Cristina Morales
Terroristas modernos
Barcelona, Candaya, 2017, 400 pp.
Bajo la actual etiqueta de “novela histórica”, con excepciones, a menudo se encuentran fabulaciones que sobre todo tienen que ver con la producción y la oferta de una narrativa efectista a partir de la que quizá podría realizarse, rentabilizarse, una serie de televisión. Lejos de estos preceptos mercantiles se ubica Terroristas modernos, de Cristina Morales (Granada, 1985), novela ambiciosa y lograda con creces, en la que prima el rigor de los datos tomados de la historia, con mayúscula y minúscula, que conforman sus materiales base y sustento. Historia sobre una tentativa de revolución popular con toma del poder, sobre sus motivaciones y efectos colaterales, que tuvo lugar en nuestra geografía en la época en la que, como apunta el mismo índice, se iniciaba la modernidad.
La Conspiración del Triángulo fue una red social, liberal y supuestamente anónima pero financiada por un artífice en la sombra con nombre y apellidos, el exintendente Richart, forjado en la Guerra de la Independencia. Dicha trama indagó y desplegó estrategias para derrocar a Fernando VII hacia 1816, el “rey deseado” cuando la invasión napoleónica. A pesar de haber conocido los artículos de la primera constitución española, o precisamente por haberlos entendido, el monarca reinstauró el absolutismo. Derogó la Constitución de Cádiz, persiguió a los liberales no sin la consiguiente corrupción económica, el deterioro y la crispación social que hoy podemos reconocer con facilidad.
A la violencia de arriba se responde con violencia de abajo; de esta lucha que solo puede ser violenta da cuenta la novela de Cristina Morales que, salvando las distancias estilísticas, se emparenta con algún Episodio Nacional de Galdós. Terroristas modernos detalla el despliegue de la citada Conspiración del Triángulo contada desde o a través de quienes fueron sus cabecillas, de los movimientos y las voces de hombres y mujeres desclasados de distinta condición; sastres, mendigos, exguerrilleros, poetas cansados del neoclasicismo y ávidos de rebelión que se gesta, se trama de forma triangular. Cada protagonista es el vértice de un triángulo que solo conoce un superior y un inferior.
“Esos cuarenta duros en reales de a ocho, dijo. Unos señores están pagando a gente para un ajuste de cuentas. El domingo hay que saquear Atocha.” El lenguaje, base de una prosa enunciativa y declamativa de gran eficacia, es acaso el gran protagonista de la novela; un lenguaje que es el mismo para todas y todos, en este orden porque desmonta las jerarquías, va a favor de la inversión de roles de clase, género y raza, y representa al pueblo mismo en sus pronunciamientos, enunciaciones y trifulcas, en sus deslices y, en definitiva, en la poética escogida por la autora para darnos a leer una prosa torrencial, cargada de información precisa y sin desperdicio.
Los capítulos, con sus títulos explicativos –cito solo algunos: “Conspirar y enamorar son lo mismo: la propaganda de la libertad”, “Fiesta terrorista y divisiones internas: ¿cuánto matar?”, “Resaca terrorista y represión por el clásico terrorismo de Estado: matar mucho”–, podrían considerarse el planteamiento teórico de la obra. Por sí solos formulan una invitación directa a ese pensar o repensar el presente desde el conocimiento del pasado inmediato. Por entonces se consolidaron también ciudades como la Villa de Madrid. “Esta niña gorda y con hirsutismo que juega con Madrid y que es Madrid.” Morales recorre la ciudad en 1816 con sus plazas, de la Cebada, del Dos de Mayo, con sus teatros, jardines, tabernas, trastiendas, jarras, demás lugares públicos y espacios privados con mobiliario parco y luz de candela. Vemos los portones, las aldabas, la leche antes y después de caerse la jarra de Catalina Castillejos –conspiradora por fuerza mayor que hoy sería una superheroína–, la repostería en los escaparates, el puchero, las lentes, las telas refinadas y los trapos con trizas, y oímos los disparos de una rebelión con su ideología transformada en práctica cotidiana del terrorismo, ofensiva y defensiva, silencios y ríos de sangre. En suma, realizamos una inmersión instructiva o un vívido escrutinio de nuestra historia reciente a través del alborozado estilo Morales.
Terroristas modernos cumple con el consejo emitido por el capitán Vicente Plaza durante un paseo para urdir la trama: “Convicción y buenas formas, y si amenazan, que sea fino.”~
es escritora y dibujante. En 2011 publicó Una habitación impropia (Caballo de Troya)