Sorprende escribirlo, pero Margarita Zavala es divertida, amable, fluida al hablar y empática con la gente. Al entrar en el restaurante de comida japonesa donde la entrevisté, la saludan, le piden selfies, y un par de niñas, de entre cinco y ocho años, le dicen que la admiran. Margarita es, por lo menos para mí, una revelación.
La he seguido desde que fue primera dama. Siempre pensé que era una mujer sosa, poco articulada y en extremo conservadora. Su hermano Juan Ignacio dice que las cámaras hacen que no pueda expresarse, pero que, en realidad, es “una líder nata, a la que más de dos millones de personas siguen a tope. Se parece a Andrés [Manuel López Obrador] en eso… –continúa el hermano mayor de la candidata–, adolece de facilidad para el debate y para la construcción de ideas pero es una líder nata, su rollo es la gente”. Periodistas que la conocieron cuando era primera dama lo confirman; si un tema le apasiona, como el de los niños migrantes, pasa la mayoría de su tiempo conversando con los afectados y sus familias.
Hoy mismo viene de un foro de personas migrantes, donde la recibieron con vítores y aplausos. Desayunó muy temprano; son las cuatro de la tarde y no ha comido. “Muere de hambre” y eso la “atonta”, asegura Juan Ignacio. Antes de salir de su oficina de campaña, en la colonia Del Valle, le roba un pedazo de queso Oaxaca a una de sus colaboradoras y continúa su marcha. Las más de treinta personas que trabajan con ella en su candidatura independiente no cobraron un sueldo. No tener el respaldo de un partido los ha “ahorcado”, comenta Juan Ignacio, quien es también su asesor de comunicación.
Con tacones de terciopelo de diez centímetros, un traje sastre azul y su tradicional rebozo en el cuello, camina desgarbada y bromea con tres personas de su equipo. Por lo que dicen, su chofer es poco orientado y varias veces la ha hecho dar vueltas sin sentido por la Ciudad de México.
Luego de varios minutos de rockstarismo por las calles de la capital, la ex primera dama elige una mesa en el rincón de un restaurante, se sienta y le dice a una de sus acompañantes que le pida algo de la carta.
Margarita se describe como mexicana, abogada, madre, maestra y política. Cuenta que creció en una familia de clase media. Le gusta hacer hincapié en sus orígenes no boyantes –me lo repite en varias ocasiones–. Sus padres, abogados, tuvieron siete hijos. Habitaban una casa sin muchos lujos en Tetelpan, en la delegación Álvaro Obregón, donde vivió hasta que se casó con el expresidente Felipe Calderón.
El clan Zavala creció en Ciudad Universitaria, donde su padre, Diego Zavala Pérez, daba clases de derecho mientras sus hijos jugaban futbol americano en Pumitas y sus hijas eran porristas. De hecho, Margarita viajó por primera vez al extranjero cuando tenía once años porque su equipo ganó un concurso de porras. Fueron a San Antonio, Estados Unidos. “Yo no necesitaba pasaporte porque nunca lo usábamos, nunca viajábamos al exterior. Como familia nunca pudimos hacer un viaje al extranjero, imagínate comprar boletos para nueve”, recuerda.
Según Juan Ignacio, ni ella ni sus dos hermanas eran muy femeninas, no se acuerda de haber visto a Margarita jugando con una muñeca, pero sí haberla equipado con el uniforme de futbol americano para que jugara tochito con él y sus amigos. Agrega que es de las pocas mujeres de su edad que pueden ver completo un partido de americano y analizar las jugadas; le va a los Acereros de Pittsburgh y “obviamente” a los Pumas de la Universidad Nacional.
