“Qué triste que los escritores tengan que morir antes de que les concedamos su lugar en el mausoleo. Por supuesto, Angela Carter sabía quién era. Pero podríamos haberle dicho, más fuerte y más a menudo de lo que lo hicimos, que también nosotros lo sabíamos”, escribió Salman Rushdie sobre su querida amiga, a quien llamó “Primera Maga Deluxe” entre otros cariñosos apodos de grimorio. Según narra, se conocieron en una cena en honor a José Donoso en la que el autor chileno –vestido al estilo Buffalo Bill– trató a Carter con tanta condescendencia que Rushdie tuvo que decirle que “estaba hablando con la escritora más brillante de Inglaterra”. Angela correspondió al gesto con su amistad incondicional, aunque no necesitaba que la defendieran: era valiente y frontal. Como la describe Susannah Clapp, su autenticidad le permitía confesar sin pudor que su libro para una isla desierta sería el Larousse Gastronomique, nunca aplacó su cabello esponjado ni sus canas, vestía siempre un suéter de lana guango, faldas de tartán y “botas imposibles… adoraba la idea de que las mujeres se construyeran a sí mismas, pero no solo a través del maquillaje o la ropa… Y hoy no sería de esas escritoras que dicen ‘yo no me llamaría a mí misma feminista, pero…’”. Defendía con firmeza la literatura especulativa, en la que se insertan algunas de sus obras (como La pasión de la nueva Eva, 1977), porque creía que el ¿qué pasaría si…? fantástico planteaba a autores y lectores cuestiones complicadas y profundas sobre las relaciones humanas y el género.
Carter deseaba crear nuevos destinos para las heroínas literarias, algo de lo que habló en su ensayo La mujer sadiana, donde planteó la existencia de una “pornografía al servicio de la mujer” justo en la época de las sex wars, en las que un sector del feminismo apostaba por la prohibición de su consumo como una forma de erradicar la violencia contra las mujeres, mientras que otras feministas –Carter entre ellas– imaginaron una nueva pornografía consciente de su capacidad de representación, capaz de revelar las estructuras de poder para trastocarlas. (Como era de esperarse, la primera postura acabó siendo la más famosa, por lo que pervive la idea de que el feminismo es, entre otras cosas, “mojigato”. Pero la obra de Angela Carter y la existencia de los Feminist Porn Awards contribuyen a matizar la conversación.)
Quizá este afán subversivo hace que el rescate en español de La cámara sangrienta (originalmente de 1979 y publicada ahora por Sexto Piso, con ilustraciones de Alejandra Acosta) sea un suceso para sus lectores más fieles. Carter se interesó en una forma narrativa primordial: la de los cuentos populares. “Los hombres podrán haber escrito, pero las mujeres narraron”, resume Valerie Estelle Frankel el registro histórico de la creación femenina en la antigüedad (From girl to goddess. The heroine’s journey through myth and legend). ¿De dónde salieron las historias que hicieron inmortales a Perrault, Basile, Marie Catherine d’Aulnoy, Afanásiev o a los hermanos Grimm, sino de la memoria de las abuelas y nodrizas que crecieron en las aldeas de Europa? Carter, que tenía mucho sentido del humor, comparó esta condición anónima pero ubicua de los cuentos de hadas con la cocina casera: “¿Quién inventó las albóndigas? ¿En qué país? ¿Hay una receta definitiva para la sopa de papa? Pensemos en términos de las artes domésticas: ‘Así es como yo hago sopa de papa.’” Ella no se contentó con elaborar una receta nutritiva o reconfortante. Degustar a su propio Barba Azul, la Bella y la Bestia o Caperucita Roja es un hallazgo perturbador, excitante. Su prosa llena de abalorios apela a los sentidos en barroca duermevela: aromas húmedos del bosque, faunos de almizclado pelaje, croissants servidos en porcelana y oro. En La cámara sangrienta no hay versiones “actualizadas” de los cuentos, sino nuevas historias hechas a partir del contenido latente en los más antiguos. Con su particular alquimia, Carter les devolvió su origen brutal, salvaje, y al mismo tiempo los hizo resonar con el mundo de 1979. Algunas de sus cualidades primigenias resurgieron para dar sentido a la voz de las protagonistas. En la mayoría de los cuentos, son ellas quienes narran: “Yo era una muchacha joven, virgen y, en consecuencia, los hombres me negaban la racionalidad como se la niegan a todos los que no son exactamente como ellos, en toda su sinrazón”, dice la Bella, reacia a desnudarse para complacer a la Bestia (“La novia del tigre”). “Y yo empecé a temblar como un purasangre antes de una carrera, pero también con una especie de miedo, porque sentía una extraña e impersonal excitación ante la idea del amor y, al mismo tiempo, una repugnancia que no podía reprimir ante la blanca y grosera carne de mi marido…”, cuenta, a su vez, la nueva esposa de Barba Azul, fascinada por el castillo que en la noche parece flotar sobre el agua oscura “como una tarta de cumpleaños” (“La cámara sangrienta”). Es la heroica madre de la chica, y no sus hermanos, quien la salva de la tortura y la muerte. Este cambio de perspectiva, esta capacidad de mirarse dentro de su propia historia, es más transgresora que Caperucita desnudando al lobo (finalmente es la exploración erótica de una mujer blanca, europea, heterosexual de la clase media que no imaginó “a Cenicienta en la cama con el hada madrina”, le reclamó Patricia Duncker).
En una carta a Robert Coover, Angela escribió: “Creo que una ficción absolutamente consciente de sí misma (es decir, no una mera bitácora de eventos) es una forma diferente de la experiencia humana que puede ayudar a transformar la realidad.” Carter nos obsequió, envuelta en terciopelo rojo sangre, la voz de las mujeres que se miran a sí mismas para convertirse en sujetos deseantes (en La mujer sadiana, por ejemplo, habla de Marilyn Monroe como la personificación de la víctima en el cuento de hadas, como “la mártir más notable de la hermandad de mujeres de Santa Justine”; al comparar lo que autores varones como Norman Mailer han escrito usando la voz de Marilyn con sus verdaderas notas personales y declaraciones, el cambio de perspectiva sobre la vida de la estrella es radical). Se trata de una toma de conciencia que gracias a Carter encontramos cada vez con más frecuencia en autoras jóvenes como Helen Oyeyemi o Karen Russell. Es probable que, como Primera Maga Deluxe, ya supiera que nosotros sabríamos quién era ella. ~
(Ciudad de México, 1979). Narradora y ensayista, periodista de cine y literatura. Pertenece al colectivo de arte y ciencia Cúmulo de Tesla.