Ilustración: Jonathan López

“La información se ha convertido en una especie de Coca-Cola que provoca más sed”

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El periodista Alfonso Armada combina en Sarajevo. Diarios de la guerra de Bosnia (Malpaso, 2015) crónicas publicadas en el El País con el diario que realizó en paralelo a su trabajo como corresponsal. “Parece que lo más objetivo es la tercera persona, pero siempre hablamos desde nosotros, con lo cual es una especie de yo impostado –dice Armada–. Todo lo ves a través de tus ojos. Cuando utilizas la primera persona, puedes llegar al lector más adentro. Hay que tener cuidado también porque si la emoción lo puebla todo pierdes la distancia necesaria.”

¿Qué se hace mal al contar la guerra?

Que los redactores jefes o los directores no hayan cubierto guerras o no hayan hecho calle muchas veces hace que sean muy miopes. Les cuesta ponerse en el lugar del otro. Lo cual no quiere decir que siempre tengan que comprender. La distancia de la redacción que te corrige y tiene más fuentes equilibra las cosas. Pero muchas veces falta explicación, contexto y antecedentes históricos. Y espacio. Al final simplificas, cuentas las cosas de forma maniquea… Pero eso exige periodistas que tengan más tiempo, más capacidad de escuchar, redactores jefes que entiendan eso y después espacios para publicarlo. También haría falta tener otro tipo de lector. Los lectores se han vuelto comodones. Te dicen que bastante tienen con lo suyo. Muy bien, eso es legítimo, tu vida es tu vida, pero si quieres de verdad saber algo yo no te puedo explicar una guerra en dos minutos.

¿Los medios digitales no solucionan la falta de espacio?

Los medios tradicionales que tienen papel y su web se han vuelto también rácanos. Lo más difícil es determinar cuánto espacio necesito en la historia. Y eso lo decide un editor con mucha lucidez para decirte, mira aquí te falta paisaje, declaraciones, historia, introspección. Si el periodismo es relevante para nosotros démosle el espacio que necesita. Como redactor jefe tienes que entender eso o dedícate a otra cosa.

¿Se imagina estas crónicas en la era Twitter?

Se puede contar, pero no es suficiente. A mí las herramientas nuevas me encantan y las uso bastante. Pero son aproximaciones distintas. Lo bueno de Twitter es la cantidad de enlaces que se pueden poner, pero hay el peligro de quedarse solo en eso. Nos falta siempre tiempo. La información se ha vuelto una especie de Coca-Cola que provoca más sed.

Ahora hay una nueva ansiedad: las listas de las noticias más leídas.

Es la traslación del esquema de valores impuesto por nuestra sociedad, que es la rentabilidad, el capitalismo. Ese es el problema: ¿cuál es el valor de las cosas? ¿Lo que generan económicamente? ¿Los clics? Hay otros criterios para evaluar una información, un libro, una película. Si al final solo es el rendimiento es un camino de perversión absoluta. Después de haber criticado tanto a las televisiones por el share estamos haciendo lo mismo. Y al final dejamos de ser relevantes. Las cosas que más venden son de vergüenza ajena. Y aparte, si esto se tradujera en dinero… Pero es que no es así.

¿Qué diferencias ve entre aquel periodismo y el de hoy?

Bosnia ha sido una de las guerras mejor contadas por la prensa española e internacional. Ahora, el caso sirio tiene unos problemas tremendos; el caso de la República Centroafricana, que apenas existe; el caso ucraniano, que se ha cubierto un poco más pero tampoco mucho. Afganistán se contó mejor e Iraq también, porque había una continuidad. Hoy la cobertura es mucho más esporádica. Los medios gastan muchísimo menos en internacional, y se cubre muchas veces con free lance. Los medios se han vuelto más ombliguistas y hay una especie de obsesión narcisista-nacionalista por el mundo político propio. Eso explica que mucha gente haya dejado de leer periódicos porque se han vuelto narcisistas, superficiales, sectarios… Se han olvidado de contar historias. Se escucha mucho y se habla muy poco. También hay que tener en cuenta que si los periódicos somos narcisistas, el enviado especial es también es un gran narciso que piensa que está allí y entonces quiere espacio para contarlo. Y a veces falta un poco de perspectiva… Debemos tener cuidado con nuestra condición de estrellas del rock and roll.

¿Qué se encontró al llegar a Bosnia?

