “sacar la nota” y hacerlo a base de preguntas que buscan respuestas “escandalosas” (¿cuánto se invirtió en la casa?, ¿cuánto le va a costar a los mexicanos recibir a esos extranjeros?) nada tiene que ver con el periodismo que nos hace falta. A nadie tendría por qué molestarle semejante decisión. Todos saldremos beneficiados con ello. ~
— David Huerta
(Ciudad de México, 1949-2022) fue poeta, editor, ensayista y traductor.