El viernes 7 de agosto, por la tarde, el periódico El Universal anunció que en su suplemento cultural del domingo publicaría “un amplio reportaje que se dedica a indagar cuánto de verdad y cuánto de leyenda hay tras las versiones de que el ensamblado final del libro [Pedro Páramo] corrió a cargo de personajes como Juan José Arreola, Alí Chumacero o Antonio Alatorre”. En la portada del Confabulario [9 de agosto] se dice que esos tres personajes “hablan sobre los cambios de la novela de Juan Rulfo antes de ser publicada”.
El autor del reportaje “Pedro Páramo: voces del más allá” es Leopoldo Lezama, quien asegura que hacia 2006 pasó más de un año recopilando testimonios de amigos, alumnos del Centro Mexicano de Escritores, editores y críticos del narrador. ¿Cuál fue el destino de esa larga investigación? No lo aclara. ¿Trabajó en eso y lo guardó, para darlo a conocer en el futuro (en el año 2015)? Uno supone que lo escrito, unas doce o quince cuartillas, es el resultado de ese año completo en el que, como una suerte de Sherlock Holmes o Peter Pérez (el genial detective de Peralvillo) literario, se metió a fondo a la cocina de la novela Pedro Páramo. Se oye serio. Por desgracia, no lo es.
Dice Lezama que al ver resultado de las indagaciones se dio cuenta que “había tenido la oportunidad de reunir a los tres hombres aún vivos que conocieron el proceso de elaboración de la novela”. Entrevistó a Alatorre y Chumacero, cierto, quienes le aseguraron que no tuvieron nada que ver con la configuración final de Pedro Páramo; y de Arreola solo cita lo que este dijo a Leñero aquel jueves 26 de enero de 1986 (de que entre él y Rulfo, en una mesa enorme, se pusieron a acomodar los montones de cuartillas como naipes), conversación que Leñero convirtió en una entrevista en un acto: ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?, publicada en 1987 por la Universidad de Guadalajara y el semanario Proceso.
Es arduo hablar de un texto que no tiene pies ni cabeza, donde los meses se escriben con mayúsculas y la literatura mexicana se vuelve “Literatura”, como si el gran reportaje hubiera encontrado al editor dormitando. La transcripción, por ejemplo, de esa primera charla con Chumacero es descuidada. Y en ella este se esfuerza por decir que nada tuvo que ver en la conformación de Pedro Páramo; y que cree que tampoco Arreola metió ahí la pluma… Lezama considera que Chumacero se contradice y le parece un dato significativo el que cuente que Rulfo y Arreola llegaron juntos a las oficinas del Fondo de Cultura Económica a entregar el original, como si ahí estuviera la clave de todo.
De Arreola el prometido testimonio es solo una cita; y de Alí Chumacero, una mala transcripción. Luego aparece alguien que no estaba en el cuadro, según el anuncio en portada: Emmanuel Carballo. Este se dedica a insultar a Rulfo (“era un hombre muy acomplejado”, “gente mal nacida”), y sobre el tema del reportaje solo dice: “Yo no puedo hablar mucho porque no participé en eso”, lo que debía bastar a Lezama para ir a otra voz mejor calificada. Pero no: lo deja especular. Y afirma Carballo lo que Alí ya negó: que Chumacero le ayuda a Rulfo a poner orden: “la ortografía, todas las cosas que le fallaban, la sintaxis, las comas, y dejan un libro bien hecho”.
La técnica empleada por Lezama es la del teléfono descompuesto: empieza con Chumacero, quien dice que no hizo nada; sigue con Carballo, quien asegura, o supone, que Chumacero sí intervino… Y enseguida aparece el filólogo Antonio Alatorre, para quien esa leyenda de que él también le hizo correcciones a Pedro Páramo es falsa, falsísima.
Aquí el famoso reportaje naufraga. Si fuera una investigación policiaca, el muerto ya habría revivido y el asesino se habría declarado presidente municipal o embalsamador. ¿Todo un año para reunir qué? No solo ha escuchado mal a la gente con la que habló; el mismo Leopoldo Lezama parece no saber en qué se metió. ¿Leyó alguna vez a Rulfo? El único dato cierto, hasta aquí, es el encuentro de Rulfo con La amortajada (1938), de la autora chilena María Luisa Bombal, referido por Carballo y contado muchísimas veces… novela que Lezama, supongo, no conoce. Si lo hiciera, se daría cuenta de que más allá del asunto del contar la historia a partir de la muerte, la disposición por fragmentos es algo que Rulfo hereda de la Bombal, y determina en gran parte la configuración final de Pedro Páramo. Tiene una pista fuerte, y la hace a un lado.