No sabía más que lo que había leído en los periódicos y me encontré con la Guerra Civil española. Como si por una trampilla hubiera aterrizado en Madrid en 1937. Quizá porque los bosnios se parecen físicamente a nosotros, porque las guerras civiles provocan un desgarro que es muy parecido. Y porque la gente era muy cosmopolita. Les gustaban el rock, las minifaldas y el alcohol. Como a nosotros. Y veías sus fotos de fiestas, que eran como las nuestras, y estaban rotas porque unos se estaban pegando tiros contra otros. Familias enteras desgarradas por el odio. Y yo lo que intentaba era contar a la gente cómo es vivir en circunstancias así. Cómo se come, te lavas o no te lavas, te enamoras o no te enamoras, vas al teatro o no.

¿Cómo se sobrevive a ese horror?

Escribiendo. Los fotógrafos lo hacen a través de la lente. Te centras en eso y tu obsesión es contar eso y componerlo para que sea un relato lo más fidedigno posible. Eso hace que te olvides de otras cosas. Después, cuando te quedas solo en tu habitación, puedes pensar. Cuando escribes, tu lápiz es tu chaleco antibalas, porque te centras en la historia. Estás allí para contarlo. Y cuando escribes le das un sentido, aunque no sirva para nada.

¿Cómo era su día a día?

Me hice amigo de Gervasio Sánchez. Los fotógrafos tenían que acercarse porque las fotos no se pueden inventar. Siempre estaba con él. Pero pasa lo mismo haciendo información local en Madrid. ¿Por qué los periódicos están muertos? Porque están encerrados en las redacciones y no se sale a la calle. Están a la pantalla y al teléfono, y la vida donde está es en el metro. Igual pasa en las guerras. Hay que tener eso de fondo, pero ir a buscar las historias. Mi día era ir al mercado, o a un hospital o a la morgue o a una tienda. Ir a hablar con la gente.

De todas las historias de lo que vivió allí, ¿con cuál se queda?

Lo que más me impresionó fue cuando descubrí que los actores habían decidido que para la moral de la gente era más importante hacer teatro que ir a combatir. La obra trataba de eso. Los actores se jugaban la vida para ir al teatro, uno murió y a otro le amputaron las piernas. Y el público también. El teatro te mantenía vivo, te hacía pensar sobre lo que eras, le ponía palabras al horror.

Escribió tres cuadernos, de 1992 a 1995. Debió de pensar que esa guerra era interminable.

La sensación que tenían los bosnios era esa. Dejé de ser pacifista en Sarajevo. Al final te puedes convertir en cómplice. El problema es que la guerra terminó en 1995 con los acuerdos de Dayton, pero hay un libro, Como si masticaras piedras (Libros del k.o., 2015), que es la historia de una forense que está investigando los restos de los huesos para devolvérselos a sus familiares. Hay todavía montones de cadáveres sin identificar, montones de familias rotas para siempre… Con la paradoja de que todos los países que se enfrentaron ahora quieren ser parte de la Unión Europea. ¿Tanto desgarro para acabar en la misma unidad? Por eso en España cuando hay partes con el discurso de la identidad…

Ha vuelto a Sarajevo.

Hace dos años Gervasio Sánchez me propuso volver en coche desde Zaragoza. Al final, en el último diario hay un boceto de poema con las cosas que nunca había podido hacer en Sarajevo, como coger un tranvía, entrar por la puerta principal del Holiday Inn, recorrer la orilla del río, visitar el cementerio judío desde donde los serbios disparaban a la ciudad, abrir un grifo y que hubiera agua, darle a un interruptor y que hubiera luz. Y salir por la noche y que hubiera gente con una avidez… Todo el mundo parecía enloquecido por vivir.

¿Cómo vive la ciudad tras las resoluciones del Tribunal Internacional de La Haya y la prisión para Mladić, Karadžić y Milošević?

Son paliativos. Intentas que la impunidad no triunfe. Pero ¿cómo restauras la justicia cuando hay tantos muertos? Ha quedado un país dibujado por la violencia y muchos de sus responsables han quedado impunes. La solución pasa por integrarse en Europa. Han entrado Croacia y Eslovenia, y Serbia está a la puerta. ¿Para qué sirve la Unión Europea? ¿Quién iba a pensar que Francia y Alemania iban a trabajar juntos con las cosas que pasaron en la Segunda Guerra Mundial? A pesar de todos los peros de la ue, la solución es esa. ~

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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