En su prólogo de 1966 a la antología Poesía en movimiento (ahora recogido en Generaciones y semblanzas, volumen 4 de sus Obras completas), Octavio Paz escribe que Jaime Sabines (1926-1999) le parece “un poeta expresionista”:
sus poemas me hacen pensar en Gottfried Benn: en sus saltos y caídas, en sus violentas y apasionadas relaciones con el lenguaje (verdugo enamorado de su víctima, golpea las palabras y ellas le desgarran el pecho), en su realismo de hospital y burdel, en su fantasía genésica, en sus momentos pedestres, en sus momentos de iluminación. Su humor es una lluvia de bofetadas, su risa termina en un aullido, su cólera es amorosa y su ternura, colérica.
En 1972, en “Corazón de León y Saladino: Jaime Sabines y Juan José Arreola” (en In/mediaciones y también recogido en el tomo 4), a raíz de la aparición de Mal tiempo, Paz escribió que “Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua”, uno que traza con su escritura
mapas pasionales, signos de los cuatro elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y substancias con que el hombre dibuja su muerte –o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombres.
De nuevo, Paz trae el expresionismo a cuento: le parece extraño que uno como Sabines escriba poemas extensos (obviamente piensa en el memorable “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, de 1962 ) puesto que
es difícil, para un temperamento regido por la violencia contradictoria de las pasiones, construir obras que no sean espasmódicas y que vayan más allá del grito, la interjección o la eyaculación. A pesar de su fascinación por lo ciclópeo y lo gigantesco, el expresionismo es un arte de fragmentos y de obras intensas y breves.
Mal tiempo, sin embargo, no le gustó a Paz. Le pareció que
repite sus hallazgos y amplifica sus defectos. Peligros del tremendismo: a fuerza de dar en cada poema un do de pecho cada vez más recio, Sabines ha enronquecido hasta quedarse con un hilillo de voz. Peligros de la falsa barbarie: Sabines forcejea y con un vozarrón de sótano emite quejas, sentimientos débiles o de débil. Peligros del odio (real o fingido) a la inteligencia: Sabines profiere con acentos desgarrados de Isaías lugares comunes. La antirretórica es la más peligrosa de las retóricas.
(El interés no era mutuo. Por 1997, en una entrevista en línea, Sabines declaró de forma encomiablemente sumaria:
Octavio Paz nunca me gustó como poeta y hasta la fecha no me gusta Octavio Paz como poeta […] a mí su poesía se me hace muy elaborada, pero no voy a hablar mal de su poesía. ¿Para qué voy a hablar mal de la poesía de Octavio Paz? El que lo quiere lo quiere y el que no lo quiere no lo quiere, y punto.)
Un punto irrebatible.
Subordinarse al destino
Leí a Sabines de muchacho, y hay dos, tres poemas que aún me gustan mucho, o por lo menos al muchacho que fui y que, bajo su resplandor, revive un poco. Y sí, me pareció triste que militara tan bonachonamente en el priismo, justo en los años en los que aún nos correteaban los granaderos.
Hace poco se apareció Sabines en una carta de Octavio Paz a Carlos Fuentes (fechada en Austin, Texas, el 5 de enero de 1970). Paz le pregunta:
¿Viste la carta de Jaime Sabines a Madame Echeverría? Siempre pensé que el expresionismo, además de ser un error estético (es la estética del ‘efecto’ y la explotación de lo ‘terrible’) era una falta ética –y el caso de Sabines me confirma en mi creencia.
Esa carta apareció en el número 859 de la revista Siempre! el 10 de diciembre de 1969, cuando Luis Echeverría acababa de ser democráticamente destapado por Gustavo Díaz Ordaz para tomar (como suele decirse) las riendas del país. Le pedí a mi amigo Ángel Gilberto Adame que me la buscara, cosa que hizo con su habitual diligencia.
Es bastante penoso.
