¿Fue predecible el Holocausto? En un sentido no, porque resultaba dificilísimo, prácticamente imposible, imaginar que una cosa así pudiera suceder. La imaginación de la catástrofe tiene límites. La prueba de que en un orden la masacre era impredecible es el enorme número de trágicas víctimas que perecieron por no poder visualizar a tiempo el gran peligro que se iba alzando ante ellas. Esperaron ahí con candor e ingenuidad porque qué les podía suceder: eran tantos, millones, y estaban ahí desde hace siglos, y su cultura y cohesión eran firmes y poderosas. Cómo presagiar que su mundo iba a ser extinguido. No pudieron prever la escala de la nunca vista brutalidad.
E interrogo, ¿se sabe de alguien que haya previsto la destrucción que se aproximaba? El gran ensayista polaco Jerzy Stempowski en su Ensayo para Casandra se hace esta pregunta y repasa qué pudieron prever los intelectuales más agudos de la preguerra polaca. Respuesta: solo dos lograron vislumbrar algo, el historiador Szymon Askenazy y Mahmud Tarzi, diplomático afgano, embajador en París. Askenazy le reveló a Stempowski en una ocasión, entre otras cosas, “me asombra que la gente gaste dinero y energía construyendo edificios caros en una ciudad condenada a la destrucción […] En este momento, sentados aquí en esta banca casi puedo ver los aviones alemanes echando bombas sobre la ciudad”.
Mahmud Tarzi, a su vez, profetizó: “Creo que Europa enfrenta desastres sin precedente, ustedes van a perecer vergonzosamente como animales en matadero.”
En todo caso ninguno de los dos previó el Holocausto. Pensar, observó el prodigioso historiador Lewis Namier, corre en contra de los más profundos instintos de la gente, que ama la simetría, la repetición, la rutina. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial la gente estaba segura, por simetría, de que iba a ser una guerra de trincheras, como la que acababa de tener lugar. En esas condiciones, ¿quién podía adivinar algo tan inesperado y bestial como el Holocausto, que aun ahora tiene a veces aire de cosa imposible?
¿Cuál es la especificidad del Holocausto?, ¿qué lo hace diferente de otras masacres? Esta pregunta solo puede responderse comparando. Decir que el Holocausto es incomparable, único, explica Yehuda Bauer, equivale a sacarlo de la historia y así trivializarlo. Comparemos, pues.
Entre el 22 y el 23 de agosto de 2010, en el ejido El Huizachal, del municipio tamaulipeco de San Fernando, 72 migrantes centro y sudamericanos, 58 hombres y catorce mujeres, fueron asesinados a sangre fría por los Zetas. Los hechos, según la narración de Joaquín Villalobos (la versión de la procuraduría nadie en su sano juicio puede creerla), se desarrollaron así: un migrante logra escapar y corre hasta encontrar un destacamento de soldados, se detiene y revela a los soldados lo que está sucediendo. Los soldados explican que ellos no pueden actuar, no son policías y llevan al migrante ante la policía. Él denuncia todo. Uno de los agentes, a sueldo de los Zetas, al oír esto va a toda prisa a avisar a la bodega donde están migrantes y criminales. Y los criminales al saberse descubiertos discurren asesinar a todos los secuestrados.
¿Qué distingue esta atrocidad del Holocausto? En primer lugar (a) los elementos accidentales (el policía corrupto se entera por casualidad). En el Holocausto todo es deliberado, nada es accidental. (b) La ansiedad y vacilación, la prisa al oír que han sido descubiertos, que lleva a la decisión apresurada y salvaje de asesinar a los migrantes. En el Holocausto nada se hace bajo presión de la prisa o la ansiedad, y no hay ninguna vacilación. (c) Los asesinos son gente sin instrucción, campesinos, algunos de ellos analfabetos, otros alcohólicos o drogadictos. En el Holocausto la gente es instruida, a veces culta, gusta de la música clásica, por ejemplo, y actúa con perfecta lucidez. (d) Un elemento que me parece importante para establecer la especificidad es que los Zetas no odian a los migrantes, no sienten rencor ni resentimiento alguno hacia ellos, actúan obedeciendo sus miedos, su deseo de quedar bien ante sus jefes, mecánicamente. En el Holocausto el odio, rencor, hacia los judíos es profundo y desempeña un papel crucial, tanto más si sabemos que es un odio emponzoñado.
Los odian, pero no sabemos por qué los odian, ni cómo los odian. Los sentimientos de los nazis hacia los judíos han sido pasados por alto, no están claros y merecerían analizarse a detalle. Hay ahí, sin duda, resentimiento. ¿Cuál es el origen existencial de ese resentimiento? El resentimiento nace, dice Max Scheler, de un impulso de venganza frustrado, aplazado. ¿Cómo se fue dando esta sed de venganza? En el odio a los judíos tiene que haber sentimientos de inferioridad e impotencia por parte de los alemanes. Es interesante, pero no podemos detenernos aquí en eso. Sigamos con lo nuestro.
Ahora bien, observemos ciertos rasgos que ostenta la matanza de San Fernando y no aparecen en el Holocausto, a saber, (1) los elementos accidentales, no planeados, no deliberados; (2) la ansiedad, vacilación y prisa; (3) el carácter, falta de instrucción y luces de los participantes; (4) el alcoholismo y la drogadicción que, está certificado, padecen con frecuencia esos criminales, y (5) la falta de odio y rencor hacia los migrantes.
Pues, reparemos que son justamente estos elementos, que no figuran en el Holocausto y sí en San Fernando, los que podrían ser atenuantes –no excluyentes, que no los puede haber en una acción tan perversa, pero sí atenuantes– de responsabilidad, responsabilidad legal, moral y hasta teológica, que figuran en la matanza de San Fernando y están ausentes del Holocausto.
Esto quiere decir que la especificidad del Holocausto, antes que la escala monstruosa de la operación, es su carácter absolutamente perverso, maldad sin atenuantes, pura, destilada, que de ningún modo podría disculparse. Maldad irredenta, maldad imperdonable.
Sí, el peor criminal del siglo XX es sin duda el burócrata disciplinado y la mejor escuela del crimen, por tanto, es la que hace a los educandos sumisos, respetuosos, obedientes. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.