La ciudades de México se han convertido en unas azoteas cochinas y saturadas de basura gracias a las “campañas electorales”. Las ciudades como campos para una batalla mortal que libran entre sí los pendones y pósters, banderolas y banderines, afiches y pegotes vociferantes de candidatos ansiosos de enterar a México de sus ganas de salvar a México. Tendederos de caras como calzones y lemas como calcetines. Lluvias de plástico colgando de las tripas de sus mecates para edificación de la democracia…
Los partidos políticos convierten a las ciudades en aparadores para vender al mejor postor sus más bajos apetitos (no hay de otros). La exhibición de su miseria humana es a tal grado cínica que no les importa violar la ley para protestar, si ganan, que habrán de respetarla. Que ensuciar el “mobiliario urbano” con propaganda electoral sea ilegal, y que los candidatos a crear leyes comiencen por violar las que ya existen, ¿será una forma de la sinceridad? Según la prensa hay legisladores que promovieron esa ley que son los que más se anuncian…
Un absoluto asco, y no sólo visual: no hay sector más aborrecido en México que los políticos: monopolizan el derecho a violar la ley para promover su amor a la ley. Que además lo hagan con dinero saqueado a la misma ciudadanía que ofenden con su propaganda cierra un círculo que ya ni siquiera es vicioso: es perverso. Que los futuros legisladores ensucien las ciudades en tiempos en los que la basura amenaza con enterrarlas ya ni siquiera es perverso: es enfermo.
La multiplicante pandilla patriotera de ocasión privatiza el espacio civil. No hay puente, poste, farola, árbol, banca, fuente, plaza, glorieta, calle, calleja o callejón que no esté maculado por fotos del candidato Canseco o la candidata Cándida. Muestran sus sonrisitas obsequiosas y mendigan un votito por amor de Dios, jurando honestidad, certificando la esperanza, anunciando que hay futuro. “Vota por mí: patria, amor y frijolitos”. ¿Por qué habría de hacerles caso? ¿Porque tienen corbatas, dientes, flecos y cachetes?
El 96% de la propaganda se coloca en lugares prohibidos. ¿Qué porcentaje de las toneladas de plástico contaminante que revolotean en mi ciudad fue pagado por mis impuestos? Calculo haber aportado el costo de la impresión de por lo menos uno de los abundantes chinitos del combativo lado izquierdo de la populosa cabellera de la candidata Tortadepierna, despeinado 100 mil veces en 100 mil pendones.
De nada, señora. Ya lo sabe usted: no tengo de otra que estar a sus órdenes, y pagarlas de mi bolsa.
¿Cuántos millones de pesos cuesta tapizar las ciudades con las caras de los mexicanos estadísticamente más despreciados por los mexicanos? Por lo menos tanto como costará limpiarlas. La Secretaría de Obras y Servicios del gobierno del DF ha recogido 46.5 toneladas de mierda electoral. Cuando terminen las campañas la cantidad se habrá quintuplicado. Un himalaya de plástico imperecedero lleno de rostros idiotas y lemas que nacieron muertos.
Un ciudadano, Jesús Robles Maloof, la lanzado un movimiento, “ContingenteMx”. Organiza a otros ciudadanos dispuestos como él a quitar anuncios de sus barrios. No, no es ilegal: técnicamente equivale a recoger basura de la calle y regresarla al basurero del que nunca debió haber salido.
No es mala idea. La apoyaría con una condición: que el ciudadano Robles Maloof garantice, cuando ya sea famoso, que nunca veré su cara colgando de un puente.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.