La risa en los conciertos

¿Por qué no acompañar a los músicos que, al errar, ríen? ¿Por qué negar todo lo que hay de cómico sucediendo en un concierto? 
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El director levanta los brazos. Los músicos se preparan. Con un gesto rebuscado y pedante de las manos, el director marca el principio del concierto. El cornista francés no entra cuando le toca, a causa del gesto poco claro del director. Un “tran-tran” de arpa acompaña el silencio. El concierto prosigue. Viene otro solo del corno francés, pero el cornista, por segunda vez, no responde. Está perdido. A su lado, el flautista se ríe por el error de su compañero, pero lo que el público no sabe es que él también está perdido. Le dan la entrada del solo de flauta, y el flautista, al perder la entrada, levanta su atril para quedar escondido detrás de éste. El sordo “tran-tran” del arpa acompaña, una vez más, el silencio. Detrás del atril del flautista, sobresalen sus hombros, que se mueven frenéticamente. El flautista no para de reír, intenta controlarse, pero es muy tarde, ya contagió de risa al oboísta y al clarinetista. Este último pierde también la entrada de su solo. Los músicos se esconden tras sus atriles intentando contener la risa, en un esfuerzo poco menos que titánico. Un amigo de ellos, sentado en primera fila del público, se va encogiendo poco a poco en su silla ante la mediocridad del director y el completo fracaso del concierto; en sus oídos resuena el “tran-tran” solitario del arpa. Comienza a dibujarse una sonrisa en su cara, reprime una pequeña carcajada, se encoge en su asiento mientras la risa mal contenida desfigura su semblante. El hombre de al lado se percata. Él también comienza a reírse. La risa se contagia de uno a otro. Todo el mundo se ha dado cuenta de algo anda mal, el único que no se inmuta es el director de orquesta.

Lo que acabo de relatar no es ficción, me lo contó un maestro, un músico profesional de renombre. Él era el flautista que no entró a tiempo. Mientras me relataba la anécdota, no paraba de reírse. Su relato me recordó varias situaciones de las en las que fui testigo, y a veces víctima, de un ataque de risa durante un concierto, un recital o un ensayo. ¿Qué se hace en tales situaciones? Reprimir la risa es a menudo imposible. Ahora bien, ¿qué tan malo puede resultar una carcajada a medio concierto?

Aunque uno esté acostumbrado a los músicos en frac que se sientan a tocar música seria y profunda ante un público serio y recogido, la realidad de los ensayos es otra. En ellos, la orquesta se comporta como un salón de clases de adolescentes. En primera fila, los violines. Son como las niñas bien portadas, guiadas por un ñoño ilustre: el concertino. A un lado de los violines, las violas, ese raro instrumento que siempre se las arregla para colarse en nutrida cantidad en todas las orquestas. Los violistas son músicos grises que no abren la boca y, con cara celosa y de resentimiento, miran de reojo a los violines. Junto a ellos, los violonchelos. No tan bien portados como las violas, los rodea sin embargo un aire engañoso de seriedad.

Tal como ocurre en el salón de clases, conforme uno se aleja del maestro la cosa empieza a volverse más variopinta. Compárese, por ejemplo, el porte, la expresión y el aspecto de los contrabajistas y los chelistas. Los primeros, con una actitud muy acorde con el laissez faire, tendrán un frac arrugado o una barba descuidada de tres días. Tras las cuerdas, en la primera línea, los alientos madera son serios a medias. Rígidos y bastante divas, son ácidos en sus burlas. Atrás de ellos, los metales no paran de hablar y de hacer bromas. Una de las más frecuentes es cuando el trombonista, decide que el flautista de adelante no está escuchando bien, así que justo en la parte forte de la pieza, pone la boca del trombón junto a la oreja del flautista que está sentado adelante. Éste queda momentáneamente sordo y con una taquicardia que dura algunos minutos. Por si fuera poco, tiene que soportar al histérico compañero del piccolo, que ensordece a toda la orquesta con su instrumento, incluyendo a él mismo. 

Atrás de los metales, como esos adolescentes que siempre sacan malas calificaciones y vegetan en las últimas filas, encontramos a los percusionistas. Por alguna razón siempre se escucha un murmullo constante al fondo de la sala que todos hemos aprendido a obviar. Después de todo,  ¿se les puede culpar por su mal comportamiento, si tienen que esperar 20 minutos antes de tocar un par de platillos? Además de eso, tienen que mover instrumentos voluminosos y pesados de aquí para allá, aunque sólo los toquen unos cuantos minutos durante el ensayo. Son los mudanceros del gremio orquestal.

Así, durante los ensayos, las bromas y las risas entre los músicos son muy  comunes. Además, tómese en cuenta que el músico lucha todo el tiempo contra el error, que puede echar a perder horas y horas de trabajo y produce pánico en todos aquellos que se dedican a las artes escénicas. En estas profesiones no hay posibilidad de corrección, como sí la tiene el artista creador y, en distinto grado, el orador y el conferencista. Es la reacción ante el error lo que distingue a un músico o a un actor con experiencia de un novato. El músico experimentado pondrá cara de palo ante el error, algunos incluso lo acentuarán con un delicado gesto de convicción, haciendo entender que así fue escrita la música y es culpa del compositor si suena rara. El actor saldrá del atolladero con una improvisación de la que nadie se percatará, o bien hará evidente su error con unas líneas improvisadas que harán reír al público y le ganarán su simpatía.

Lo que es cierto es que el músico experimentado, ante el error, se reirá en vez de sentir vergüenza, así que vuelvo a preguntar: en un concierto, ante la risa de un ejecutante, ¿no sería mejor acompañarlo en su risa? ¿No sería este gesto la demostración más contundente que la música es como la vida: igual de imprevisible, igual de efímera y, por lo mismo, igual de incontrolable? La risa de los asistentes a un concierto tendría la virtud de recordarles a todos, músicos y público, su esencial complicidad en el acto de disfrutar la música. Esa noche, después del error que cometieron algunos músicos y de las risas del público, la orquesta tocó inspirada como nunca.

 

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