Adjudica su formación social a que sus padres les “enseñaron a amar a México” y a que desde pequeña perteneció a Guías –una onda similar a los Boy Scouts pero solo para niñas y jóvenes–. La credencial de 1976 que la acredita como guía tiene una foto de Margarita, de pelo corto y vestida con el uniforme reglamentario; junto a ella, se lee: “Yo prometo por mi honor hacer cuanto en mí dependa para cumplir con mi deber hacia Dios y mi Patria, ser útil al prójimo en todas las circunstancias y obedecer la Ley Guía.” En ese momento, la organización recibía niñas de clase media o alta que procedían de familias muy religiosas; hoy no es necesario ser católica para participar.
Sus valores, de los que tanto habló en el primer debate presidencial, son el amor a la patria, servir al otro y el bien común. “Yo estoy formada en términos de la doctrina social cristiana”, afirma. Se debe, sí, a su educación en casa pero también a lo aprendido en el colegio Asunción y en Guías de México.
En tono de burla, su hermano me dice que la excandidata a la presidencia de la república era la consentida de su papá por estudiar derecho –la única de los siete en elegir esa licenciatura–, y que la molestaban cuando en la sobremesa se ponían a hablar como abogados. Margarita sabe que sí era la consentida, pero le atribuye otra razón: su padre la quería mucho porque ella lo trataba muy bien.
Además de esa cercanía con su padre, fue Mercedes Gómez del Campo, su madre, quien la inspiró a ser maestra. Margarita fue su alumna en las clases de historia de la secundaria y la preparatoria. Márgara, como la apoda su familia, se ríe cuando le pregunto si no hubo tráfico de influencias para obtener buenas calificaciones, y especifica que ocurrió lo contrario, su madre le exigía mucho más que al resto de sus estudiantes. “Me hizo descubrir una gran mamá, descubrí una gran mujer y una profesionista con una enorme cultura. Además, estudiar me gustaba. Nunca fui de puro diez, quizá en la prepa y en la universidad, pero como me encantaban el derecho y las ciencias sociales, para mí era muy fácil”, comenta.
Reconoce que sí fue rebelde, sin embargo, cuando le pregunto por alguna anécdota de sus épocas más descontroladas, no recuerda ninguna. Lo cierto es que Felipe no fue su primer novio: “fue el primero en serio”, rectifica con risa nerviosa. Empezaron a salir cuando ella tenía dieciséis y él veintiuno, pero se hicieron “novios, novios” hasta que ella cumplió la mayoría de edad.
No fue amor a primera vista, aunque Margarita lo admira desde que lo conoció: él era líder juvenil del Partido Acción Nacional (PAN) y orientaba a sus compañeros y a ella misma acerca de los estatutos y valores internos del partido. Felipe la conquistó con un “sol con pueblo”, es decir, la invitó a ver un atardecer en Capula, Michoacán, luego de un día de trabajo con las juventudes panistas. Lo describe como “un hombre noble y congruente” y dice que ha aprendido mucho a su lado.
Se casaron en 1993 en la Parroquia Santa María Reina en la Unidad Independencia de la delegación Magdalena Contreras; la recepción fue en un jardín cerca de casa de sus papás. Para entonces, ambos ya tenían años militando en el partido, por lo que al evento asistieron figuras claves del PAN como Carlos Castillo y Luis H. Álvarez. “Le dimos importancia a la misa, la cuidamos mucho. Yo leí la primera lectura, Felipe la segunda, namás nos faltó dar la homilía pero no podíamos darla”, ríe y agrega: “la fiesta fue más o menos sencilla pero sí le quisimos invertir un poquito”. No recuerda qué comieron pero sí que bailaron “Te quiero” de Mario Benedetti, interpretada por Nacha Guevara, y “Coincidir” de Mexicanto.
Margarita es egresada de la Escuela Libre de Derecho, de donde se graduó con honores por ser alumna de excelencia. Hasta la fecha imparte esa materia en el Instituto Asunción de México, un colegio religioso ubicado en el sur de la Ciudad de México, donde ha visto pasar a veintidós generaciones. “Yo preparo a los jóvenes que están a punto de entrar a la universidad, y es de las cosas que me hacen más feliz, ser maestra. Sigo dando clase y los seis años en los que Felipe estuvo en la presidencia continué con ello, los quiero”, comenta. El cariño es recíproco: varios de sus exalumnos la ayudaron a recolectar firmas para que lograra la candidatura independiente, y algunos todavía trabajan con ella, como su secretario particular, Fernando Poo Mayo, quien tiene casi tres años a su lado.