En la “bella carta” Sabines le cuenta a la inminente primera dama –que prefería se le llamase “compañera”— que la había visto unos días antes, cuando fue a su casa “a llevar un disco y algunos libros a don Luis”. Había un tumulto y apenas pudo entregárselos y “cambiar con él dos o tres palabras”. Luego de recibir las caravanas de los revolucionarios sinceros, LEA se subió a su carro y se fue. Y entonces –evoca Sabines— la compañera María Esther gritó que “como ya se va Echeverría a mí nadie me hace caso”. Y entonces todos corrieron a hacerle caso y fue ahí cuando, narra Sabines, gracias a “esa expresión suya tan llana, tan ingeniosa y oportuna” fue que se dio cuenta de que la señora sí sabía lo que significa “la confianza”.
Luego Sabines le cuenta a la compañera que ya tenía noticias de ella pues su hermano, Juan Sabines Gutiérrez, había encomiado “su sencillez, su interés humano, su sentido revolucionario de la vida”.
Y ahora que la vio pidiendo que le hicieran caso, el poeta confirma lo dicho por su hermano y procede a declararla “una mujer estupenda” y le augura que en su calidad de esposa de LEA, su misión será “seguir siendo lo que he sido durante tantos años: simple y sencillamente su compañera”:
Tengo para mí que esta es la clave de todo y la expresión más completa de su personalidad. No es nada más una norma de conducta: es un concepto de vida. La mujer como compañera, ni más ni menos que el hombre, pero subordinada amorosamente a su destino. Aquí no hay complejos de ninguna clase, sino absoluta liberación. Liberación que es entrega, responsabilidad plena, comunión.
¿Más virtudes? Sabines no escatima: la compañera ha logrado que sus hijos “crezcan como su padre, rectos y sencillos, sin aires de importación” (sic). Sabines aprecia mucho lo que ella y su esposo y sus hijos están “dando a nuestro país: es un reencuentro, es un hallazgo de nosotros mismos”.
Y no sin aclarar que “yo no soy un adulador profesional ni digo estas cosas oficiosamente”, celebra hallarse ante
una familia mexicana, una hermosa, sencilla, profunda familia mexicana. No son una sencillez premeditada, una estudiada espontaneidad, una apariencia, una pose, un halago vacío. Son ustedes, son verdaderamente, y son un aire limpio, un agua fresca: a uno se le abren los pulmones viéndolos.
Este aire limpio obedece a que la simpatía que la compañera “ha despertado en todos los mexicanos” es paralela a la de “don Luis”; una simpatía que deriva “de lo que está haciendo en la vida política de México (una verdadera revolución, en el lenguaje, en las ideas, en la conducta: un afortunado rescate del pueblo).”
Finalmente, “contento de haberle dicho todo esto”, Sabines se despide: “le beso las manos”.
Unos meses más tarde, Sabines mereció el Premio Villaurrutia. En 1976 mereció ser democráticamente electo diputado federal por Chiapas, su estado natal y, en 1988, diputado por el Distrito Federal, ambas veces por el PRI.
El hermano psicólogo de señoras, Juan Sabines Gutiérrez, fue electo senador por Chiapas de 1970 a 1976 y luego diputado federal de 1976 a 1979 y luego gobernador de Chiapas de 1979 a 1982, siempre por el PRI.
Y su sobrino Juan Sabines Guerrero, hijo de ese gobernador, fue alcalde de Tuxtla Gutiérrez por el PRI, luego renunció al PRI porque no quiso postularlo para la gubernatura, por lo que se metió al PRD y al PT y fue gobernador de Chiapas de 2006 a 2012. Dejó una deuda pública de 40 mil millones de pesos con “aire de importación”.
Pero esos son los parientes de Sabines. Por lo que a él toca, la medida de su actividad política está en este poema:
Estoy metido en la política otra vez.
Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan
y me exhiben.
“Poeta, de la familia mariposa-circense,
atravesado por un alfiler, vitrina 5”
(Voy, con ustedes, a verme.)
Y punto.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.