Quizá deba empezar por aclarar que iniciativas como #ReadWomen2014 me hacen correr en la dirección opuesta. Me sucede lo mismo con las exposiciones cuyo criterio curatorial es, por ejemplo, la nacionalidad. Me parece que el daño que esto hace a la producción cultural y su calidad es mayor que el bien que hace a la minoría que pretende beneficiar.
Podría parecer contradictorio participar en esta edición dedicada a la disparidad de género y estar en desacuerdo con una iniciativa que pretende paliarla. Sin embargo lo hago porque sé que algunas de las personas que editan esta revista y escriben en ella encuentran la cuota de género igual de problemática que yo, y porque me siento más capaz de contribuir al discurso que cuestiona la idea que al que la promueve.
El diario The Guardian describe #ReadWomen2014 como un esfuerzo para cambiar nuestros “hábitos de lectura sexistas” y por medio de Joanna Walsh (creadora del hashtag) nos pide que revisemos nuestra biblioteca y si encontramos que no hay balance (entre escritores y escritoras) consideremos si hemos sido víctimas de la inequidad: nos hemos perdido de un buen libro a causa de su “forro rosa” (¿?). #ReadWomen2014 nos conmina a luchar contra esta desigualdad “asegurándonos de que el próximo libro que leamos haya sido escrito por una mujer”.
Este planteamiento me resulta casi ofensivo, como lectora y como mujer; mis hábitos de lectura y en general de consumo cultural van en contra de lo planteado por The Guardian. El próximo libro que lea será un buen libro, escrito por un buen autor sin importar su género. Quizá la iniciativa de The Guardian sea más sexista que mis hábitos de lectura que consideran mi juicio como el principal factor de selección.
Obviamente hay muchas mujeres que escriben que leo y admiro, pero me resultaría reductor y equívoco recomendarlas porque son mujeres; no es esta la razón por la que me interesan. Quizá el verdadero paso hacia la igualdad será dado cuando nadie nos pida que leamos a una escritora únicamente por el hecho de ser mujer (por no hablar ya de la sobrecubierta rosa). Como artista me resultaría condescendiente que alguien me prefiriera por ser mujer. Creo –espero– que entre las características principales de mi trabajo y en lo que singulariza mi creación no se encuentre el hecho de ser mujer.
Considero indispensables las propuestas que luchan por la paridad entre hombres y mujeres en todas las áreas: derechos humanos, acceso a la educación, legislación, tabulación salarial, etc. Entiendo además que estas iniciativas buscan que la mujer tenga los mismos derechos y privilegios que los hombres y no necesariamente un trato especial. En términos de producción cultural, sin embargo, creo que el único juicio que debe regir la elección entre una obra de cualquier tipo y otra es la calidad de la misma y nunca el género de quien la ha creado.
Entre los veinte libros más vendidos de la librería Gandhi –consideremos que son 19, puesto que el puesto número cinco lo ocupa el Prontuario Fiscal 2014– hay seis escritos por mujeres: Cincuenta sombras de Grey, algo de Isabel Allende, un libro de autoayuda, otro para mujeres adolescentes, Los juegos del hambre 3, y dos entregas de la trilogía Divergente. ¿Es más importante sanear nuestros “hábitos de lectura sexistas” o simplemente nuestros hábitos de lectura?
Así como en la mayoría de los ámbitos, las mujeres son minoría en el mundo de la producción cultural y hay que preguntarse por qué y en quién recae esta responsabilidad. No creo que sea el consumidor cultural quien pueda o deba arreglar esto; ni que el llamado de un periódico a leer escritoras durante un año sea la solución.
Me gustaría que el que estos párrafos sean publicados y –ojalá– comprendidos por mis colegas (hombres y mujeres) contribuya a la discusión y forme parte del objetivo igualitario deseado por #ReadWomen2014. ~
Ejerce la polivalencia diletante, vive entre México y París y, cuando no le queda otro remedio, trabaja como artista.