El líder de Izquierda Unida fue un orador brillante y un político dogmático e influyente. El anticapitalismo y la negación de la realidad fueron sus dos principios esenciales.
La muerte de Julio Anguita ha tenido un impacto notable sobre la opinión pública. En los comentarios, casi siempre positivos, se ha destacado su singularidad como líder carismático, el “califa rojo”, y la alta calidad moral de su ejecutoria. Y quienes se proclaman sus sucesores, dirigentes de Unidas Podemos y de iu, subrayan el vínculo entre la personalidad política de Anguita y la estrategia por ellos seguida. En términos literales, el más fiel ha sido su heredero espiritual y coordinador de los restos de iu, el ministro Alberto Garzón, leal a su predecesor hasta en la condena del turismo, y el más explícito Pablo Iglesias, al resumir en una frase el carácter profético de la obra de Anguita y la propia decisión de secundarle: “Nos marcaste un camino que algunos quisimos seguir…”.
Dada la importancia de Unidas Podemos en la escena política española de hoy, conviene tomarse en serio esas evocaciones y pensar que Julio Anguita fue mucho más que una estrella fugaz de nuestra vida pública. Tal y como advierte Iglesias, definió las coordenadas de una estrategia de izquierdas, de vocación antisistémica, que la crisis de 2008 y la entrada en juego de Unidas Podemos han convertido en un realidad insoslayable. En una palabra, Anguita construyó el puente mediante el cual fue salvada la ideología comunista del marasmo producido por el desplome de la urss. El procedimiento fue bien simple: dejar de lado ese fracaso, rechazar todo análisis del mismo, y hacer de un anticapitalismo visceral, en todo y por todo, el pilar de la supervivencia comunista.
Una reciente autobiografía de Anguita permite seguir el itinerario que lleva a ese punto de llegada. Las distintas etapas de radicalización del joven maestro y estudioso de la historia que es Anguita se caracterizan por un rasgo peculiar: en sus palabras, se muestra leal a la dirección del partido, pero desde un fondo de pensamiento que le empuja cada vez más hacia el rechazo. Va encontrando las posiciones que adopta el pce “raras”; es decir, no le gustan.
Cuenta sobre todo que Anguita se instala desde sus comienzos en lo que llamará “el hilo rojo”, una visión dualista donde en el polo del bien está el comunismo y en el del mal, el resto. Lo suyo es un fundamentalismo que esgrime primero el manifiesto-programa del pce de 1975, donde se habla de una democracia política y social y de un referéndum. Como eso ha de abandonarse por exigencias de la legalización, Anguita siente que el partido va hacia una desviación irremediable.
En su malestar, renuncia a ahondar en nada, pero distancia sí toma. Así sobre la Constitución, escribe: “algo había que no me gustaba, que no entendía”. Sobre el abandono del leninismo: “Aquí había algo extraño. ¿A qué venía hablar entonces de leninismo? Este debate era absurdo” (SIC). Es decir, en 2015 Anguita todavía no ha comprendido que un partido no podía ser reconocido como democrático llevando a Lenin en su bandera. Finalmente, los Pactos de la Moncloa, que le provocaron “un rechazo instintivo”, el sentimiento de que toda la lucha del pce, “¿para qué ha servido ?”. La democracia al parecer era irrelevante. No es casual que en el pensamiento de Anguita, el método marxista se sustituye por Marx como mero símbolo, con “la explotación, la plusvalía, etcétera”. ¿Para qué complicarse la vida preguntándose por los efectos económicos de la no realización de los pactos?
El espejismo
El ascenso político de Anguita resulta inseparable de su etapa como alcalde de Córdoba entre 1979 y 1986. Antes tuvo una intensa participación en la campaña electoral de 1977. La extraordinaria calidad de Anguita como orador hizo que sus mítines se multiplicaran. Según él mismo anota, su estilo oratorio llevaba la impronta de la condición de maestro, claro en sus afirmaciones, con ejemplos que las ilustraban, y una orientación pedagógica que no excluía la dureza de las conclusiones. No era un mitinero tradicional.
Anguita mostró entonces un rasgo que permanecerá inmutable a lo largo de su vida: la absoluta seguridad en cuanto decía o anunciaba. Por eso en la polémica fue imbatible. De ser la cuestión compleja, ponía por delante el supuesto “método científico” que le inspiraba para de inmediato anular las objeciones del adversario, sin que le importara que sus propias afirmaciones fueran infundadas o falsas. El impacto de la posverdad era el mismo.
A lo largo de 1988, el vacío creado en las direcciones de PCE e IU y el desistimiento de Nicolás Sartorius llevaron a Anguita a ser nombrado para ambas. La buena fama de la gestión como alcalde de Córdoba hizo concebir muchas esperanzas. Curiosamente, poco después, tanto el citado Sartorius como el secretario general de CCOO, Antonio Gutiérrez, coincidían en estimar que en términos políticos Anguita era un desastre. Los efectos empezaron a sentirse pronto. En declaraciones televisadas y en reuniones de la presidencia de iu, marcando distancias con el PCI y elogiando en cambio el comunismo ortodoxo del portugués Cunhal. Entre tanto reanudaba las relaciones cortadas en 1968 con el PC checoslovaco y el vínculo con la URSS(veraneo incluído), anticipo de las conversaciones de reunificación con el partido prosoviético de Ignacio Gallego, celebradas a fines de 1989, y en Moscú. Regreso al pasado.