También hay tres jóvenes en su casa, sus hijos, que son su adoración. María de veintiún años, que actualmente estudia en Estados Unidos, Luis Felipe de diecinueve y Juan Pablo de quince, que viven en México. Les llama luchones, buenos niños, y espera que no tengan conflictos con los papeles que han desarrollado sus padres en la historia de este país. Cree que están blindados contra las críticas, pues han crecido a la par de las carreras políticas de Margarita y Felipe. Saben que “así es esto”.
De primera dama a candidata
En la década de los noventa ocupó varios cargos dentro del PAN y formó parte del equipo de transición del presidente Vicente Fox como encargada de los derechos de las mujeres. En 1994 fue diputada local y en 2003 diputada federal.
Según Juan Ignacio, Felipe y Margarita decidieron en pareja que ella bajaría su perfil dentro de Acción Nacional para apoyar la carrera de Felipe, primero como dirigente del PAN y después como candidato y presidente. “No son seis años, son casi ocho, en los que deciden que Felipe tome su carrera como prioridad, con cierta lógica porque él fue nuestro líder juvenil y era lo que les tocaba. En política hay que saber los tiempos.”
Margarita se pone roja y se le bota una vena del cuello cuando le pregunto sobre su papel como primera dama y por qué, como dijo Tatiana Clouthier, coordinadora de campaña de López Obrador, no intervino o alzó la voz ante la ola de violencia que se vivió en México durante el sexenio de su marido. “Como abogada que soy”, me dice, “sé bien quién es el titular del Ejecutivo. Yo estoy contenta con haber hecho un trabajo cercano a la gente”. Juan Ignacio añade: “Tatiana confunde muchas cosas en su cabecita, una de esas es el rol de un gobierno con el rol de una persona, no entiende que si no sigues el rol de primera dama te conviertes en Martita [Sahagún].”
Varias fuentes confirman que a Margarita no le gustaban los reflectores durante la presidencia de Calderón, pero dicen que era cercana a algunas víctimas de la violencia. Personas defensoras de migrantes me comentaron que estuvo muy involucrada con los niños que eran deportados sin sus padres y Juan Ignacio asegura que hasta la fecha es amiga de varios padres que perdieron a sus hijos en el incendio de la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora, un caso polémico porque la dueña del lugar, absuelta de toda responsabilidad en el incidente, era Marcia Matilde Gómez del Campo, prima de la candidata a la presidencia.
Otras versiones dicen lo contrario. Unos días después de entrevistar a Zavala, vi Hasta los dientes, el documental sobre la ejecución extrajudicial de los jóvenes Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo, estudiantes del Tec de Monterrey que fueron asesinados por soldados hace ocho años. Margarita sale en una escena, vestida de negro, abrazando a los padres y madres de las víctimas pero, al final, Lorenzo Medina, papá de Jorge, sentencia: “la primera dama vino, lloró con nosotros pero no hizo nada para que obtuviéramos justicia, ni las uñas se despintó”.
Algunos son todavía más críticos: “Lo único malo que tiene Margarita es haberse casado con la persona equivocada”, me confiesa un defensor de derechos humanos que pide no mencionar su nombre. “Ella es humilde, sabe escuchar, es honesta y se rodea de gente muy inteligente, pero casarse con alguien tan rencoroso, violento y enfermo de poder la hizo ver como la mala del cuento.” Para ella, por el contrario, estar casada con Felipe es un bonus, él tiene mucha experiencia y conoce bien el país. De haber llegado al gobierno, dijo en su momento, su esposo habría sido tan respetuoso como ella lo fue, la habría dejado tomar decisiones sin involucrarse.
