A la hora de leer ensayos me guío por la idea de que si tienes algo que decir, lo mejor es decirlo de la manera más clara. Me desconcierta que la argumentación quede sepultada bajo un estilo farragoso, o que se acumulen citas y referencias que pasen por encima de las cosas en lugar de abordarlas explícitamente. En muchas ocasiones esta manera de sugerir o decir de manera esquiva sirve para camuflar textos cuyo contenido efectivo se reduce a unas pocas líneas. Un problema, por cierto, que tiende a ser mayor cuanto más se intenta abarcar, cuanto más general es el proyecto.
En La nueva masculinidad de siempre. Capitalismo, deseo y falofobias, Antonio J. Rodríguez se pregunta si los cambios recientes en materia de género han modificado en algo nuestra concepción de lo masculino, o si esta sigue siendo la misma bajo un disfraz diferente (la “nueva masculinidad”). Para esta crítica pone sobre la mesa todos los mecanismos de captación posibles: cuestiones de actualidad, enfoques de lo más variado, un amplio número de referencias y afirmaciones atractivas por su rotundidad (“el pensamiento, por definición, es un acto violento y también un acto de amor”). Parece, no obstante, que este aparato se vuelve en su contra, ya que la tesis se diluye pronto y el libro empieza a disparar a muchos sitios sin dar en ninguno de manera convincente.
Como en cualquier otro intento de describir la realidad desde una perspectiva única –en este caso, la heterosexualidad como ficción–, hay que realizar acrobacias argumentativas. En un capítulo dedicado al terrorismo, la descripción de atentados como Columbine, el 11S o Charlie Hebdo parece una excusa para la conclusión de que “más allá del terrorismo, el impulso autodestructivo es mucho mayor en hombres que en mujeres”. Una introducción sobre la crisis económica de 2008 da paso, unas líneas después, al libro Sexo y mentiras de Leila Slimani sobre la vida sexual en Marruecos. Y en otro punto, y durante varias páginas, hay un empeño en hacer funcionar la comparación de la travesía de Cristóbal Colón con el camino al éxito de Elon Musk.
Este tipo de asociaciones no conducen a una conclusión como tal, sino que se validan remitiéndose siempre al punto de vista inicial. Después de listar a acosadores y violadores del mundo de la cultura, puede parecer lógica la generalización de que “crimen sexual e historia de la cultura son dos cosas que ya no pueden disociarse”, aunque sea una frase que tomada por sí misma no signifique gran cosa. A pequeña escala, esta dispersión se aprecia en la formulación de máximas que aspiran a sintetizar un razonamiento, y que pueden funcionar por su sonoridad dentro del párrafo pero no tienen mucha lógica fuera de él: “la hipocondría es el terrorismo de la vanidad”; “el dinero puro, como el aire puro, es difícil de encontrar”.
Si hay un intento de profundizar en nociones como lo queer, el “amor plural” o los roles de género, se pierde al tratar de relacionar estas nociones con todo, usarlas para describir todo. Consecuencia de esta brocha gorda es la vuelta a toda una serie de tópicos sobre la actualidad, algunos en su forma menos pudorosa: Amazon, Facebook, Google, El lobo de Wall Street, American Psycho —el aforismo “en el fondo de toda prosperidad, el ADN de la metástasis” intenta ser algo así como un resumen del capitalismo—, la velocidad de internet, la abundancia de información, el “capricho de un algoritmo”…
O el uso de construcciones sentenciosas, a caballo entre el juego de palabras y la provocación, y que se suponen autoexplicatorias: “La afirmación yo soy heterosexual, antes que un hecho científicamente constatado, es un enunciado que tiene forma de superstición y sortilegio”. Rodríguez señala matices, por ejemplo, a propósito de cierto feminismo crítico con otro feminismo. Pero no duda en dar por hecho que “mientras los hombres sigamos siendo incapaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá”.
Estos problemas no son tales, claro, si el lector siente complicidad hacia las ideas expuestas, ya que todo lo que se asume o afirma es válido sin necesidad de mayor contexto. En este sentido, La nueva masculinidad… parece estar dirigido a quien ya viene convencido, a quien está familiarizado con todo lo que se dice y quiere confirmación por escrito. No es un objetivo ilegítimo, pero sí uno un poco pobre. Quizá los momentos más conseguidos son precisamente aquellos en los que desaparece esta audiencia imaginaria y la urgencia de actuar frente a ella, y la escritura se vuelve más sencilla. Ocurre con las consideraciones sobre la paternidad, o en las entrevistas finales a Alexandra Dezzi, Elizabeth Duval o Rubén Serrano, donde se exponen algunos de los temas más importantes del libro sin las pretensiones del tono oracular.
En diversos puntos aparecen expresiones como “disertar sobre la nada” o “fast food de la filosofía”. Uno tiene la impresión de que por la fragmentación y la trivialidad, se encuentra precisamente frente a ese tipo de texto: un conjunto de ideas sueltas, que ya conoces de otras veces, y que si acaso funcionan como las notas preparatorias para una redacción posterior. Un libro, en definitiva, con poco que decir, pero con acceso a decirlo.
Manuel Pacheco (Villanueva de los infantes, Ciudad Real, 1990) es músico y filólogo. Es autor de 'Las mejores condiciones' (Caballo de Troya, 2022).