En contra del olvido

Yolocaust: en contra del olvido

Yolocaust, el polémico proyecto de Shahak Shapira, echaba luz sobre lo grave de la ignorancia a priori de la historia y del Holocausto en particular.
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“Ich habe nichts oder fast nichts bewirkt“

Ignatz Bubis[i]

 

Hace dos años, Shahak Shapira se hizo relativamente famoso por ser la víctima de un ataque antisemita. Era la nochevieja del 2014 y Shapira, en compañía de amigos, subió a un vagón del metro de Berlín donde había un grupo de hombres jóvenes gritando insultos y consignas contra los judíos y contra Israel. Cuando algunos pasajeros pidieron que se callaran, el grupo los atacó con insultos y escupitajos y entonces Shapira decidió filmarlos con la cámara de su teléfono móvil. Esto provocó que el grupo, aparentemente constituido por musulmanes, se lanzara sobre él a golpes, escupitajos y patadas.

A los pocos días, Shapira, llevando aún magulladuras y una leve contusión, concedió una entrevista a la Sueddeutsche Zeitung[ii] en la que, entre otras cosas, afirmó que el incidente no debía instrumentalizarse como pretexto de islamofobia, que los neonazis son el grupo más estúpido de la población, y que la mayor preocupación se la provoca la burguesía educada que de unos años para acá se ha unido en grupos xenofóbicos que son más tolerantes hacia los nazis que hacia los inmigrantes.

A raíz del incidente el gobierno de Israel recomendó a Shapira que abandonara Alemania, pero el en vez de eso escribió una especie de autobiografía irreverente, entre crítica y satírica, en la que narra incidentes de su vida y su entorno en Alemania[iii]. El humor de Shapira, también presente en su cuenta de twitter @ShahakShapira , no teme a la transgresión ni al mal gusto, pero es también muy filoso y sutil cuando se trata de escarnecer los modismos de supremacismo rancio que persisten hasta en los rincones más insospechados de la cultura alemana.

A principios de este año Shahak Shapira creo el sitio yolocaust.de que contenía selfies tomadas en el Monumento a la Memoria de las Víctimas del Holocausto en Berlín, y procesadas para que parecieran tomadas entre los prisioneros y cadáveres de los campos de exterminio nazis. El proyecto tuvo resonancia enorme y concluyó hace algunos días, después de que la mayoría de los autores de las 12 selfies que aparecían en el sitio contactaran a Shapira y se disculparan por su falta de sensibilidad. Shapira quitó las fotografías y dejo en la página una nota y varios comentarios de los visitantes, incluidos algunos de nazis, que se pueden leer aquí en alemán e inglés: https://yolocaust.de/

Me parece que el proyecto fue todo un éxito, sobre todo gracias a la discusión que desató y a la reflexión que provocó, no solamente en los autores de las selfies que exhibió. No había leído ninguna crítica negativa al proyecto hasta que hace unos días Sandra Barba publicó “Yolocaust: la dictadura de la indignación“,  argumentando en contra de él de una manera que me parece problemática.

