Juan Manuel de Prada, el mirlo blanco de los noventa, quiere purgar sus pecados. Así se refiere a su nueva novela Mirlo blanco, cisne negro (Espasa). Sus traumas de la época en la que, según él, estuvo en el dique seco de la escritura y vadeó por las tertulias televisivas. Pese a que no está ambientada en los años de las obras con las que saltó a la fama, sino a finales de la primera década de los 2000, hay un paralelismo con los años en los que era un joven escritor que quería comerse el mundo, y no sería raro que más de un lector identificara a alguno de los personajes y publicaciones literarias que aparecen en la historia. Porque, a pesar de negar su afán provocador, no repara en las críticas habituales al establishment literario, las instituciones y la progresía de los ochenta. Como si, desde su malditismo, hubiera querido poner todo en su sitio.
En esta novela recupera a Alejandro Ballesteros, el protagonista de La tempestad. ¿Quería cerrar un círculo?
Lo que quería era purgar mis pecados. Concibo la novela como un acto de sinceridad conmigo mismo, con mis lectores y pensé que era un libro que necesitaba escribir. Todas las cosas que se cuentan de forma novelada son heridas que tengo dentro, y quería contar desde la superación de un trauma lo que para mí en estos años ha sido la lucha por la supervivencia de mi vocación literaria. Yo tengo dos vocaciones, la literaria y la religiosa, que han tenido que medirse mucho contra unas circunstancias ambientales muy adversas. He conseguido que sobreviva y eso me llena de alegría, pero me desazona mucho.
¿Es una confesión?
Si dijera que es una confesión enseguida alguien diría que es autoficción, y no lo es. En la novela nada de lo que cuento me ha sucedido a mí, pero todo lo que cuento es producto de una destilación de cosas que me han sucedido. No tanto peripecias como intimidades y pasajes espirituales por los que ha pasado mi vida en estos veintitantos años de dedicación a la literatura.
Antes decía que tuvo un trauma… ¿Qué trauma? ¿Cuáles han sido esas circunstancias adversas?
El trauma de cómo a veces algo que en un principio vives como algo gozoso, como mi vocación literaria, en determinados momentos de la vida, por circunstancias diversas, desde la animadversión que te profesan otros colegas o instancias de poder, hasta momentos de derrumbe personal, hacen que una de las cosas que más amas en la vida, de repente, tengas la tentación de abandonarla.
¿Se ha sentido maltratado por los colegas de profesión? Cierto es que su nombre suele venir acompañado de algún adjetivo no muy honroso.
Creo que soy un escritor detestado o denostado por el establishment literario. Esto es una evidencia. Y otra cosa es que a mí esto me perturbe o me duela. No sé si en otros momentos me dolió, creo que no porque siempre ha habido una vocación de malditismo, que para mí es necesaria para poder crear, necesito estar en los márgenes. En ese sentido no me siento maltratado. Si al nombrarme se produce una reacción despavorida en parte me honra porque ese es el estado perfecto para un creador, ser despreciado por sus contemporáneos.
Ya, pero en los primeros capítulos entra en tromba contra el mundillo literario, sus camarillas y demás. Y, además, no puede decir que no son reconocibles… ¿No hay una especie de venganza o ajuste de cuentas?
Cuento más bien cómo era porque esto se está hundiendo. La novela no retrata ningún momento mío personal en el sentido de que yo fui joven en los noventa y seré como Saldaña [uno de los personajes de la novela, escritor maldito en la cincuentena] dentro de algunos años. Quise ambientarlo en esa época porque me apetecía coger ese momento en el que todo se derrumba, que es esos años 2007 y 2008, donde parece que la literatura todavía es la repera, pero ahí está a punto de saltar todo. Es también el momento en el que un escritor de mi generación ve que su sueño de dedicarse profesionalmente a la literatura se hace añicos.
A su juicio, ¿por qué se hunde? El CIS ha dado unas cifras en las que más de un 40% no lee libros…
Hay una concurrencia de factores. Uno de ellos la crisis económica que hace que la gente no pueda comprarse libros; luego está el componente de la fascinación tecnológica con los múltiples problemas que esto genera, desde la piratería, la reproducción infinita de una obra, hasta una serie de hábitos que la tecnología introduce en nuestra vida. El tonto contemporáneo dice que la tecnología es neutra y que uno le puede dar un uso positivo o negativo. Esto es falso. No, hombre, la tecnología siempre te agarra de las solapas y te lleva donde quiere.
Le van a llamar ludita… Grandes cosas ha conseguido la tecnología también.
