(Si de las películas aún te preocupa más lo que pasa que cómo pasa, mejor no sigas leyendo: encontrarás algunos spoilers.)
A ver: echemos un ojo a algunas reseñas, opiniones o críticas previas que hayan rolado por ahí sobre la cinta. David Thomson en The New Republic dice que “Django Unchained Is All Talk With Nothing to Say”. (Más adelante abunda: “(…) is 165 minutes and nothing much happens beyond talk and the provision of corpses”.) En Twitter, Richard Brody del New Yorker afirmó: “(…) Tarantino doesn't seem to see what he's filming—he has no apparent physical connection to what he films…”. La declaración más famosa sobre la película fue de Spike Lee: "can't speak on it 'cause I'm not gonna see it. I'm not seeing it. All I'm going to say is that it's disrespectful to my ancestors, to see that film".
Allí hay tres opiniones negativas. Hay otras positivas, pero intentemos acercarnos a estas: “all talk with nothing to say”. De acuerdo: Django Unchained es verborreica; pero tampoco tendría que estar obligada a “decir algo” –supongo que en este contexto decir algo es decir algo trascendente, sea a través de una innovación estilística o argumental. No veo por qué debería existir la obligación de decir algo trascendente en una película –o en el arte. La afirmación de Brody dice sobre la cinta muy poco: tan poquito, que no sé por qué habríamos de mencionarlo. (En el contexto de los tuits de Brody, debemos decir que él hacía una comparación de la forma en que Samuel Fuller, director deI shot Jesse James, plasmaba la violencia en pantalla: quizá sea cierto –casi seguramente lo es—, pero creo que afirmar eso sería querer trasladar la gravedad de Fuller a la ligereza de Tarantino; un “western” que tiene a un dentista caza recompensas con secuencias de matanzas musicalizadas con hip-hop, claramente, diferirá en intenciones a uno como I shot Jesse James –o comoEl asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, para tener un referente más cercano en el tiempo.) La de Spike Lee es una necedad, pero quería mostrarla.
Entonces, ¿qué pasa en Django Unchained? Lo que tenemos es una cinta que comienza verborreica pero veloz: frases ingeniosas son dichas por los actores –principalmente por uno: Christoph Waltz, que repite algunos de los manierismos del Hans Landa de Inglourious Basterds y del Benjamin Chudnofsky de El avispón verde— mientras que cosas pasan en pantalla. Hagamos cuentas: desde el primer avistamiento del doctor Schultz hasta el asesinato del primer fugitivo pasan alrededor de 15 minutos. En ese tiempo, el doctor compró a Django –interpretado por Jamie Foxx—, viajó con él y le explicó el sistema con el que trabajarán para asesinar a tres hombres. De ese primer asesinato a la captura de los tres fugitivos transcurren, más o menos, 16 minutos. En ese lapso, el doctor Schultz muestra que es un agente de la ley –ya lo sabíamos durante la primera conversación con Django, pero ahora lo confirmamos porque lo dice a todo un pueblo–, fragua el plan con su nuevo compañero para capturarlos y vemos un flashback de los orígenes de la esclavitud de Django y la separación de su esposa (lo que planta la semilla de la venganza que moverá la cinta a partir de ahora). Es decir: en poco menos de 40 minutos ya sabemos que Schultz es un cazarrecompensas, que Django es un esclavo que se aliará con él para salvar a su esposa y que ella está en algún lugar, vendida como esclava. Como planteamiento no es el más breve –nada que ver con los cinco minutos que abren Premium Rush—, pero para entonces ya se citó al western (fig. 1), al superhéroe (fig. 2), al cine de guerra (fig. 3) y se filmó un bello cuadro que refiere a toda la historia de la esclavitud (cf. Blood on the Fields, cf. algodón y la esclavitud, etc) que sería imposible sin el montón de sangre falsa de la que se quejaba David Thomson (fig. 4):
La escena que parece sacada de una película de guerra de época precede al intento de linchamiento que reporta una bellísima secuencia:
Lo que sigue es la alianza entre Schultz y Django: para pasar el invierno y hacer suficiente dinero para comprar a su esposa presa –convenientemente llamada Broomhilda, para crear un vínculo emocional y cultural con el alemán doctor Schultz—, ambos cazarán a delincuentes buscados por la justicia estadounidense. Volteemos a ver el cronómetro una vez más: el ‘invierno’ de la cinta dura, desde el asesinato de los tres hermanos fugitivos hasta el viaje a Mississipi de Django y Schultz, 18 minutos. ¿Qué tenemos en este punto? Una serie de acciones hiladas una tras otra; causas y efectos, acciones y sus consecuencias. Las conversaciones son breves; su función principal es la de dotar de información. Antes del asesinato de los tres fugitivos existe un flashback –que podría ser un intertexto— a manera de videoclip musical en el que se narra la huida, captura y posterior captura de Django y Broomhilda. Hasta aquí hemos visto cine en buena forma: compacto, expositivo en cantidades justas. Al llegar a Mississippi, Django y Schultz localizan el sitio en el que está esclavizada la esposa de Django y se dirigen hacia allá. Es aquí cuando comienza el conflicto principal de la película.
Y también es el principio del declive de Django Unchained.
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La primera aparición de Calvin Candie, el júnior terrateniente interpretado por Leonardo DiCaprio, marcada casi al mismo tiempo que se cumple la hora de película –uno o dos minutos después—, echa a andar el plan para rescatar a Broomhilda: hacerse pasar por un par de esclavistas que pretenden comprar un esclavo negro a una suma exorbitante: 12 mil dólares. Y desde este momento, en que se nos presenta a Candie, hasta el descubrimiento del engaño, pasan 55 minutos. ¿Qué sucedió en esos 55 minutos? Muy poco: un recorrido por la granja del esclavista, el encuentro entre Django y su esposa –lo más breve de esta parte de la película: la escena dura cinco minutos, lo que nos deja otros cincuenta para lo demás— y la larga cena y conversación que termina eventualmente en el descubrimiento del engaño. El brío con el que comenzó se ha diluido casi en su totalidad; el ritmo de su primera parte, creado con diálogos y secuencias veloces, ha sido sustituido con una pesada verborrea en la que los personajes hablan y hablan y dicen lo mismo en varias ocasiones (“Esta es mi granja”, se ve exclamar a Candie más de una vez) mientras que el avance de la cinta parece haberse detenido. Después del descubrimiento del engaño, aún transcurrirán otros 40 minutos de cháchara que terminarán en tres redundantes matanzas, muy similares entre sí, y un momento que las conecta que más bien parece un innecesario rodeo que termina casi en el mismo punto en el que comenzó. Da la impresión de que en Django Unchained se privilegió al diálogo sobre la acción: tanto, que podemos sacar poco más de una hora de metraje en la que suceda poco más que parlamentos que son también callejones sin salida.
Cada filme determina, cuando comienza –no sé si podamos establecer un parámetro, pero generalmente es durante los primeros minutos de duración; quizá no más allá de 15 minutos—, sus propias reglas de interpretación: las leyes que regirán ese pequeño universo de ficción que llamamos “película”. Estas reglas, idealmente, deberían de cumplirse durante el resto de la cinta. Contrariar esta ley no escrita puede jugar en contra de cualquier director, hasta del más verborreico.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.