El texto comienza con un relato de la creación de yolocaust.de en el que retrata a Shapira como alguien indignado al grado de obsesión por el comportamiento irrespetuoso de los turistas en el monumento, que busca, durante sus ratos libres y en las altas horas de la madrugada, “más y más de esas fotos que le calientan la cabeza y le revuelven el estómago”, hasta que decide castigar a sus autores. El relato es verosímil, pero es evidente que se trata de una mezcla de hechos investigados con las intuiciones de la autora. Para mí esta es la parte más errada de la argumentación porque adjudica causas improbables al origen del proyecto, y al hacerlo desvirtúa su importancia y su valor. Proponer yolocaust.de como vendetta surgida de una obsesión con la hipercorrección política contradice lo que está a la vista de la personalidad irreverente de Shapira.  En cambio, hay razones externas y de mucho más peso que la indignación por unas selfies para desear que los vecinos alemanes reflexionen, aunque sea nada más de vez en cuando, sobre el pasado genocida de su nación. No debemos olvidar que la desnazificación fue un proyecto abortado por los vencedores de la segunda guerra mundial en aras de fortalecer al propio bloque geopolítico durante la guerra fría. Alemania pasó en cuestión de pocos años de ser el enemigo derrotado a ser la vanguardia en el frente de batalla contra el enemigo ideológico. Para ello, tanto los soviéticos como los aliados occidentales, se encargaron de que la economía alemana resurgiera en sus respectivas zonas de ocupación para que sirviera como escaparate de las ventajas de sus sistemas sociales. Sobre todo en occidente, esto llevó a que una vez concluidos los juicios de Nürnberg el proceso de desnazificación se redujera a una tabuización del pensamiento y la parafernalia nazi; a un simple esconder la inmundicia bajo la alfombra. Esto fue casi suficiente para acabar con el nacionalsocialismo como ideología estructurada, pero muchos de sus elementos y, sobre todo, el sentimiento de superioridad ética, étnica, militar y nacional persistieron en la conciencia de la sociedad alemana. Una vez separado del estigma ideológico, el sentimiento de superioridad pudo permanecer latente en gran parte de la población, alimentado y relativizado por la propaganda supremacista de los bloques geopolíticos. Esta es la simiente del resurgimiento en las últimas décadas de movimientos cada vez más abiertamente fascistas, fascistoides y xenofóbicos. Si para el resto del mundo el nacionalismo alemán apenas volvió a ser visible en 2006 durante el campeonato mundial de futbol, cuando gran parte de la población volvió a mostrar los emblemas nacionales sin empacho, para los extranjeros que hemos vivido aquí desde antes esa no fue más que la manifestación benévola de unos sentimientos más turbios que habían estado suprimidos durante mucho tiempo. Comparto con Shapira el punto de vista privilegiado sobre la sociedad alemana de quienes pasamos desapercibidos como extranjeros. He vivido algunas de las experiencias que Shapira relata y satiriza en su libro –y afortunadamente otras no, como la golpiza que recibió su hermano a manos de un neonazi por ser un “cerdo judío”[iv]. A lo largo de los años he tenido una y otra vez sorpresas desagradables cuando en conversaciones con conocidos y amigos, que olvidan que soy mexicano, de pronto salen a la luz resentimientos nacionalistas, antisemitas y racistas o presunciones de superioridad fundadas únicamente en una soberbia inculcada de generación en generación; o cuando surgen las relativizaciones cada vez que se toca el tema del Holocausto: los inevitables “Sí, fue un asunto terrible, pero miren lo que hicieron los americanos (o los ingleses, o los españoles, etc.)”. Este es un país donde aún a 70 años del fin del régimen nazi las sinagogas requieren de protección policial, donde se sigue llamando y tratando como extranjeros a los turcos que llevan hasta más de tres generaciones viviendo aquí, desde que sus abuelos fueran invitados por el gobierno alemán a levantar la economía; un país donde mi familia política, a pesar de ser gente verdaderamente buena y entrañable, no tuvo ningún reparo en dar a mi esposa “No sin mis hijos” como regalo de bodas aunque llevábamos varios años de pareja teníamos ya dos hijos y yo soy católico como ellos. Esto no significa que todos los alemanes –o siquiera una parte importante de ellos—sean nazis. Pero revela que la gran mayoría no aprendió nada de su historia. Y es de allí, de la rabia y la frustración que producen esas experiencias, que surgen libros como el de Shapira o proyectos como yolocaust.de. A continuación traduzco un fragmentito de un diálogo en el libro para ilustrar el humor irónico de Shapira:

– “Hey, soy Shahak”

-¿Qué eres qué?

– Shahak, así me llamo

– Ok, ¿y tu nombre de pila?

-Ese es mi nombre

-Ah, perdón ¿de dónde viene?

-Del hebreo

-¿Y eso dónde queda?

-Es un idioma. De Israel. Vengo de Israel

-Ay no inventes, si eres totalmente rubio

-Pues sí, fíjate que se equivocaron y a nosotros en vez de Zyklon B nos metieron peróxido de hidrógeno en la cámara de gas.

A mi este no me parece el humor de alguien que quiere someter a otros a la “dictadura de la indignación políticamente correcta”, al contrario, es un modo bastante crudo e irreverente de confrontar la ignorancia y los prejuicios y el paralelo con yolocaust.de me parece más que evidente.

