FONT FACE=Georgia, Palatino, Times SIZE=3>Apenas el comienzo
Marco Antonio Montes de Oca, Delante de la luz cantan los pájaros, FCE, Letras Mexicanas, México, 2000, 1181 pp.
La maravilla del mundo impulsa a la poesía de Marco Antonio Montes de Oca, y esa maravilla —al igual que en Fray Luis de Granada— se manifiesta de lo particular a lo universal, minuciosamente, sin un afán exhaustivo (como muchos creerían) aunque sí taxonómico. Las tonalidades de verde que ofrece una sola y pequeña selva del orbe, los distintos rubores del costillar de un helecho, el innumerable cutis de una corcholata cubierta de moho se parecen al amoroso catálogo del mundo que es la poesía de Montes de Oca. Es mucho y es poco. Es 1,181 páginas de vaciar odres de tinta, pero esa cifra es nada comparada con el peciolo de una hoja que, en este instante, se desprende de un tallo cualquiera. Es mucho, por supuesto, a tal grado que los otros poetas, ante la ocurrencia de una imagen inaudita, suelen dudar si ésta no estará ya inscrita en los renglones de Montes de Oca; pero su obra no se lee como clausura sino como sur-tidor: poesía llama poesía, y el chorro original es inagotable.
En el último poema de este librote (que contiene toda su obra conocida más cinco títulos inéditos, un apéndice con notas críticas y una revisión bio-bibliográfica) se lee: "Yo escribí demasiado nada más por amarte…" , y aunque al lector le queda claro esta especie de epígrafe a posteriori, sospecha de la palabra "demasiado" como de la joven escultural que se queja a cada instante de estar gorda. No es demasiada la poesía de Montes de Oca, ¿cómo iba a serlo, si la búsqueda no hace más que pisarle los talones al hallazgo, si el tema es siempre rebasado por el aliento mismo? Me explico: la fuerza que enlaza estos poemas desborda invariablemente el envase temático. Le importa más, a Montes de Oca, la savia que recorre este verdeante macizo que lo que dice cada una de sus palabras. Vale más el resuello del tigre, diríamos, que los ochos que dibuja en su jaula. Estamos ante una poesía que es puro aliento, el solo hato de cuerdas vocales sin garganta que las embalsame o boca que las module. Esa es, tal vez, la voz más libre y natural de todas, la que sólo puede contagiarse de sí misma, la que sacrifica sus perímetros por la salud del centro, la que no se preocupa por dar en el blanco sino por no vaciar nunca el carcaj.
No me sacia ya el alba marina
Toco el violín con un clavo
Y voy hacia la substancia
De esta escasa desmesura
Con el temor de no ser cierto.
Son casi cincuenta años desde Ruina de la infame Babilonia, y aunque todavía todo se ahoga de pena, hay mañanas perfectas en las que escuchamos el rumor del viento al recortarse en nuestros brazos. Pobres los que no escuchan, pobres también los que no cantan. La opulencia de Montes de Oca no se debe tanto a la constancia como a la necesidad vital de escuchar y cantar, de recibir al mundo, que se expone, y de exponer a su vez un alma siempre esponjada de mundo recibido. Quien le reprocha a una cascada su falta de nitidez tiene la mira completamente errada, pero dado el caso su reproche será (como una salva disparada a una manada de elefantes) lo único que se acabará perdiendo en ese desplome de las aguas.
Dondequiera que abro este libro encuentro una mirada lúcida, que ilumina lo que mira y lo transforma bajo esa siempre nueva luz que es la sensibilidad poética de Montes de Oca. Nada vuelve a ser lo mismo ante esos ojos, ante esa fuerza enlazadora (cuyo principal motor, en retórica, es todo lo que engloba la figura del tropo) que va ayuntando, febrilmente, una cosa con otra como si tejiera al mundo con afiladas agujas de largo alcance. Pastor de metáforas, taumaturgo, a Marco Antonio Montes de Oca hay que leerlo como si cada página fuera la primera. De hecho, así es. –
(ciudad de México, 1969) es poeta. Es autor, entre otros títulos, de 'Bipolar' (Pre-Textos, 2008), 'Pitecántropo' (Almadía, 2009) y 'Ex profeso' (Taller Ditoria, 2010).
