Sundance 2021: una falla y ocho aciertos

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Desde que surgió a fines de los setenta, el festival de Sundance ha sido la principal plataforma de cine independiente en Estados Unidos. Aunque se dice que este tipo de cine ya derivó en categoría de marketing, es indiscutible que el festival fundado por Robert Redford ha dado a conocer propuestas al margen de las convenciones y ha apostado por cineastas de visión arriesgada.

Como otros festivales, a causa de la pandemia, el reciente Sundance se llevó a cabo en línea. La noche de su inauguración, su nueva directora, Tabitha Jackson, reafirmó que el propósito de la programación era “desafiar al statu quo y al mainstream”. Así, me propuse ver cada película con sus palabras en mente, y comprobar si se cumplían o no. Mal inicio. La película de inauguración, CODA, de la directora Sian Heder, me pareció justo la negación de los principios fundacionales de Sundance. Escribí en un tuit que no la mencionaría en este texto porque solo comentaría las mejores películas, pero CODA terminó obteniendo cuatro premios de la competencia de ficción estadounidense: mejor ficción, mejor directora, mejor ensamble actoral y premio de la audiencia. Lejos de ignorarla sostengo lo dicho: bajo una apariencia de riesgo (su incorporación del lenguaje de señas), CODA sigue a pie juntillas la fórmula de resolución de conflictos del cine más complaciente. Es una película que ya se ha visto, no solo por la sensación que deja sino en sentido literal: se trata del remake de La familia Bélier (2014), de Éric Lartigau, que fue un éxito de taquilla en Francia y a la vez criticada por activistas de la comunidad de sordos debido a su distorsión de las experiencias de los hijos de padres sordos. Más allá de todo esto, se esperaría que el festival de Sundance pusiera sus reflectores sobre un guion original.

La anécdota, sin embargo, solo confirma lo que ya se sabe: que un festival no está definido por el criterio de un cierto jurado, y que las mejores propuestas están esparcidas a lo largo de sus secciones, no solo las competitivas. A continuación, mi muy subjetiva selección de lo mejor.

On the count of three, de Jerrod Carmichael

Si CODA desmintió la declaración de principios de Jackson, esta película la respalda por completo. Ganadora del premio al mejor guion de la competencia estadounidense, el debut del comediante Jerrod Carmichael como director (que también actúa en la cinta) es comedia negra pura que, llegado el momento, lleva su premisa hasta consecuencias trágicas. Se trata de la crónica de un pacto suicida entre dos amigos de infancia: un blanco que ha fallado en su intento de quitarse la vida (por razones escalofriantes que el guion no titubea en mostrar) y un negro que ha decidido terminar con la suya. Los primeros actos tocan el tema del suicidio con el tipo de irreverencia que algunos considerarían indebida: aquí el desafío al statu quo, considerando que el arte “ofensivo” es el nuevo tabú. Aún más, los diálogos entre personajes exhiben la condescendencia del blanco que explica al negro el origen de su desesperanza: el racismo sistémico, la brutalidad policiaca y los siglos de opresión. Inesperado –y bienvenido– que desde Sundance se señalen los desplantes de virtuosismo frecuentes en la cultura woke.

The most beautiful boy in the world, de Kristina Lindström y Kristian Petri

Cuando Luchino Visconti presentó Muerte en Venecia en Cannes, llamó a Björn Andrésen, que interpretaba a Tadzio, “el chico más hermoso del mundo”. La prensa recogió la frase, las audiencias fanáticas la memorizaron y el tímido Andrésen se convirtió en objeto de adulación mundial. Ajeno a sí mismo, el joven perdió el rumbo y canceló su vida emocional. Otros documentales han abordado la historia centrándose en la obsesión de Visconti por su joven actor (similar a la que describe la novela de Thomas Mann en que se basa la cinta). Los directores Lindström y Petri, sin embargo, libran la trampa de cosificar de nuevo al “chico más hermoso” y ponen al centro de su documental al Andrésen del presente: un hombre de sesenta y tantos, de pelo largo y canoso, considerado por sus vecinos alguien sucio y poco confiable. Los directores acompañan a Andrésen a los escenarios clave de una adolescencia que él recuerda como “de pesadilla” e indagan qué otros factores contribuyeron a su quiebre. La mirada fría de Tadzio escondía un pasado trágico que nunca logró superar.

Censor, de Prano Bailey-Bond

En pleno neopuritanismo, es refrescante que una mujer –la británica Bailey-Bond– cuestione el argumento manido de que el cine violento genera violencia en la vida real. Más aún, que lo haga a través de un homenaje al género slasher, estilizado de forma tal que resulta un relato atmosférico y genuinamente perturbador. Con reminiscencias a Berberian sound studio (2012) (Bailey-Bond incluye a su director, Peter Strickland, en los agradecimientos), la cinta narra la historia de Enid, la pudorosa censora del título, quien pasa la vida encerrada en un cuarto de edición. Detrás de su convicción de que debe “proteger” a las audiencias de imágenes gore, Enid alberga un sentimiento de culpa por no recordar las circunstancias de la desaparición de su hermana, a quien se presume muerta. Situada en los ochenta, la trama alude a un periodo en la historia de la censura británica en el que la policía y la prensa culpaban al cine de inspirar crímenes (fue por ello que, una década antes, Stanley Kubrick decidió enlatar La naranja mecánica). Cada vez más incapaz de distinguir entre la ficción y su duelo no resuelto, Enid va perdiendo la razón. El subtexto de Censor es claro: el problema no es la película sino la salud mental del espectador.

