Lost highway (Por el lado oscuro del camino, 1997) no es la mejor película de David Lynch pero contiene una de las escenas más perturbadoras de su filmografía. Ocurre en una fiesta, cuando un hombre pequeño, pálido y que sonríe de forma maniaca aborda al protagonista y lo trata con familiaridad. Le explica que se han visto antes, en casa del segundo. “De hecho –le dice–, estoy ahí en ese momento.” Para probarlo, le extiende un teléfono y le indica que llame a su propio número. El protagonista obedece. Con horror, escucha que le responde la voz del hombre extraño que tiene frente a él.
Nada me habría preparado para encontrar ecos de esta escena en otra, aún más breve, dentro de Insidious: Chapter 2 (2013), del ahora celebrado James Wan. En esta cinta, como en su antecesora Insidious (2010), un padre de familia visita la dimensión conocida como The Further donde habitan “las almas torturadas de los muertos”. Busca a su hijo pequeño –un viajero astral que ha olvidado cómo regresar–. Nuestro héroe recorre la oscuridad de The Further hasta que un hombre menudo, pálido y que sonríe de forma maniaca le indica el camino. Casi una calca del Hombre Misterioso de Lost highway, me pareció que su aparición en ese contexto subrayaba semejanzas entre The Further y las extradimensiones del cine de Lynch. Más aún: una de las tantas “explicaciones” de Lost highway planteaba que su protagonista era un viajero astral –como sus contrapartes de Insidious 1 y 2–. Temiendo despeñarme por el barranco de las interpretaciones descarté que la primera película hubiera influido en las segundas.
Este verano, la cinta más reciente de Wan, El conjuro 2, probó ser una de las secuelas más exitosas en la historia del cine de horror. Su predecesora, El conjuro (2013), abrió esta posibilidad al ser una de las películas de ese género más taquilleras de todos los tiempos (las ganancias superaron quince veces su presupuesto). Aunque Wan se dio a conocer con la violentísima Saw (El juego del miedo, 2004), dejó la franquicia en manos de otros directores. Sus películas siguientes –Dead silence (El títere) y Death sentence (Sentencia de muerte), ambas de 2007– le sirvieron para, eventualmente, deshacerse del estigma de director de “tortura pornográfica” que llegó a compartir con su contemporáneo Eli Roth. Así, lo que hoy se llama “el cine de James Wan” nació a principios de esta década con la mencionada Insidious. Sus cuatro películas desde entonces han asentado su estilo y es gracias a ellas que se le ve como un nuevo Midas del cine.
Como consecuencia del boom Wan diversas publicaciones han preguntado al director por sus películas favoritas. Su lista es fascinante por obvia y, a la vez, elusiva. Ha mencionado a Los otros (Amenábar, 2001); a Poltergeist (Juegos diabólicos, Hooper, 1982); a Tiburón (Spielberg, 1975); a Ringu (El aro, Nakata, 1998) –y a Lost highway–. Mientras que es fácil rastrear a Los otros y a Poltergeist en las tramas de El conjuro 1 y 2 –espíritus que alegan posesión de una propiedad, infanticidios cometidos por madres, armarios que son puertas a otra dimensión–, fue casi una sorpresa confirmar que la cinta de Lynch se había filtrado a Insidious. De todos los que han intentado emular a este director, pocos lo han hecho con la efectividad y sutileza de Wan. Lo mismo podría decirse de Tiburón: en la escena más inquietante de El conjuro 2, Ed Warren presiente que un espíritu maligno se ha sumergido en un sótano inundado. Lo confirma cuando la inquilina, también chapoteando en el sótano, emerge despavorida del agua. Lleva en el brazo la marca de una mordida.
Ese es el gran talento del director malayo: transfigurar influencias hasta volverlas irreconocibles. Quizá sea la razón por la que El exorcista (Friedkin, 1973) no aparece en su lista de favoritas: su legado es demasiado obvio, sobre todo en la saga El conjuro. No es tanto que ambas cintas muestren exorcismos sino que evidencian la inclinación de Wan por filmar efectos especiales mecánicos (en oposición a los digitales). En su momento, Friedkin insistió en mostrar “señales de lo sobrenatural” que pudieran filmarse y no posproducirse: vaho provocado por temperaturas realmente heladas o gritos de dolor de la niña Linda Blair causados por los arneses que la hacían zangolotearse en las escenas de posesión. Más allá del sadismo, Friedkin intuía que la cualidad física y tridimensional de esas imágenes haría partícipe al espectador del sufrimiento de sus protagonistas. Cuarenta y tres años después, Wan confirma esa intuición.
No es casual que sus cintas prescindan del recurso estilístico que dominó el género durante la primera década del siglo XXI: el formato del pietaje encontrado. La saturación de cintas derivadas de El proyecto de la bruja de Blair (Myrick y Sánchez, 1999) y Actividad paranormal (Peli, 2007) contribuyó al reciente recibimiento con bombo y platillo de una estética del horror “clásica” y reminiscente de los años setenta. ¿Qué extrajo Wan de la década del “horror digital”? A sus mejores productores: Jason Blum y Oren Peli. Bajo su tutela Wan filmó Insidious 1 y 2, y aprendió las lecciones del cine de horror de bajo presupuesto. La primera se filmó con 1.5 millones de dólares y recaudó 97; la segunda se realizó con cinco millones y recaudó 192. Desde este criterio son superiores a la saga El conjuro.
También desde otros. A pesar de que Insidious se desarrolla en escenarios menos majestuosos que los de El conjuro, en aquella cinta Wan crea atmósferas más torcidas. Su manejo del espacio, por ejemplo, genera inquietud mucho antes de anunciarse la presencia de lo sobrenatural. Filmadas en gran angular, las habitaciones de las casas ocupadas por el matrimonio Lambert parecen no tener límites definidos (la misma técnica, con el mismo fin, utilizada en Lost highway por Lynch). Y lo principal: la mencionada dimensión The Further es la noción de un “más allá” más desoladora del cine reciente. Aunque es un estrato intermedio entre el infierno y el limbo, su imaginería es mundana: una casa oscura, de estructuras desvencijadas y ventanas sin cristales. Aunque vacía en su mayor parte, la habitan almas con aspecto humano que reviven sin parar la escena que, en vida, les causó más dolor. Como el sitio abandonado de una fiesta malograda, parece impregnada de recuerdos amargos y secretos sucios. No de unos cuantos sino de toda la humanidad.
Quizá The Further sea la única aportación ciento por ciento original de James Wan al cine de horror. Algo le debe a Lynch pero su atmósfera es más austera; más que extrañeza evoca derrota y vacío existencial. Sin efectos digitales, el director logra una representación única del sufrimiento eterno: sus únicos componentes son el silencio y la soledad. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.