No, no, hace poco leí un libro de Santiago Alba Rico donde hacía la reflexión de que el experimento de Milgram, este psicólogo americano que cogió a una serie de voluntarios para leer un texto a otros que estaban detrás de una mampara y cada vez que se equivocaba le daban una descarga eléctrica que cada vez era de más voltios. Y la mayoría de las personas apretaban el botón sin ningún problema. Si les hubieran dicho que tenían que infligir ese dolor con sus propias manos posiblemente no hubieran tenido valor. Yo creo que la tecnología influye sobre nuestra conducta. Probablemente una persona, cuando calumnia o difama, si lo tuviera que hacer por el método tradicional se lo pensaría mucho más. La tecnología ha cambiado nuestra forma de interacción con el mundo, con aquello que leemos. Luego, a lo que me preguntabas de la lectura, está la enorme disponibilidad de ocio que ha proporcionado la tecnología. Son una serie de factores que han servido para que la gente se desinhiba. Yo no creo que haya muchos menos lectores que hace diez o veinte años. Sí creo que antes la gente se cohibía y la gente se compraba el libro porque era del que se hablaba. Ahora no porque puedes hablar de una serie de la HBO.
Pero ¡no es incompatible! Se puede leer y ver series. Mucha gente lo hace.
No, no, si yo soy un cinéfilo tremendo. Pero si es verdad que la disponibilidad inmediata que te proporciona la tecnología ha hecho pupa en el hábito lector.
La novela también apunta a la “mala” calidad de lo que se publica. Es más, critica sin templanza a la llamada Generación Nocilla ya que usted habla sin tapujos de los “nocilleros”.
Elegí ese nombre y ese grupo porque cuando surge ese apelativo para designar a los escritores de una generación, que también es falso, porque son escritores de mi generación pero que no saltaron en los noventa sino en la década siguiente, todos reniegan de esa etiqueta. Me pareció una buena forma de designar a las jóvenes promesas. Yo creo que ha habido una pauperización evidente del mundo editorial. Si miramos el catálogo de las editoriales comerciales en los cincuenta, setenta u ochenta, no hay la invasión de bazofia que tenemos hoy. Hoy a la literatura le queda muy poco para que quede confinada en editoriales literarias, que es maravilloso que existan, pero que no deja de ser triste que existan a cuenta de que las editoriales comerciales han dejado de editar literatura, porque están editando memorias de personajes televisivos, de personajes ínfimos y con una invasión mayor.
En la novela también retrata el mundo de las tertulias políticas en la televisión y radio. Los tertulianos energúmenos. Usted participó en ellas y con un tono también encendido…
Fue mi época de mayor desconcierto con mi vocación, fruto también de una quiebra personal que me trastornó. Me tiré cinco años sin escribir. Fue un periodo mío bastante destructivo. Esto que ocurre con las tertulias es un signo de nuestro tiempo. La opinión es el estado natural mental. Ya es imposible tratar de hallar verdades que nos sirvan a todo. Todo se desenvuelve en un ámbito opinativo que llega a ser asfixiante. Todo tiene que ver con el poder en sus múltiples expresiones, el poder mediático, económico, político. Necesita tener a la gente entontecida y que no tenga un momento de respiro, de mirar adentro, de meditación, de encuentro personal.
Doy por hecho que está fuera de todas las redes sociales. Ni Facebook, ni Twitter ni nada.
Yo soy casi, casi pretecnológico. Creo que soy el escritor profesional más joven que escribe novelas a mano en España. No te voy a decir que soy totalmente pretecnológico puesto que tienes que enviar tus cosas por correo electrónico, pero yo tengo una conexión a internet antediluviana.
Hay varias discusiones interesantes en el libro: la que habla de la relación entre verdad y ficción, y el tema de la intertextualidad, el hecho de tomar prestado, que para usted puede hasta mejorar una obra. En algunos de sus libros ha tenido problemas con esta cuestión ¿Hasta dónde llega el límite de la ficción para usted? Porque además, usted aquí esconde algunos nombres…
Este es un tema irresoluble que además no es nuevo y ha habido muchos escritores que han tenido este problema. Cuando escribí Las esquinas del aire supe que familiares de una escritora de la que yo revelaba su atracción hacia personas de su mismo sexo se enfadaron con lo que yo contaba. En Morir bajo tu cielo, que trataba sobre los últimos de Filipinas, he leído cartas de los nietos de militares que aparecen en la novela, enfurecidos. Lo que pasa es que esto no tiene el morbo de una persona que acaba de morir y por tanto tiene allegados muy próximos. Pero yo pienso que el problema no está ahí. Yo creo que se puede tratar cualquier asunto y el escritor tiene que tener una libertad para ofrecer una interpretación sobre su personaje que puede ser un personaje surgido de una persona real. Yo creo que es un problema moral, hasta qué punto puedes falsificar la vida de una persona atribuyéndole unos rasgos que no se corresponden con la realidad. Esa es la gran cuestión. Aquí tiene que haber una convicción moral de que lo que estás haciendo no responde a un prurito de anteponer tu libertad creativa sobre la verdad de una persona sino que tiene que partir de que crees que tu libertad creativa está acorde con la verdad. Es un encaje difícil.
