Foto: The White House / Dominio público

El manifiesto simplista

El simplismo, un pensamiento dicotómico según el cual, al resolver problemas complejos, la realidad es irrelevante y la fuerza de voluntad más importante que los aspectos prácticos, ha pasado de los márgenes al primer plano de la política estadounidense. Estos son sus sellos distintivos.
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Cuando Phyllis Schlafly miraba el mundo, el camino hacia la salvación era claro. Para la líder antifeminista de los años sesenta y setenta, “la civilización avanza, la libertad se gana y los problemas se resuelven porque tenemos personas maravillosas que idean soluciones simples”. La complejidad era para los confundidos o los que no funcionaban óptimamente.

Un creciente número de estadounidenses está adoptando nuevamente esta visión. Muchos en la resurgente extrema izquierda se han unido a la extrema derecha en la creencia de que los problemas cotidianos podrían superarse si tan solo los responsables de crear las políticas dejaran de entretenerse en los márgenes del sistema y adoptaran esas soluciones que supuestamente tenemos en las narices. Ahora más que nunca, entender las implicaciones de esta actitud es vital.

En su clásico La política de la sinrazón (1970), los sociólogos Seymour Lipset y Earl Raab acuñaron un término para referirse a este pensamiento en blanco y negro: “simplismo”. Lo definieron como “la atribución inequívoca de causas y soluciones únicas a fenómenos multifactoriales”. Para los defensores de este modo de pensar, la realidad era irrelevante y la fuerza de voluntad tenía más importancia que los aspectos prácticos. Para el simplista, “decir lo correcto, creer lo correcto, es la esencia de la victoria y el remedio”. Schlafly fue la personificación de esta idea. “Hay una solución muy simple para abordar el problema del comunismo en el mundo”, declaró en una ocasión. “Dejen de ayudar a los comunistas”.

Lipset y Raab no profundizaron en el análisis del simplismo. Desde su punto de vista, era apenas un aspecto del extremismo político y lo despacharon en unas cuantas páginas. Pero ahora el simplismo ha pasado de la periferia al despacho oval, y más allá. Los estadounidenses estamos rodeados de buenos eslóganes para malas políticas, desde “Construyan el muro” hasta “Abolan la policía”. Ambos extremos del espectro abandonaron las soluciones viables y regresaron a las “causas y soluciones únicas”. Entonces, ¿cuáles son los sellos distintivos del simplismo?

 

Primero: la solución siempre es clara y el debate innecesario

¿Qué hacer ante un supuesto tropel de “ilegales” cruzando la frontera? Construir un muro. Como declaró Trump en un discurso en el despacho oval, “esto es solo sentido común”. La exigencia de “sentido común” era también una de las favoritas de Stephen Miller, el asesor de Trump, quien la utilizaba para justificar la teoría conspiratoria que afirmaba que “intereses especiales quieren traer [al territorio estadounidense] más trabajadores no calificados” con el objetivo de reducir los salarios. Los simplistas rechazan la discusión porque creen –o quieren creer– que sus posiciones son verdades evidentes.

 

Segundo: la oposición es estúpida o maligna. Si no pueden aceptar tu solución, es porque son muy tontos o demasiado maliciosos para adoptarla

En un discurso en el que llamaba a construir el muro fronterizo, Trump optó por esta última interpretación. Después de enlistar a varios estadounidenses asesinados a manos de inmigrantes, preguntó, “¿Cuánta sangre estadounidense debemos derramar antes de que el Congreso haga su trabajo?”.

“Esta es una elección”, concluyó, “entre lo correcto y lo incorrecto, la justicia o la injusticia”.

 

Tercero: objetar significa ponerse del lado del enemigo. No puede haber un punto intermedio

Cuando algunos republicanos votaron para bloquear la declaratoria de emergencia de Trump, cuyo objetivo era construir el muro, la comentarista de Fox News Tomi Lahren declaró que aquellos republicanos en el Senado “no quieren el muro más que los demócratas. Solo se esconden detrás de excusas convenientes, que posiblemente no sean sino mentiras”.

