Ahora que es inminente el estreno de The Uninvited (2009), otra evidencia del saqueo desalmado al que Hollywood ha sometido de un tiempo a la fecha al cine asiático de terror en un vano intento por ocultar su escasez de ideas, conviene volver al filme que le dio origen. (Los directores de The Uninvited, Charles y Thomas Guard, se firman incluso como The Guard Brothers en un remedo más que consciente de The Pang Brothers, el dueto tailandés a cargo de la trilogía de El ojo, cuya primera parte ya fue destrozada en un remake encabezado por Jessica Alba. El saqueo sin límites ni pudor.) Estrenado en 2003, conocido en inglés como A Tale of Two Sisters y en español como Los poseídos –título absurdo y tramposo donde los haya–, el tercer largometraje de Kim Jee-woon (1964) obtuvo el Gran Premio del Festival de Gérardmer 2004 y triunfó en la entrega del International Fantasy Film Award del mismo año en tres rubros: mejor actriz, director y película. Eficaz puesta en escena de asuntos añejos –el doble, las fracturas anímicas, la casa embrujada– que haría las delicias de Henry James, A Tale of Two Sisters acude para actualizarla a una célebre leyenda del folclor coreano: Janghwa y Hongryeon (“Rosa y Loto Rojo”), la historia de dos hermanas sometidas a la furia de su madrastra que al cabo de morir en circunstancias trágicas –la primera se ahoga en un lago, la segunda se suicida– vagan como almas en pena hasta que su torturadora es ejecutada. Esta historia había sido llevada al cine en ocasiones anteriores: The Story of Jang-hwa and Heung-ryeon (1956) y The Great Story of Jang-hwa and Hong-ryeon (1962), ambas de Jeong Chang-hwa, y Janghwa Hongryeonjeon (Lee Yu-seob, 1972).
Aunque conserva a los tres personajes centrales, cambiándoles ligeramente el nombre –las muchachas se llaman Su-mi y Su-yeon, o sea Rosa y Loto; la madrastra es interpretada por Yeom Jung-ah, diva surcoreana que actúa también en H (Lee Jong-hyuk, 2002)–, la versión de Jee-woon se aleja del cuento tradicional para ofrecer un descenso posmoderno a los abismos de la psique ubicado en una finca campestre: ámbito rico en claroscuros que evoca la vivienda de Lost Highway (Lynch, 1996) y que gracias a la labor de Lee Mogae y Oh Seung-chul, responsables de la fotografía y la iluminación, constituye por sí solo un modo de relato en deuda con la tradición gótica y con la noción del mundo (espacio físico) como cerebro (espacio mental) que Gilles Deleuze captó en la obra kubrickiana. A esta mansión víctima de un hechizo semejante al de Bly –el hogar del eclipse moral erguido en el núcleo de Otra vuelta de tuerca– que poco a poco cobra un cariz funesto llegan las dos hermanas, interpretadas por Im Soo-jung y Moon Geun-young, recién salidas de un hospital luego de convalecer de un trastorno que les ha legado lesiones profundas que no tardarán en reabrirse para supurar en forma de presencias y ruidos fantasmagóricos. Desde un principio todo en la casona se antoja producto de un estado alterado que podría ser el de exclusión, típico de la psicosis: de los motivos florales, patentes en ropa y tapices para simbolizar a las protagonistas, a los diálogos que gradúan la información y fundan una atmósfera donde campean la incertidumbre y la violencia que pronto dejará de ser soterrada; de las situaciones irracionales, como la cena trocada en banquete neurótico, a las visiones que agrietan la realidad: la aparición de la madre suicida como preludio de la menstruación, el armario que abre sus puertas para revelar una penumbra ávida al igual que en El inquilino (Polanski, 1976), la niña impura que acecha bajo el fregadero de la cocina, el bulto sangriento que remite al delirio de Audition (Miike, 2000). Fábula perturbadora y melancólica reforzada por la música de Lee Byeong-woo, A Tale of Two Sisters conquista la pubertad como terreno idóneo para que las flores del mal germinen y desplieguen sus pétalos alucinantes.
– Mauricio Montiel Figueiras