El retroceso quedó sepultado bajo el avance que desde entonces hasta 1996 registró IU a favor del desgaste del PSOE, iniciado con la huelga general de 1988. Anguita podía presentarse como heraldo de una necesaria recuperación de la auténtica política de izquierda y de la moral pública. Las elecciones de 1989, 1993 y 1996 marcaron extraordinarios avances, cuya cara oculta solo se reveló en 1995, cuando en las elecciones municipales y autonómicas la oposición al PSOE, identificándole de hecho con el PP, propició la victoria de Aznar. Eran las “dos orillas”, un remake de la doctrina del “clase contra clase” de la Comintern. Elogios de la derecha. Él ni se inmutó.
Paralelamente, fue apartándose de la política democrática del pce durante la Transición. La alternativa a la Europa capitalista fue esbozada desde 1989 y cuajó en la oposición al tratado de Maastricht en 1992. Ni eurocomunismo, ni “casa común” de Gorbachov. Los puentes con la Constitución de 1978 fueron volados en 1996: había sido un gran engaño a los trabajadores. Desde entonces, ¡viva la República! Anguita se adentraba en el espacio antisistema, pero su infarto de 1999 le impidió seguir en el liderazgo. Le quedaba la doble función, censoria y profética.
El anticapitalismo como mantra
Desde un principio, Anguita había dado con una fórmula simplificadora, que permitía eludir el coste de afrontar el fracaso soviético. La condena del capitalismo, en todas sus variantes, daba las razones para seguir siendo comunista. Los famosos “principios” de Anguita eran dos, en sus propias palabras: el anticapitalismo como eje y la negación de la realidad como complemento. No había que indagar sobre los aspectos concretos de la realidad social y política, sino rechazar de plano cuanto directa o indirectamente favoreciera la supervivencia capitalista. De ahí su enemiga contra toda solución no radical o reformadora, como la atribuida al pci. Y aquellos que no comparten el “programa” comunista se convierten automáticamente en traidores al propio pensamiento y en vendidos (como a su juicio, sin aducir dato alguno, era “el caso emblemático” de quien esto escribe).
Su juicio sobre la política “modernizadora” de Felipe González era un disparatado museo de horrores: “desvertebran la agricultura, desmantelan el tejido productivo por imperativo de Europa, prima el negocio, prima la especulación… supeditándose a lo que quiere el capital extranjero”. Anguita no entiende nada, pero lo condena todo.
Así que una vez adoptado el indicador esencial, todos los fenómenos sociales y políticos encuentran su lugar en el cielo o en el infierno de Anguita, con la seguridad y la simplicidad del texto dictado por un maestro de escuela. Al infierno van la Europa de los mercaderes, ya que no es de los ciudadanos, su plasmación por el tratado de Maastricht, contrario al Estado de bienestar, el euro como instrumento capitalista, etc. Sin etiquetarlo, Anguita sueña con una economía autárquica, “un desarrollo autocentrado, endógeno” que mediante la planificación “produzca los bienes y los servicios que la gente demanda”. Los problemas del crecimiento o de la “economía sostenible” no le interesan.
En el fondo, se trata del socialismo en un solo país, que sería alcanzado mediante la violencia, según él mismo “explicó” (SIC) durante una reunión de la presidencia de Izquierda Unida. Su “programa, programa, programa” era bien simple. Una vez proclamado, antes o después llegaría la victoria electoral, y al ocupar el gobierno, tras una reforma fiscal “terrorífica” y la nacionalización de la banca, la burguesía se levantaría –hizo el gesto elevando las manos juntas–, y entonces… “¡a hostias!”. Lo de la victoria electoral, con el 10% de votos, iba para él en serio: ante el declive del PSOE, su objetivo en 1995 era el sorpasso, según el fugaz ejemplo italiano de 1984. Una vez más, ignorando la realidad.
El comunismo sigue siendo la finalidad, gracias a la centralidad absoluta del anticapitalismo, y podrá mantener su capacidad de convocatoria, cuando a partir de 2008 la fase de crecimiento capitalista ceda paso a la crisis económica. Imperturbable Anguita en su actitud de Casandra, afirmará una y otra vez que su profecía se había cumplido. Además este nuevo comunismo podrá incrementar su bagaje ideológico aprovechando las experiencias populistas, como la de Chávez en Venezuela, que aportan una modernización en el uso de los medios, alicientes para la captación a corto plazo de una clientela popular y un arsenal crítico remozado de la democracia representativa. La ocasión llegó con la ventana de oportunidad del 15m: vía Podemos, los discípulos de Anguita e imitadores de Chávez han resucitado la propuesta antisistémica.
Vimos hasta qué punto es intensa la deuda afectiva de Iglesias con el político fallecido, pero sobre todo importa el seguimiento del patrón ideológico anclado en la satanización del capitalismo y de todo cuanto pudiera llevar a su mantenimiento o consolidación. Sirve de instrumento la permanente descalificación del otro y un estilo polémico que rechaza siempre el análisis de los propios errores, recurriendo a las falsas evidencias. Igual que Anguita. Y como última consecuencia, la subordinación de toda reforma a la exigencia de desbordar el sistema. El relevo comunista se encuentra asegurado. ~
Antonio Elorza es ensayista, historiador y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid. Su libro más reciente es 'Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleón: una agónica lucha por el poder' (Alianza Editorial, 2023).