James Suzman
Trabajo. Una historia de cómo empleamos el tiempo
Traducción de Marta Valdivieso y Ramón González Férriz
Barcelona, Debate, 2021, 400 pp.
Quienes piensen que un libro titulado Trabajo va a centrarse en aspectos contemporáneos de la vida laboral urbana como el diseño de oficinas, los retos del teletrabajo o los diversos modos de estructurar una empresa no están del todo en lo cierto: este ensayo de Suzman nos habla más bien de hormigas, abejas, chimpancés y, por supuesto, de humanos de diversas épocas y etnias. Al ser una historia de lo que entendemos como trabajo en todas sus acepciones, incluso la de mera transacción de energía, Suzman viaja a los inicios del Homo sapiens en busca de las herramientas que nuestros ancestros idearon para facilitar sus tareas, sin olvidarse de uno de los descubrimientos más importantes: el fuego. También observa al detalle el comportamiento de las termitas pero, ante todo, se detiene durante un buen número de secciones a analizar la cotidianidad laboral de poblaciones como los joisanes de África Meridional, una de las últimas sociedades de cazadores-recolectores que quedan sobre el planeta y que, siempre a través de la mirada de Suzman, pueden resultar ejemplares acerca del modo en que los humanos se han venido organizando durante siglos a la hora de cumplir con esas tareas que, deseablemente, les proporcionan su sustento. El texto de Suzman, por tanto, bebe ante todo de la antropología social, pero también de otras disciplinas como la biología evolutiva, la economía y la arqueología. Esta variedad de enfoques que ofrece es, sin duda, enriquecedora, si bien en ocasiones provoca que el autor se vaya por las ramas y se aleje del tema que da título al ensayo.
Un término clave que recorre la investigación de Suzman es el de crecimiento económico, que ya traía de cabeza a Keynes. El economista británico lo describió como “el problema más acuciante de la raza humana”, puesto que reparaba en la escasez de recursos del planeta, insuficientes para satisfacer los deseos de todos sus habitantes. Suzman tiene presente esta preocupación cuando documenta la relación de los pueblos joisanes de África Meridional con la economía global. Los joisanes seguían siendo cazadores-recolectores durante el siglo XX, y tal como Suzman afirma, no sin cierta idealización hacia su organización social, “su vida económica se organizaba en torno a la presunción de la abundancia, en lugar de a la preocupación por la escasez”. Por eso su ensayo es una invitación a abandonar la idea de que el problema económico es la condición eterna de la raza humana y, a cambio, ofrecer un nuevo enfoque y plantear preguntas acerca de nuestra inquietud contemporánea hacia la escasez en lo que él considera “una época de abundancia sin precedentes”.
Una de las técnicas retóricas de Suzman para desarrollar su discurso es emplear anécdotas de personalidades diversas, de Joseph Conrad a Mary Shelley o Descartes, como introducción a algunos de los temas que desea tratar. Concretamente, la parte segunda del ensayo está llena de experiencias y comentarios de antropólogos anglosajones como Colin Turnbull, Richard Lee o James Woodburn que, al igual que él pero décadas antes, estudiaron in situ poblaciones de cazadores-recolectores presentes en África. La conclusión a la que llegaron estos antropólogos, a la vez académicos en instituciones como la London School of Economics, es que estos pueblos eran más felices porque no deseaban tanto: vivían en el presente y no se obsesionaban tanto por la acumulación futura, algo más característico de las sociedades ganaderas.
Solo la cuarta y última parte del ensayo la dedica Suzman a la relación entre trabajo y ciudad, dado que la creación de ciudades a las que migrar se produjo hace relativamente poco tiempo, es decir, ocho mil años. Suzman nos hace ver que el mayor acontecimiento migratorio del siglo XX no se debió a una catástrofe natural o a una guerra, sino a la búsqueda de trabajo: 250 millones de chinos rurales se trasladaron a las ciudades entre 1979 y 2010 para trabajar en alguna empresa manufacturera. “Las ciudades antiguas solo aparecieron cuando los agricultores locales fueron capaces de producir excedentes de energía lo bastante grandes como para mantener de manera fiable a grandes poblaciones que no necesitaban trabajar en el campo”, afirma. Así surgieron también, de acuerdo con este enfoque, grandes monumentos monolíticos como los de Stonehenge, construidos con esos excedentes de energía que Suzman vincula con los de los pájaros llamados tejedores enmascarados del sur de África. Estas aves construyen sus sofisticados nidos formados por hierbas y juncos en forma de huevo de avestruz y los destruyen con tesón por razones que no están del todo claras, aunque varios estudios apuntan al hecho de que, al deshacerlos, se liberan del excedente de energía que poseen.
Si bien este ensayo nos hace viajar hasta el Paleolítico, también tiene un objetivo en relación con nuestro futuro. Suzman considera que, si logramos comprender el sentido, la motivación y la manera en que trabajamos, podremos extraer conclusiones válidas para afrontar el futuro en un momento en el que los recursos son escasos en el planeta y la tecnología amenaza con llevarse por delante infinidad de puestos de trabajo. ~