Bret Easton Ellis ha amanecido de buen humor. O eso parece. Atiende a la prensa con una sonrisa en los labios, una sudadera holgada, vaqueros oscuros y zapatillas deportivas. Bebe un café y toma pastillas para el resfrío que, seguramente, le hará recordar durante unos cuantos días más la escala española del tour europeo de Suites imperiales, la entretenida, noir y un tanto disparatada secuela de ese clásico moderno que es su primera novela Menos que cero.
Hace ya veinticinco años de su ópera prima que sirvió para ubicar a Ellis en el mapa de la literatura norteamericana y para convertirlo –quizá contra su voluntad, quizá no— en la voz de la llamada Generación MTV o X, según los gustos. Etiqueta que, verán más adelante, poco parece importarle. No es lo único, el Bret Easton Ellis de esta charla es un hombre relajado, casi de vuelta de todo, satisfecho con los logros conseguidos y que disfruta su trabajo. Un hombre contento. Un hombre inquietante.
¿Qué respondería a aquellos que han visto en este libro un ejercicio de nostalgia?
Yo no soy una persona nostálgica en absoluto, no soy la clase de persona que sentimentaliza el pasado pero, teniendo en cuenta el mundo hacia el que nos dirigimos, Dios santo, los ochenta estaban bien, fueron bastante buenos. ¿Sabes qué es lo que más extraño en este mundo digital en que vivimos? Extraño tocar las cosas, sentir el tacto de los objetos. Extraño los discos, abrir el envoltorio de un disco, tocar un vinilo, extraño los rollos de película fotográfica, la película de verdad, las polaroids. Siento nostalgia por eso, no siento nostalgia por mi juventud, no siento nostalgia por ese libro, no siento nostalgia por los ochenta. Y tampoco creo que Suites imperiales sea un libro nostálgico.
¿Cómo decidió ponerse a escribir una secuela de esa primera novela?
Bueno, nunca se me había cruzado por la cabeza que escribiría una segunda parte de Menos que cero, pero cuando releí el libro mientras escribía Lunar Park, me quedé pensando en Clay, empezaron a surgir algunas preguntas acerca de él. No sé por qué, pero quería saber qué había sido de él, dónde se encontraba ahora y qué hacía con su vida. Quería volver a encontrarme con él. Siempre había querido escribir una historia de amor: Clay volvía a Los Angeles para realizar el casting de una película, se cruza con Blair, tienen un affaire. Ella está casada, tiene dos hijos, pero hay tanta pasión entre ambos…Iba a ser así, un libro agridulce, muy tierno, muy romántico, quería que fuera muy distinto a mis otros libros en cierta manera. Incluso coqueteé por un momento con la idea de que, ya que el libro iba a ser acerca de Clay, quien contara la historia fuera Blair. Me tentó escribir el libro con una voz femenina. Así que me mudé a Los Angeles para escribir el libro, también estaba escribiendo el guión de The Informers, una película grande, varios millones de dólares, con guión mío basado en mi propio libro, con estrellas de Hollywood. Tres años después, este es el libro que salió. Un libro oscuro, fruto de mi experiencia, repleto de personas terribles. ¿Qué demonios me pasó? Al principio de todo a mi vuelta a Los Angeles en 2002, traicioné profundamente a un amigo en un asunto relacionado con un contrato para una película. De alguna manera, este libro es mi penitencia. Mi amigo vendría a ser Julian. Yo no maté a mi amigo, claro. Deseé haberlo matado, pero no lo hice. Y había una Rain Turner, si te fijas el libro está dedicado a alguien cuyas iniciales son R.T. Así que hay mucho debajo de la superficie de este libro, es bastante autobiográfico. No era la vida que imaginé iba a vivir pero pasó, se acabó, he escrito un libro al respecto y he seguido adelante.
Al comienzo del libro, Clay deja claro que el autor/narrador de Menos que cero no es él sino un tercero, al que él y sus amigos conocían. Es decir, el Clay que los lectores conocíamos del libro anterior y el narrador de Suites imperiales no solo son personas distintas sino que el primero es una construcción literaria basada en el segundo. ¿Por qué a lo largo del libro no explotó más ese juego metaficcional?
Perdí interés. Tenía otra historia que quería contar. Fui consciente de que podía haber explotado ese filón y de que algún lector notaría que lo había dejado de lado, pero tenía otra historia que contar, pese a lo cual necesitaba que ese fuera el punto de arranque. El libro que yo quería no iba a jugar con lo metaficcional, tenía que ser un libro muy directo, con una trama de novela negra de serie B. Ya sabes, un guionista alcohólico conoce a una joven actriz que revoluciona el mundo del guionista. Una vieja historia del Hollywood decadente, contada por este guionista de medio pelo. Una de las razones para ese comienzo es que Clay es tan narcisista, suficientemente narcisista como para decir que yo, el escritor, estaba equivocado. Cogí algunos aspectos de su vida pero me equivoqué a la hora de retratarlo. Así que ahora él va a decirnos quién es en realidad, va a contarnos su verdadera historia. Y resulta que es mucho peor, es terrible. La ironía, la ironía.
Al leer esa afirmación inicial de Clay no pude evitar sentir que de alguna manera usted estaba hablando de sí mismo. Como si al poner en boca de Clay esas palabras, usted estuviera también revelándose ante la imagen que mucha gente tiene de Bret Easton Ellis.
Sabes, nunca lo había visto de esa manera pero creo que tienes razón. Es verdad. Esto es lo interesante de hablar con algunos periodistas, encuentran cosas que uno como escritor pasa por encima. Tú lees a través del libro, encuentras un patrón, encuentras conexiones que yo no veo. Quiero decir, el escritor, yo, tan solo escribe el libro. No pienso en todas las conexiones que hay. Estoy de acuerdo con tu lectura, creo que tienes razón, es una idea muy interesante, pero si te soy sincero debo decir que en ningún momento se me pasó por la cabeza. Quizá inconscientemente.