En esta novela no das nombres reales, pero sí sería posible una cierta identificación. ¿Le ha reclamado alguien algo?
No, y de hecho no he tratado de hacer una novela en clave. Los dos personajes principales tienen parte de mí, de escritores a los que traté en mi juventud, como Umbral y Cela, y luego un componente de pura ficción. Y personajes de comparsa, en ningún caso he querido retratar a alguien en concreto, sino tipos humanos, desde el tertuliano energúmeno a la vieja gloria… pero no soy ajeno a que haya mucha gente que la lea en clave y le lleve a conclusiones disparatadas.
En la novela hay un joven escritor. Usted lo fue en los noventa, cuando surgió la llamada Generación Kronen. ¿Qué recuerda de aquellos años? ¿Puede volver?
La literatura ha perdido la relevancia social que tuvo en aquel momento. Los años noventa fueron el canto del cisne de una literatura con proyección social. Si puede volver esto va a depender de muchos factores, que haya una auténtica recuperación económica, no los fingimientos que nos ofrecen los gobernantes, que haya una regeneración moral de los medios de comunicación, que haya una purificación del negocio editorial… Y que la gente recupere el gusto por la lentitud. La aceleración que nuestra vida ha sufrido nos aparta de la lectura. Hace un par de años me leí una novela de una jovencísima escritora, Cristina Morales, sobre Santa Teresa de Jesús, y me pareció excelente. La típica que hace veinte años hubiera sido muy aplaudida. Tuvo sus reseñas, pero… Incluso en el caso de aquellos escritores que triunfan de verdad, como Sara Mesa, que me gusta, ya no es un triunfo que se refleja en ventas importantes…. Y un escritor necesita tener un reconocimiento social, no por vanidad, que también, pero sin una relevancia social se marchita, porque al final se tiene que atrincherar en la soledad, y la soledad en contra de tu deseo te va erosionando mucho
No obstante, de los escritores de los noventa, excepto cuatro nombres, apenas se recuerda a nadie. Igual fue la espuma de los días…
Sí, y ninguno con un reconocimiento pacífico. Algunos se han quedado rezagados, sí, porque eran flor de un día y eran hijos de una moda, de una coyuntura sociológica. Pero luego hubo otros muy serios que siguen, pero no tienen el grado de reconocimiento de los de la generación anterior. Y luego estoy yo, con vocación de caballo, pero siempre con el látigo. Con la muerte de Franco existe un afán un poco aspaventero de crear un nuevo canon literario y sobre todo en los ochenta se crea con una generación de escritores que no tienen nada que ver con la dictadura que alcanzan una celebridad mucho mayor que la que conocimos los de los noventa y que consideran que la literatura se acaba con ellos. Y se muere. Y es un canon que sigue siendo el mismo treinta años después, lo que es flipante y es un egoísmo, y una operación ideológico-mediática que además es falsa, porque ninguna literatura puede pretender de forma cuerda que los únicos escritores buenos de los que dispone fueron entronizados hace treinta años
En ese sentido, mantiene su vocación por provocar. En esta novela incluye el relato de otra que titula con un verso del Cara el sol y da unos cuantos mandobles al progresismo y a ciertos escritores.
No, no, no había ningún interés en provocar sino que era por un personaje que sí que es provocador y autodestructivo. Si yo soy muy poco provocador, por otra parte, no lo hago adrede. Pienso que una novela que se escribiera en esos términos y que mostrase de forma descarnada crímenes que se cometieron en el bando republicano sí que obtendría ese rechazo institucional, lo cual me parece mafioso, pero ocurriría. Este es un país en el que como mínimo la mitad de los españoles, unos por convicción y otros por razones de encontrarse en una determinada zona, participaron de la victoria del bando nacional, se aprovecharon de esa victoria. Y son sus hijos, avergonzados de ese pasado y para negarlo, los que han querido montar películas desaforadas. Muchos de los grandes adalides en la excreción del franquismo y exaltación de la República son hijos de personas que se adhirieron al franquismo. Así que creo que hay un componente entre edípico y traumático muy fuerte. En primer lugar, creo que las víctimas, las que sufrieron en sus carnes la injusticia, aquellas personas que fueron asesinadas por razones sórdidas, de odios atávicos, de gentucismo, merecen el reconocimiento más absoluto. Y luego, tenemos que empezar a darnos cuenta de que aquello fue fundamentalmente una guerra entre compatriotas, que más allá de que militaran en bandos que nos produzcan más o menos simpatías, eran nuestros padres y nuestros abuelos, por lo que perseverar en la demonización de los que participaron en esa guerra es un poco peligroso.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.