Pese a que, en una entrevista con Carlos Loret de Mola, Felipe la describió como “brillante, inteligente, guapa, podría ser una gran presidenta de México”, los Calderón prefirieron que el expresidente no jugara un papel mayor en la campaña. Sabían que podría ser perjudicial porque dejó el poder con una aprobación del 48%, según el diario El Universal, y un saldo de más de 120 mil personas muertas. También como pareja, enfrentan esta crítica juntos. Margarita dice que a veces no es fácil; considera que contra ellos hay descalificaciones excesivas; aun así, cree en la libertad, jamás excluiría a una persona por no coincidir con ella.
Acerca de si habría continuado con la misma estrategia de seguridad de su esposo, la llamada “guerra contra el narco”, explica que el Estado debe proteger al ciudadano con todos los instrumentos legales, y de necesitar a las fuerzas armadas las habría utilizado, pero aclara que su prioridad es fortalecer a las policías civiles para que el Ejército y la Marina regresen de manera paulatina a los cuarteles. Me sorprende al declarar que ella no habría aprobado la Ley de Seguridad Interior, pues considera que los gobiernos podrían dejar de fortalecer a las policías, un efecto que juzga contraproducente.
De nuevo se altera cuando le pregunto por las víctimas de las fuerzas armadas y arremete: “la inmensa mayoría de las víctimas son por el enfrentamiento de bandas criminales, de cualquier manera, tenemos que ponerle un alto a la impunidad, hay muchas más víctimas del crimen organizado y de la ausencia del Estado que a las que te refieres”.
Ruptura con el PAN
Pese a que la encuesta del Gabinete de Comunicación Estratégica del 13 de junio de 2017 la declaró ganadora ante Andrés Manuel López Obrador, y con 4.5% puntos de ventaja, si ese día hubieran sido las elecciones, el conflicto frontal con Ricardo Anaya y la división interna del PAN la hicieron renunciar al partido después de 34 años de militancia. Felipe no se fue porque habría parecido un “berrinchito de pareja”, dice Juan Ignacio.
Más incómoda se pone cuando le pregunté, antes de renunciar a la campaña, si declinaría por Anaya, a quien su marido llamó deshonesto en la misma entrevista con Loret de Mola. Explica que no contendió con él por la candidatura porque reformaron los estatutos: antes el presidente del partido no podía ser “juez y parte”. Para Margarita, “uno de los principales problemas que tiene Ricardo es que renunció a los principios del PAN, como el de la democracia interna, y la verdad es que eso de las declinaciones no me gusta, obedecen a un juego político. Es más por sentir que tienes un patrimonio sobre la gente que te sigue, y no es verdad, no eres dueña de quien te sigue ni dueño de sus votos”.
Y lo cumplió. El miércoles 16 de mayo de 2018 anunció en el programa de televisión Tercer Grado que terminaba con su campaña “por un principio de congruencia, de honestidad política pero también para dejar en libertad a los que generosamente me han apoyado y tomen su decisión como se debe tomar en esta difícil contienda para México”. Más tarde, su vocero Jorge Camacho confirmó la noticia y aseguró que no está declinando por nadie en particular.
Mujeres y derechos
De manera constante se le preguntó a la excandidata sobre su postura conservadora ante los derechos de la comunidad LGBT+ y el aborto. En el primer debate, se le propuso un escenario hipotético: ¿qué haría si uno de sus hijos fuera gay? Ella se puso evidentemente nerviosa y respondió que considera que el matrimonio solo ocurre entre personas del mismo sexo, pero que respeta. En efecto, dentro de su equipo hay personas abiertamente homosexuales, como Consuelo Sáizar, asesora en temas de educación y cultura, gran amiga suya y con quien tiene muchas coincidencias.
