Cy Twombly, contemporáneo de Robert Rauschenberg y Jasper Johns, fue la herencia del expresionismo abstracto norteamericano, que ejercitó con gran libertad de objeto y de composición. Fue característica de este artista –nacido en 1928 en Lexington, Virginia– la línea dinámica, que supo trazar en lienzos de gran tamaño de manera firme y clara, en relación con elementos gráficos y textuales, creando así una obra consistente.
Twombly trabajó en cuatro géneros diferentes –pintura, papel, grabado y escultura–, y conoció en vida el estatus de “artista estrella”. Numerosas exposiciones han honrado su valía. El cenit de su carrera fue la retrospectiva que el Moma le dedicó en 1994 con ocasión de su cumpleaños 65. Justo después, sus obras alcanzaron precios millonarios. Las obras de Twombly se encuentran hoy, por ejemplo, en los museos neoyorquinos Moma y Guggenheim y en el Centre Pompidou de París.
Los historiadores del arte se han ocupado siempre de Cy Twombly, sobre todo Richard Leeman, profesor de la Universidad de Burdeos. En Cy Twombly. Peindre, dessiner, écrire(París, Éditions du Regard, 2004), Leeman explica que el dibujo a ciegas que Twombly aprendió durante su servicio militar en 1953-1954 fue determinante para su grafía artística. Se trata de una grafía que el filósofo francés Roland Barthes señaló como “un enredo, casi un garabateo, una chapuza”. En un segundo momento, Barthes caracterizó las intervenciones escriturales de Twombly como sorpresas añadidas intencionalmente, y las clasificó como trazos de cuchillo, cifras y algoritmos.
Armin Zweite, director de la colección muniquesa Brandhorst, que incluye la mayor colección de obras de Twombly en Alemania, subraya también el enigma que es la obra de Twombly: “El carácter gráfico de su obra deja ver un ritmo de trabajo repetitivo, a pesar de que las variaciones casi infinitas de formas banales –como líneas, números, letras y el fracaso de esas figuras geométricas– conducen a composiciones impredecibles en las que se proclama una búsqueda insegura de fenómenos, que se vuelven tanto menos comprensibles cuanto más cercanos aparecen.”
El traslado de Twombly a Roma en 1957 significó un enriquecimiento de su obra. El tímido artista se estableció en Gaeta, el barrio de los artistas, y encontró nuevos motivos de inspiración. El paisaje, la luz y la presencia de épocas remotas lo conmovían, y en su arte encriptó mito e historia.
En los años sesenta, Twombly trucó los lápices y el gis por el pincel. Más tarde volvió a servirse del color otra vez. Su rojo, su amarillo y su verde claro brillan de manera tan determinante, “como si provinieran de la paleta de colores de un jardín de niños. La impresión de frescura y de energía puede ser evocada solo por la despreocupación del principiante” –así explica Armin Zweite la intensidad de colores en los cuadros de Twombly. El blanco, que domina sobre todo en sus esculturas, se originó, por el contrario, en un viaje que hizo a África en 1952-1953. En Marruecos, Twombly visitó ciudades típicas con muros encalados. Sus esculturas traducen aquellas superficies deslavadas.
En esa década, su obra todavía joven llamó la atención debido al carácter peculiarmente insuficiente de su pintura y dibujo. Su colega Donald Judd llegó incluso a escribir: “Hay unas cuantas salpicaduras y unos tantos salpicones, y por allá y acullá un tachón hecho a lápiz. No hay nada en estos cuadros.”
No es fácil entender a Twombly. Roland Barthes se las arregló con unas líneas del Libro del sentido y de la vida de Lao-Tse:
Produce sin apropiarse:
actúa sin esperar nada. Cuando concluye su obra, no se queda apegado a ella;
y puesto que no queda dependiente de su obra, ella permanecerá.
Twombly permanecerá.
Traducción del alemán de Enrique G de la G