Misha and the wolves, de Sam Hobkinson

A fines de los noventa, una mujer belga publicó un libro sobre cómo a la edad de siete años escapó de los nazis y sobrevivió escondida en el bosque junto a una manada de lobos. Surviving with wolves, de Misha Defonseca, fue un éxito rotundo: se tradujo a dieciocho idiomas y en Francia se llevó al cine. Un día ocurrió lo inesperado: Misha culpó a su editora de explotarla e interpuso una demanda contra ella. Esta, desconcertada, hurgó en el pasado de la supuesta sobreviviente judía y descubrió que la autora había escrito una ficción. El caso se documentó en la prensa y quizás el lector lo conozca. Yo no había escuchado de él, y me alegro: Misha and the wolves vuelve única la experiencia de descubrir poco a poco las capas del caso, cada una más inverosímil que la anterior. Más allá de su estructura de thriller editado impecablemente, el logro del documental de Hobkinson es sembrar preguntas sobre cuáles son los límites permitidos a la invención. Los personajes del documental culpan a Misha del crimen ético de fingirse sobreviviente del Holocausto. Esto es indiscutible, pero la historia hace preguntas que atañen a muchos más. ¿Qué papel juega la avaricia en la difusión de historias de víctimas? ¿Se debe dar crédito a alguien solo en virtud de su identidad? ¿Deja una historia de tener valor si, a pesar de no ser real, tiene elementos alegóricos que la vuelven universal?

Mass, de Fran Kranz

En su debut como director y guionista, el actor Fran Kranz imagina una conversación privada entre los padres de la víctima de un tiroteo escolar y los padres del alumno asesino (que también se quitó la vida). Hay alusiones que apuntan a la masacre de Columbine (dos tiradores aficionados a los videojuegos), pero eso sería secundario: el punto de Mass es invitar al espectador a presenciar una conversación que no corresponde de ningún modo a lo “normal”. La cinta transcurre en una sola habitación: la austera sala de juntas de una iglesia episcopal. Es una puesta en escena teatral, pero efectiva en replicar la claustrofobia e incomodidad propias de la situación. El guion de Kranz es más eficaz cuando, en un primer acto, los matrimonios intentan hacer el llamado small talk. Cuando al fin se toca el tema (de que un hijo terminó con la vida del otro) estallan los inevitables reproches y mea culpas. Los diálogos van al fondo, pero la conclusión es honesta: en un caso como este, no hay argumentos ni lógica que sirvan para un comino. La clave de la sanación era el encuentro mismo. De ahí el título de la cinta.

At the ready, de Maisie Crow

No fue uno de los documentales más comentados durante el festival, pero su sola premisa es fascinante. En una preparatoria de El Paso, Texas, un grupo de estudiantes de ascendencia mexicana se inscribe a un curso donde ensayarán las tareas de su profesión ideal: ser agentes de la patrulla fronteriza. Las historias de Kassy, Cristina y Cesar invitan al espectador a entender lo que parecería indescifrable: por qué jóvenes cuyas familias han migrado a Estados Unidos desearían, por ejemplo, participar en redadas y deportar a mexicanos sin papeles. Ellos alegan que desean servir a su comunidad, pero la decisión de Crow de explorar sus vidas privadas permite atisbar razones más profundas: lograr la aceptación de un grupo, suplir la ausencia de un padre o, en el caso de Cesar, expiar los pecados del suyo. Un valor añadido del documental es registrar las reacciones del grupo cuando el presidente Donald Trump ordena separar a los niños de sus padres migrantes. Hasta entonces, los chicos no habían contemplado que podrían ser obligados a cometer actos de crueldad.

Flee, de Jonas Poher Rasmussen

Ganadora del premio al mejor documental internacional, Flee utiliza la animación para narrar la historia de su protagonista: un refugiado afgano llamado Amin que en su adolescencia pasó por eventos traumáticos antes de instalarse en Copenhague. El director recurrió a esa técnica para proteger la identidad de su protagonista. Puede que este haya sido el motivo principal, pero Poher Rasmussen la utiliza también para comunicar el verdadero tema de la cinta: la condición de vivir con miedo permanente, siempre enterrando el pasado y ocultando la identidad real. No en vano el director se incluye a sí mismo en las viñetas, expresando desconcierto al escuchar que los familiares de Amin no han muerto. En la breve presentación que hizo Poher Rasmussen de Flee, reveló que, en veinticinco años de conocer a su protagonista, este no los mencionó jamás.

In the Earth, de Ben Wheatley

“[Es vicio de los humanos] buscar sentido donde no lo hay.” Así es como una investigadora explica la manía de su marido por encontrar patrones en la naturaleza. Este marido, un idólatra de la madre Tierra, vive en el bosque en busca de víctimas que ofrendarle. Las secuestra, mutila y marca con el tipo de tatuajes místicos a los que se refiere su esposa. En su cinta más reciente, Wheatley vuelve al tono delirante de su insuperable Kill list (2011). In the Earth, sin embargo, fue mal recibida en Sundance por críticos que condenaron la “dispersión” de un relato que combina pandemia, ciencia delirante y paganismo fuera de control. En un mar de películas mesuradas y edificantes, celebro aquellas que nos recuerdan que la existencia es un caos. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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