“Ponen la R de “republicano” junto a sus nombres”, añadió, “pero bien podría ser un adorno navideño; no significa nada”. Para los simplistas, incluso la oposición ocasional es inaceptable.

 

Cuatro: las normas políticas no importan. Las propuestas simplistas son tan inviables desde un punto de vista legislativo y práctico, que deben eludir las reglas

No es de extrañar que el muro –la política simplista por excelencia– se esté construyendo a través de una burda extralimitación ejecutiva. Trump declaró un estado de emergencia para pagar su construcción, luego del cierre del gobierno más largo en la historia de Estados Unidos, y obtuvo fondos al desviar dinero destinado al Pentágono. Pasar por encima de las reglas es más fácil cuando se tiene la arrogancia del simplista.

 

Los resultados del simplismo son funestos. “Construyan el muro” es un eslogan llamativo para los mítines, pero no hace nada para abordar el problema del 62% de los migrantes indocumentados que se quedan en Estados Unidos luego de que sus visas de trabajo expiran, más que “entrando sin inspección”. También es poco probable que el muro detenga a quienes están dispuestos a cruzar a la vieja usanza, pasando directamente sobre la frontera: los cárteles ya identificaron una herramienta eléctrica que puede cortar el muro y que se vende por menos de 100 dólares.

Todo este asunto no ha sido más que una prueba de lealtad de 11 mil millones de dólares. De hecho, dado que el simplismo se rehúsa a lidiar con el mundo real, sus formas más extremas niegan por completo la necesidad de gobernar. Esto nunca fue tan claro como cuando la Convención Nacional Republicana de este año sustituyó todas sus propuestas de políticas públicas con el compromiso con “la agenda ‘America First’ del presidente”. En un momento de crisis nacional, el partido republicano se dio por vencido. Para los simplistas, el eslogan es la plataforma.

La tendencia del simplismo de alentar la polarización es igual de insidiosa: si acusas a los detractores de saboteadores y consideras que el disenso es incomprensible, no hay espacio para ningún tipo de discusión. Dado que los simplistas hablan más alto y tienen eslóganes más pegajosos, partidos enteros pueden queda asociados con ideales que no apoyan. A pesar de que los demócratas, desde Sanders hasta Biden, han rechazado los llamados a “quitarle financiamiento a la policía”, los estrategas republicanos no han dejado pasar la oportunidad de pintar a sus oponentes como radicales. No es sorprendente que tantos ciudadanos estadounidenses hayan dejado de hablar con el otro extremo. Un sondeo reciente de Pew Research encontró que solo el 3% de los votantes de Trump y Biden reportó tener muchos amigos que apoyan al candidato contrario. Alrededor del 40% aseguró no tener ninguno. El simplismo reconoce solo dos categorías: amigo o enemigo.

Tal vez el peligro más grande es que el simplismo se alimenta de sus fracasos. Sus políticas ineficaces no resolverán los problemas de los Estados Unidos, por lo que los llamados a tomar acciones radicales se intensificarán. En este ambiente de crisis, las normas no son límites sino obstáculos. La política se convierte en dos polos inamovibles, que paralizan al Congreso y detienen la aprobación de soluciones basadas en políticas públicas. Mientras el simplismo continúe gobernando, los problemas de este país empeorarán, y el proceso se repetirá.

Lipset y Raab tuvieron la buena suerte de vivir en una época donde el simplismo era solo un signo de los extremistas marginales. Ahora tiene una infinidad de adeptos en la izquierda y la derecha, y cuente con el presidente de los Estados Unidos como simplista en jefe.

 

Publicado originalmente en Persuasion y reproducido con autorización.

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es graduado en historia por la University of Oxford, donde fue editor de The Oxford Student.


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