Después de un libro tan personal como Lunar Park, de cuya prosa usted dijo en algún momento que era lo más parecido a su verdadera prosa, ¿fue muy difícil a ese tono, a esa voz, a ese estilo minimalista?
No, en realidad no. Porque este es el libro que quería escribir, y cuando es así no es difícil. Si fuera difícil, si no fuera divertido, no lo escribiría. Lo digo en serio. Uno tiene una historia, quiere contarla de cierta manera, se sienta a escribirla e intenta disfrutarlo. Por supuesto que esta novela procede de un lugar muy doloroso, pero la escritura es la manera de aliviar ese dolor. Una de las razones que me hizo querer escribir este libro fue el regreso al minimalismo. ¿Cuánta potencia puede uno meter no en treinta líneas, no en veinte, no en quince, sino en diez líneas? Y una parte importante del proceso es reducir, reducir, reducir, cortar, cortar… Me gustaba mucho esa idea en su momento. No lo volvería hacer, no lo voy a volver a hacer, no volveré a escribir un libro como este otra vez, no pienso regresar aquí ni ponerme a en esta situación de nuevo, se acabó.
Ahora, más de veinte años después, ¿se siente cómodo con el rotulo de representante de la Generación X?
Realmente, no pienso en ello. Creo que fue Douglas Coupland quien fue investido rey de la Generación X, y si él se siente cómodo con su pequeña corona y su cetro y su reino de la Generación X, genial, todo para él, que se lo quede. Yo no quiero ser el representante de la Generación X. Me siento perfectamente feliz siendo, no sé, el asistente o el secretario. No quiero ser el rey. Nunca quise serlo. Puedo entenderlo, sí. Quiero decir, yo estaba ahí, era un joven escritor, y la prensa o la gente tenía que etiquetarme. Pero sabes, en el fondo, la respuesta, el éxito, la manera en que me lean o miren, tiene tan poco que ver con lo que yo haga. Cuando yo aparecí, allá por 1985, había muchos escritores jóvenes, muchísimos, varios de los cuales eran mejores que yo, que escribían mejores libros que los míos, ¿Dónde están ahora? Están vendiendo casas o enseñando en universidades, no lo sé. Quizá mi longevidad literaria, el permanecer aquí, está relacionado con que en el fondo no me importa. Quizá es por eso que he logrado durar tanto, que mi carrera está siendo tan larga.
¿No le resulta extraño que hoy en día Menos que cero, que era un libro realmente oscuro y desasosegador, se haya convertido en una especie de souvenir de los ochenta como, no sé, Regreso al futuro, “Thriller” o las películas de John Hughes?
Así es, se ha convertido en una especie de artefacto de los ochenta, quiero decir, fue escrito en esos años, nació en esos años, representa esos años, pero la verdad que yo nunca pensé que fuera un libro sobre los ochenta. Lo que creo que pasa es que la gente ubica el libro en esa época, una época en la que buena parte del arte trataba acerca de “sentirse bien”, fue la época del “sentirse bien”. Así que la gente mira hacia atrás, lo ve enclavado en esa época, como una piedra de toque de esos años, y lo sentimentaliza, como hace todo aquel que echa un vistazo hacia el pasado con nostalgia. Y sí, es un libro muy oscuro, muy duro, pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Lo que significa para mí, lo que significó para mí mientras trabajaba en él es tan diferente a lo que significó después para los lectores. Yo ni siquiera pensaba que ese libro fuera a publicarse, fue uno de mis profesores quién hizo se que publicara. Se lo dio a un amigo suyo que era agente, le gustó, él se lo dio a un editor y se publicó. Y yo dejé que ocurriera, claro. Tenía veinte años, cómo no iba a dejar que lo publicaran. Nunca imaginé lo que iba a pasar, pensé que leerían el libro unas doscientas personas y ya. Ahora me encuentro escondido en las sombras, veinticinco años después, mirando todo eso, sonriéndome a mí mismo. ¿Fue el destino? ¿La suerte? ¿Quién decide el éxito de un libro? El libro sale, se hicieron cinco mil copias de la primera edición para todo Estados Unidos. Nada. Esperaban vender la mitad. Veinticinco años después hay ediciones que celebran el aniversario del libro, en Estados Unidos, en Reino Unido, en Francia, aquí… ¿Qué carajo ocurrió?
¿Cómo va el proyecto de The Golden Suicides, la película que estaba escribiendo sobre el suicidio de la pareja de artistas formada por Theresa Duncan y Jeremy Blake?
Bueno, escribí el guión, el guión está listo. Pero aún no hay director, está lejos de recibir luz verde y a mí me van a despedir. Probablemente me echen del proyecto en las próximas semanas y contraten otro guionista para continuar. Esto es Hollywood, esto pasa todo el tiempo. Estoy algo sorprendido porque este proyecto fue idea mía, fui yo quien lo llevó a esa productora, quien fue de un lado a otro con él y ahora resulta que me van a despedir.
¿Está cansado de Los Ángeles y ese mundo? Por su última respuesta y por el libro pareciera que…
Oh, no, no. Adoro Los Ángeles. No me gustó al comienzo cuando me mudé, pero ahora me gusta mucho, es mi hogar. Está el Los Ángeles del libro y mi Los Ángeles, y el mío está muy bien, mi vida diaria está muy bien: Voy al supermercado, al gimnasio, doy caminatas, salgo con amigos, pedimos pizza a casa, vamos al cine, es una vida muy apacible, y me gusta que sea de esa forma.
– Diego Salazar
(Lima, 1981) es editor y periodista.