Oprimo el botón del ventilador,
para después sentarme en el sofá.
Mi madre se acomoda en su sillón.
Ella acaba de cumplir cien años.
En este lugar espera a la muerte.
Lee vidas de santos entregándose
a los recorridos del sudor y al eco de los cascos
de los caballos contra las piedras.
Las fotografías de las paredes
me interrogan, pero primero me sacuden.
No se explican mi presencia
sin cristal y sin marco.
A pesar de su edad, mi madre aún tiene fortaleza
para inventar y maldecir.
Distingue mi silueta, deja el libro
junto a sus dientes postizos
y me habla a través
del oleaje de la temperatura.
Pequeña venganza: la escucho
mas no le contesto.
Sus lágrimas, color agua de guanábana,
resbalan por su rostro,
tan pálido y reseco como el mío.
Ahora son las risas las que cuelgan
de clavos en los muros.
Hablo, grito, saco la lengua
para decir ahhh pero simula
estar sorda.
Un tocadiscos pone a flotar un vals.
Un coro de salamandras acompaña
lo austriaco del sonido.
La voz de mi padre sale de lo asfixiante
del ropero y pronuncia
el nombre de sastre que me puso. ~