El argumento principal que Sandra Barba presenta en contra de yolocaust.de se basa en la visión del arquitecto del monumento, Peter Eisenman, que rechaza una perspectiva funcional del objeto arquitectónico. De acuerdo a esta visión, el arquitecto es únicamente responsable de las estructuras formales, según cita Barba, y son los usuarios quienes deciden la función. De ahí se deriva que para Eisenman cualquier comportamiento en el recinto del monumento es lícito y por tanto no debe ser censurado. El argumento es bueno y sería casi suficiente si estuviéramos ante una obra de arte creada única y principalmente por voluntad de Eisenman. Aun en ese caso, habría que apuntar que el hecho de que el autor de la estructura libere al visitante de cualquier norma con respecto a su comportamiento dentro de ella, no tiene consecuencia alguna sobre la validez ética, moral y legal de ese comportamiento. Es decir: visitar una obra de Eisenman no me otorga ni derecho ni permiso para robar carteras, insultar o molestar a otros visitantes.  Pero aun si descartamos esta objeción por absurda y limitamos la libertad de comportamiento en el recinto con las normas comunes de civilidad y legalidad, el argumento sigue siendo insuficiente. Porque este monumento, como casi todas las obras arquitectónicas, no es una creación privada de Eisenman siguiendo intenciones personales, sino una obra comisionada por la sociedad con un propósito claramente determinado. Tomemos como ejemplo una biblioteca: aun si fuese comisionada a Eisenman, estaría prohibido hacer ruidos fuertes en las salas de lectura y llevar bebidas a las salas de manuscritos antiguos, porque la decisión sobre la función del edificio pertenecería desde el principio a quién la comisionó, y nunca habría sido de Eisenman para cederla a los usuarios. Lo mismo sucede en el caso del monumento berlinés. El estado alemán, con mucho retraso y después de mucha controversia, decidió erigir un monumento para honrar la memoria de los judíos europeos asesinados durante el Holocausto. Esa es la función, esa es la intención de la obra.

A pesar de lo anterior, la teoría arquitectónica de Eisenman no está desterrada del monumento. No hay cercos, no hay vigilantes, no hay letreros por todas partes que pretendan normar el comportamiento. Y los visitantes van y hacen lo que les da la gana. Escalan los bloques, hacen malabarismos, comen y pasean, se hacen selfies bobas y las suben a la red. En pocas palabras: no hay censura. Para quienes creemos en la relevancia de lo que simboliza el monumento y su importancia, esos comportamientos pueden ser más o menos deplorables y molestos. Pero ahí no hay mucha gravedad, no estamos ante comportamientos motivados por la intención de profanar o herir. Lo grave está en la ignorancia a priori de la historia y del Holocausto en particular. No es, como dice Sandra Barba, que esos que se toman la selfie ridícula olviden a los millones de judíos asesinados en un momento de irreverencia frívola, sino que la mayoría de ellos no tienen memoria o conciencia de los seis millones, y por tanto, ni de estar siendo frívolos o irreverentes. La gravedad está en la ausencia hasta de la sospecha de que se podría estar siendo insensible o irrespetuoso. yolocaust.de no era un instrumento de regaño para hacer que los visitantes del monumento se portaran conforme al código de corrección de Shapira, sino un llamado de atención a la amnesia y la ignorancia sobre uno de los momentos más terribles de la historia. Y su mecanismo era bastante sencillo y elegante: en vez de desvirtuar la imagen de los autores de la selfies para escarnecerlos, sustituía los bloques simbólicos del monumento por aquello que simbolizan. Eso es lo que ocurre en la mente de cualquier persona que tiene algún conocimiento de la historia cuando visita el monumento, las fotos procesadas por Shapira simplemente suplían el proceso de colapsar la metáfora para quienes han perdido esa capacidad.

El pasaje que más me inquieta es el final, porque en él tacha a Shapira de “dictador indignado” y habla del discurso de odio que padecieron doce jóvenes en sus manos. Para mí, esos son términos muy serios. Un dictador y su discurso de odio convirtieron a una de las civilizaciones más avanzadas de la humanidad en una horda salvaje y genocida. Ese mismo discurso de odio, al día de hoy, ya está provocando que en el mismo país se golpee y asesine a personas por pertenecer a otras etnias[v]. Proyectos como yolocaust.de no son ataques a las libertades personales sino bastiones que las defienden con ingenio y creatividad de los embates desatados por la indiferencia y el olvido.

 

[i] “No logré nada o casi nada” Ignatz Bubis, presidente del Consejo Central de los Judíos en Alemania 1992–1999.

[ii] 7 de Enero de 2015 http://www.sueddeutsche.de/politik/uebergriff-in-berlin-das-darf-nicht-vorlage-sein-fuer-islamhass-1.2292843

[iii] Shapira, Shahak Das wird man ja wohl noch schreiben dürfen! http://www.rowohlt.de/paperback/shahak-shapira-das-wird-man-ja-wohl-noch-schreiben-duerfen.html

[iv] Aparentemente el neonazi fue condenado por la agresión a ocho meses bajo palabra.

[v] Por ejemplo, los asesinatos cometidos por el NSU. Además, los reportajes sobre los crímenes y el proceso ilustran muy bien mucho de lo que comento aquí.

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México, D.F. Ex-estudiante de retórica cara. Bípedo implume de profesión. Lector. Editor en Enter Magazine


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