Si se intentaba retratar la cocina de una obra, se ha fallado (más allá de los desmayos de la prosa). La leyenda de las varias manos que ayudaron a Rulfo ha sido desmentida al menos por dos de los implicados, Chumacero y Alatorre; y lo de Arreola…
Lo de Arreola también requiere aclaraciones. Por casualidad, ese jueves 23 de enero de 1986 andaba yo a la caza de Arreola. Pretendíamos Daniel González Dueñas y yo conversar con él sobre Giovanni Papini (para un libro en preparación, que se llamó Aperturas sobre el extrañamiento), pues Arreola siempre aseguró que su estilo venía de Schwob y Papini… Y nos pedía que nos acercáramos a su colonia, le llamáramos desde el teléfono público más cercano a su departamento para ver si podía recibirnos… Así una semana, dos… Logramos entrar, una tarde, esa tarde, cuando Leñero, Armando Ponce, Juan Miranda y Federico Campbell salían de verlo. Escribe Leñero: “Al salir los reporteros de Proceso del salón, entró Nadia Piemonte acompañada del escritor Alejando Toledo” (p. 80). Borra a González Dueñas, quien por esa y otras situaciones similares se siente a ratos el hombre invisible. Destacaban las botellas de vino vacías. Y Arreola, agotado y algo ebrio, nos quiso despachar con una entrevista rápida, que no era lo que buscábamos. Le ofrecimos regresar al día siguiente, o a la semana siguiente, acercarnos a la zona y llamarle por teléfono para ver si…
Al leer la entrevista de Leñero, me quedó la duda de qué tan cierto era lo referido por Arreola; o si había sido un cuento armado al vuelo, para agradar a sus escuchas. Yo era entonces becario del Centro Mexicano de Escritores y pedí a Marthita, la secretaria, copia del archivo Rulfo. Cotejé el original de Los murmullos, con tachaduras y correcciones, con varias de las ediciones del Fondo de Cultura Económica. Y sí, había algunos cambios. Sobre todo al final, en donde hay párrafos desechados. Pero la novela ya estaba ahí. Mi reportaje “Pedro Páramo se llamó originalmente ‘Los desiertos de la tierra’. Los papeles de Rulfo a cinco años de su muerte” se publicó en el semanario Proceso, en su número 740 (7 de enero de 1991). En él se aseguraba, luego de la revisión de esos archivos, que la intervención mágica de Arreola parecía mera fantasía.
Por otro lado, no le habría hecho mal a Leopoldo Lezama actualizar su investigación. Tenía a la mano, por ejemplo, el libro Pedro Páramo en 1954 (2014), con facsímiles de los adelantos de la novela que Rulfo publicó en Las Letras Patrias, la revista Universidad de México y Dintel, así como las primeras y últimas páginas del original entregado al Fondo de Cultura Económica. Con buenas bases, en un ensayo final Víctor Jiménez comenta y desmiente la leyenda de los apoyos. Ese libro, actualmente en circulación, de haber sido consultado por Lezama, no lo dejaría escudarse en eso que plantea como denuncia: que “la nula disponibilidad de los actuales poseedores del archivo Rulfo también dificulta un estudio profundo” (porque lo único que dificulta un estudio profundo son sus carencias).
Entiendo que hay dos originales: el del Centro Mexicano de Escritores y el del Fondo de Cultura Económica. Intrigado por esta duplicidad, el editor español de Pedro Páramo, José Carlos González Boixo, preguntó a Rulfo cómo había sido el proceso final de la novela. El escritor asegura haber entregado el original mecanográfico al Centro Mexicano de Escritores y un borrador que por ahí tenía al Fondo de Cultura Económica, porque suponía que solamente lo revisarían para saber si les interesaba su publicación… Cuando fue a ver, ya estaba el libro impreso. Por eso él corrigió ediciones posteriores, porque no estaba a gusto con la primera edición, basada en un borrador (Cátedra, 2015, pp. 255-256).
La figura de Rulfo suele plantear enigmas. La cocina de Pedro Páramo es compleja, como su autor. Ese libro concentra variadas lecturas: la novela de la Revolución y el ciclo cristero, Derborence (1934) de Charles-Ferdinand Ramuz (enteramente rulfiana, con una similar poética de la desolación) y La amortajada de María Luisa Bombal… También se asoman Knut Hamsun y William Faulkner. Entre muchos. Todo eso, mezclado, más las vivencias de su autor, crea Pedro Páramo.
En su reportaje, para seguir con los insultos recoge Lezama, al final, aquello de que Rulfo fue como el burro que tocó la flauta. Y parece seguir convencido, pese a que sus entrevistados le han dicho reiteradamente que así no fue, de que la novela fue confeccionada por varias manos. No escucha, no entiende, no sabe. Se atiene a viejas mentiras y se queda encerrado en ellas. Fue un año, el suyo, para llegar a nada. Un año perdido.
(ciudad de México, 1963) es editor y escritor, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.