Las moradas del exilio

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“El exilio”, lo ha expresado Saint-John Perse, “no es de ahora”. Nada más cierto. Basta traer a cuento este poema chino de Li Bai, o Li Po (701-762 de nuestra era).

retorno del exilio

De vuelta estás de las

[corrientes y mareas

tras pasar largos años

[en el bárbaro este.

¿Cuán grandes son las

[penas del exilio?

Su número supera al de

[las perlas del mar.

En En esa delgada separación, libro publicado en 2019 bajo el sello de la Universidad Veracruzana, Silvia Eugenia Castillero testimonia que no solo la narrativa de nuestro país “refleja temas de actualidad como la migración y la violencia”, sino también la poesía. La poeta, como bien señala Víctor Ortiz Partida en la cuarta de forros, lo hace mediante un “recorrido por sus propias moradas, de las primeras a las séptimas, en busca de la iluminación que ayude al lector a entender la tragedia que se desarrolla de manera cotidiana frente a sus ojos” porque “ya el infierno latinoamericano no tiene límites en este futuro descompuesto en que se ha convertido el siglo XXI. Los migrantes, la Bestia, la vasta geografía de México y sus habitantes son los protagonistas de este doloroso viaje poético”.

El alma, de acuerdo con santa Teresa de Jesús, es como un hermoso y deleitoso castillo en el cual hemos de ver cómo podemos entrar. Tal “castillo interior” se compone de siete moradas, con numerosísimas piezas cada una, y en la última se halla el propio Dios, en cuyo conocimiento e intimidad debe cifrarse la suprema aspiración. La puerta para acceder en el castillo es la oración y la consideración, o sea la oración atenta y no solo con los labios. Largo es este peregrinaje hasta donde se encuentra el distante Rey y en su curso se tiene que escapar del acecho de alimañas y sabandijas, que representan las tentaciones, so pena de incurrir en el pecado. Asimismo, se han de superar pruebas de perseverancia para no ofender a Dios y para fundar sobre la tierra la propia fortaleza.

Por ejemplo, en las terceras moradas se encarece no confiarse mientras se vive en este destierro y se destacan los beneficios y penitencias que no han de redundar en detrimento de las dudas, de la humildad, de la obediencia y del cuidado de las propias faltas con olvido de las ajenas. En las cuartas moradas, Teresa de Ávila puntualiza que “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. Y discurre acerca de los efectos de la oración, que hace ya “ir dando de mano a las cosas del mundo”. En las moradas quintas, compara la unión con Dios a través de la oración con la metamorfosis del gusano de seda y recomienda fervorosamente desasirse del amor propio, de la voluntad y de todas las cosas de la tierra para aspirar a la perfección “que hará vernos tan metidos en la grandeza de Dios como lo está ese gusanillo en su capullo”. Las moradas sextas tratan acerca de cómo el alma herida de amor del Esposo anhela estar más sola y quitar cuanto pueda estorbar y cómo el Esposo quiere que haga aún mayores méritos y por ello la somete a diversas pruebas. “De estas mercedes tan grandes”, dice la santa, “queda el alma tan deseosa de gozar del todo al que se las hace, que vive con harto tormento aunque sabroso; con unas ansias grandísimas de morirse, y así, con lágrimas ordinarias, pide a Dios la saque de este destierro”. La completa unión del alma con Dios tiene lugar en las séptimas moradas. La santa compara este encuentro místico con la lluvia en un río o fuente, de manera que “no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río” y cuál cayó del cielo. E insiste en que no hay que poner el fundamento “solo en rezar y contemplar”, sino en adquirir virtudes y ejercitarlas.

El exilio no es de ahora. Se dice que cada uno de nosotros es un exiliado y aunque este dicho está muy trillado conserva algo de su poder. A pesar de que no seamos exiliados en el sentido ordinario de la palabra, lo somos del seno materno, de nuestra infancia y, en algún momento, hasta de nuestro reposo o de nuestro sueño. El sentimiento de estar volviendo por última vez la vista atrás hacia un lugar o una persona amada y tener luego que hacer frente a las dificultades que nos presenta un mundo nuevo y hostil es una experiencia que todos conocemos. Tal es la condición humana misma y, tal vez, los grandes disturbios de la historia no hacen sino añadir una expresión física a una realidad interior.

La poesía vibrante y estremecedora de Castillero realiza un viaje por la geografía actual de nuestro país y muestra al rojo vivo la condición atroz del exiliado y su desamparo que alcanza monstruosas dimensiones. Pero su escritura entraña la aspiración, el ruego planetario que Çiler İlhan ha puesto en palabras: que “todos aquellos exiliados de su hogar, de su patria, de su cuerpo y de su alma […] regresen un día a esa tierra natal”.

Al poner delante de nuestros ojos algunas de las muestras aterradoras del infierno en que se ven insertos los migrantes y los exiliados, Castillero hace un viaje por sus “moradas” y, sin reducirse a “rezar y contemplar”, plantea adquirir también virtudes y ejercitarlas. Tras la escritura de su poema, es poseedora de una humanidad más entrañada. Sus lectores agradecemos que haya puesto los ojos de una desoladora poesía llamada realidad en nuestros propios ojos, en nuestros espejos del alma.

7.

Mi muñeca se cayó en un charco rojo

ese día del secuestro,

tenía hoyos en la cabeza

cuando corrimos y mamá desapareció.

Mi muñeca quedó boca arriba

con los ojos rotos

y dentro de un agujero

con dos balas pegadas como plástico.

Siento escalofrío en mi piel,

vienen a cortarme las uñas

y me cortan la punta de los dedos.

Me hacen daño.

Mi muñeca me mira desde el vacío

de sus ojos azules.

Y sigo mirando la mancha roja.

En esa delgada separación es agua que cae del cielo y nos invita a sus lectores a hacernos “río o fuente, adonde queda hecho todo agua”. ~

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(Tuxpan, Veracruz, 1950) es poeta y traductor, obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura.


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