Retrato de dos amigos

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Malva Flores
Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad

Ciudad de México, Ariel, 2020, 656 pp.

 

Cuando a mediados de los años ochenta Carlos Fuentes enseñaba una clase sobre literatura latinoamericana en la Universidad de Harvard, su ayudante de enseñanza Verónica Cortínez, hoy profesora en la Universidad de California en Los Ángeles, le comentó al novelista mexicano que posiblemente el contenido de sus conferencias era demasiado difícil para los estudiantes de pregrado inscritos en su clase. Fuentes escuchó con atención a su asistente, pero no se comprometió a ajustar sus conferencias. “Mi público –dijo– es Octavio Paz.”

Tal como Malva Flores documenta en su minucioso recuento de la larga y complicada amistad entre los dos más grandes escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX, Paz también sintió una gran admiración por su colega, y por mucho tiempo lo consideró como uno de sus más valiosos interlocutores. El poeta escribió importantes ensayos sobre Fuentes, lo propuso para distintos premios literarios y por muchos años mantuvo una extensa correspondencia con el amigo que había conocido en París en 1950. A lo largo de esa década, Paz y Fuentes colaboraron en iniciativas culturales como la Revista Mexicana de Literatura y Poesía en Voz Alta; en el 68, se solidarizaron en su oposición al régimen responsable de la masacre de Tlatelolco; y en los años setenta y ochenta, Fuentes fue un frecuente colaborador de las revistas de Paz, Plural y Vuelta.

A pesar de los lazos que habían forjado con el tiempo, en 1988 la amistad entre los dos escritores llegó a un estrepitoso fin. La causa inmediata fue la publicación en Vuelta de un ensayo de Enrique Krauze, “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, en el que el historiador criticaba con dureza la obra, la imagen pública y las posturas políticas del narrador. Fuentes nunca le respondió directamente a Krauze, pero, en una entrevista citada por Flores, recordó que en los años cincuenta se había negado a publicar un texto contra Paz en la Revista Mexicana de Literatura, de la cual era en ese entonces codirector. Paz, por su parte, en una carta a Krauze también recogida por Flores, expresó ciertas reservas en torno al texto del historiador. Al mismo tiempo, manifestó que le resultaba imposible censurar el trabajo de Krauze, sobre todo tratándose de un colaborador tan cercano.

Flores nos ofrece una lectura sumamente detallada del contexto en que Krauze escribió su ensayo y de las respuestas que suscitó no solo en México sino también en Estados Unidos. No cabe duda de que la reconstrucción de este episodio central de la historia intelectual contemporánea de México es uno de los aspectos más valiosos de Estrella de dos puntas. Sin embargo, la clave del desencuentro entre Paz y Fuentes no se limita a 1988, a decir de Flores. Su hipótesis, desarrollada de manera meticulosa, es que una serie de desavenencias se habían producido con anterioridad en la relación entre los dos escritores y que conocerlas resulta esencial para entender la ruptura final entre ellos.

Ya en 1958 la publicación de La región más transparente, la primera novela de Fuentes, había provocado un temprano distanciamiento. Aunque Fuentes lo negaba enfáticamente, muchos lectores vieron en uno de los personajes de aquella novela, el intelectual Manuel Zamacona, una caricatura de Paz. Flores no pudo encontrar ningún comentario por parte del poeta que confirmara que se hubiera sentido aludido, pero, por otro lado, recoge observaciones, por ejemplo, de una carta al escritor argentino José Bianco, en donde Paz comparte su decepción tras leer la primera novela de Fuentes y menciona que por un tiempo había dejado de ver a su amigo. ¿Aquella desilusión tuvo que ver con el retrato a veces (aunque no consistentemente) satírico del intelectual Zamacona? Es posible, aunque no lo podemos saber con toda seguridad.

El distanciamiento entre Paz y Fuentes no se prolongó por mucho tiempo: los sesenta fueron los años de mayor cercanía entre los dos escritores. Se veían solo de vez en cuando en distintos lugares del mundo, pero a menudo se escribían y son numerosos los registros de su mutua admiración. Después de un encuentro en Roma a principios de 1966, Fuentes le comentó a Luis Guillermo Piazza en una carta cómo “me dejó panting el poeta”, es decir, que se había quedado sin aliento después de escuchar hablar a su amigo. Paz, por su parte, en una carta a Juan García Ponce, decía que Fuentes representaba “algo muy vivo […] una expresión personal y original, una voz disidente”. Sin embargo, fue precisamente en aquellos años turbulentos que surgieron nuevas fricciones entre los dos escritores.

Una de las historias más interesantes narradas por Flores tiene que ver con el proyecto de Paz de fundar una revista, sueño que finalmente se realizó con el lanzamiento de Plural en 1971. Por mucho tiempo, Fuentes y el poeta Tomás Segovia fueron los principales aliados de Paz en esta empresa, sobre la que conversaron largamente en sus cartas, y para la cual buscaron apoyo financiero en distintos ámbitos. Sin embargo, a finales de los sesenta surgió una iniciativa parecida a la de Paz y sus amigos –y a la vez distinta– que culminó en la creación de la revista Libre en París. Fuentes participó activamente en este proyecto mientras Paz fue incluido pero también excluido de él. Según Flores, la postura ambigua y poco clara de Fuentes hacia Paz y la revista que habían planeado hacer juntos tuvo que haber dañado la amistad entre los dos.

La ruptura definitiva que se produce a finales de los años ochenta no puede desligarse de los enfrentamientos políticos de la época, en particular el conflicto en torno a la Revolución sandinista. Flores prepara el terreno con un detallado recuento de la entusiasta reacción de Fuentes ante la Revolución cubana, de la cual Paz se mantuvo distanciado. En los años ochenta, el narrador adopta una postura sumamente activa a favor de los sandinistas, mientras que el poeta se perfila como un fuerte crítico de los revolucionarios nicaragüenses. En 1984, cuando una porción considerable de la izquierda mexicana malinterpreta unas declaraciones de Paz en torno a las guerras centroamericanas y organiza una marcha en la Ciudad de México que culmina con la quema de una efigie del poeta, Fuentes guarda un prudente silencio. Fue otro golpe para su relación, que no sobreviviría mucho tiempo más.

Al lector de Estrella de dos puntas no le queda ninguna duda acerca de qué lado se pone la autora. Sin embargo, a pesar de las observaciones a menudo mordaces de Flores sobre Fuentes, este es un libro generoso, que reconoce el valor de la obra del narrador y reproduce de forma escrupulosa todos los puntos de vista alrededor de las numerosas polémicas en las que se vio envuelto. ¿Era inevitable el desencuentro entre estos dos grandes escritores? En una carta a Fuentes, citada por la autora, Paz defiende la idea de que las diferencias pueden ser fecundas para la amistad. Flores también demuestra que Fuentes había recibido en el pasado algunas críticas por parte de colaboradores de las revistas de Paz, que no habían provocado la ruptura de su relación. Posiblemente, el ataque de Krauze fue más personal. O las diferencias políticas se habían vuelto demasiado profundas. Sin duda, respetar e incluso cultivar los desacuerdos es un valor importante en las relaciones humanas. Pero, a la vez, no se tiene que ser una persona en extremo susceptible ni un fanático político para que las diferencias –personales, literarias o políticas– resulten dolorosas y hagan más difícil sostener una amistad. Esa es la ineludible realidad que revela este magnífico libro, retrato íntimo del diálogo que sostuvieron por casi cuatro décadas dos escritores excepcionales y retrato de toda una época de la historia cultural mexicana. ~

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