Juan Ignacio fue quien le aconsejó a Margarita ser honesta sobre este asunto. Él considera que el círculo que está a favor del aborto, el matrimonio del mismo sexo y la adopción entre parejas homoparentales es muy pequeño y urbano, por lo que ser honesta y “responder a sus valores” no le quita votantes, al contrario: “esa minoría quiere imponerle al país cosas. Vete a Guanajuato y están en contra y también viven en el siglo XXI, tienen pleno empleo y tienen todo el derecho a decidir. El país funciona diferente, tiene sus zonas conservadoras y progres”.
Margarita asegura que no habría echado atrás los derechos ganados en materia de igualdad por la comunidad LGBT+ ni el derecho a decidir de las mujeres: “todo mundo [lo] sabe, y es claro que estoy a favor del derecho a la vida, y que el matrimonio es entre hombre y mujer, pero respeto y respeto las leyes. Es importante no llevar a consulta ese tipo de cosas. Me preocupa que haya deshonestidad en los otros candidatos o que la gente prefiera esconderse con un ‘mejor lo pongo a consulta’, ¡no señor!, diga lo que piensa”.
Sobre el tema, Enrique Torre Molina, activista y consultor de derechos LGBT+, dice que Margarita “no ha sido contundente […] Que diga con todas sus letras que lo que dice el artículo 1º de nuestra Constitución y lo que opinó la Suprema Corte de Justicia sobre igualdad y no discriminación pesa más que cualquier opinión personal. Es triste ver que tiene cerca a personas de la comunidad y que siga convencida en sus valores, en vez de aceptar que los derechos son para todos”.
Al preguntarle sobre feminismo, tartamudea por primera vez. Sabe que hay un grupo de mujeres que critica su postura conservadora. Respira hondo y contesta: “Las mujeres pensamos distinto, yo he trabajado con muchas de ellas en lo que nos une y eso es lo que les propondría. Parte de nuestra riqueza es que pensamos distinto, ese grupo de mujeres debe saber que en mí encontrarán una presidenta que busque apoyar a las mujeres que se abrieron paso.” Con todo, Marta Lamas, académica de la UNAM y especialista en género, escribió en el New York Times que “[no] es una candidata feminista: su agenda es demasiado tradicional. El conservadurismo de Zavala ha sido una camisa de fuerza y no le ha permitido ampliar su horizonte y conectar con perspectivas más incluyentes.”
Margarita dice que ella no representa a las mujeres –“no necesitan ser representadas por nadie”–, pero cree que lanzarse a la presidencia abre caminos: “cuando Patricia Mercado quiso, cuando Josefina quiso, cuando Cecilia Soto quiso, cuando Rosario Ibarra de Piedra quiso, independientemente de lo distintas que somos, fue importante para las mujeres”.
Hace más de seis años Margarita le dio clase a un grupo de sexto de primaria. Les dijo a sus alumnos que esperaría a que ellos estuvieran en edad de votar para ser candidata a la presidencia y pudieran ir a las urnas a apoyarla. Esta mujer educada en el catolicismo, de posturas conservadoras y ex primera dama llegó a la boleta pero, debido a que no tenía oportunidades de ganar, según su vocero, decidió dejar la contienda. Tras la noticia de su retirada, José Antonio Meade le expresó su reconocimiento y aplaudió su participación democrática, mientras que Ricardo Anaya tuiteó que Margarita es una “mujer valiente y de principios. Sus aportaciones al país, y en particular a esta contienda electoral, han sido muy valiosas. A ella y a su equipo, todo mi reconocimiento”.
Juan Ignacio asegura que la presión por declinar por el candidato del Frente “siempre existió” y era “sistemática”. Aun así, no creyó que ella fuera a tomar esta decisión porque fue Anaya quien también la orilló a dejar el partido de sus amores. En su momento, su hermano comentó que Margarita estaba preparada para perder –sabían que el panorama no era favorable–, pero confiaba en que su campaña tuviera un significado testimonial, lo cual “también es muy católico”.
Una versión de este artículo aparecerá publicada en nuestra edición impresa de junio.
es maestra en periodismo por el CIDE y directora ejecutiva del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos). Ha colaborado en El Financiero, Animal Político, Kaja Negra y Reforma, entre otros.