Plural fue una revista por su tiempo y para su tiempo

“Plural fue una revista concebida para su tiempo, por su tiempo y durante su tiempo” Entrevista a Danubio Torres Fierro

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Para Danubio Torres Fierro, escritor uruguayo que de 1974 a 1976 fue secretario de redacción de Plural, la revista dirigida por Octavio Paz “fue una hazaña única, un parteaguas cultural en la historia de México y de América Latina”. Su interés en diferentes disciplinas –de la literatura a la ciencia, pasando por la política y el arte– así como su espíritu crítico hicieron de Plural un mapa de navegación para los lectores hispanoamericanos.

Cinco décadas después de la publicación del número inaugural de Plural, Torres Fierro recuerda cómo era trabajar con Paz y con el resto del consejo de redacción de la revista, qué la distinguía de otras y cómo el momento político y social que vivía México a mediados de los setenta permitió que la revista llegara a más personas, a la vez que reflexiona sobre lo que Plural sigue significando en el presente.

¿Cómo conoció a Paz y cómo llegó a ser usted secretario de redacción de Plural?

Llegué a México de Uruguay a finales de 1974. Era la época de los golpes militares en el Cono Sur, y yo vine como exiliado. Ya tenía una relación con Julio Scherer a través de Diorama de la Cultura, que era un suplemento cultural de Excélsior. Ahí tenía contacto directo con Ignacio Solares, su editor responsable. A Octavio Paz lo conocí prácticamente a los quince o veinte días de haber llegado a México. Recuerdo que él me mandó llamar (sospecho que algo tuvo que ver Scherer) y me invitó a colaborar en Plural y a estar cerca de la revista; en fin, es como si me hubiera ofrecido su amistad personal y literaria.

Las oficinas de Plural estaban en el mismo edificio de Excélsior, entonces, al pertenecer a la misma casa, ahí convivíamos todos. Dio la casualidad de que por esos días José de la Colina renunció como secretario de redacción de la revista y prefirió continuar en ella solamente como colaborador, así que Octavio me mandó a llamar una tarde y me dijo: “¿por qué no se viene aquí conmigo a Plural?”. Yo hablé con Scherer y Solares, que eran mis mentores y mis tutores, y me dijeron encantados: “súmate a Plural” –y así comenzó la relación, una relación casi impuesta por el hecho de ser vecinos–. De más está decir que, dado ese paso, yo me sentí muy bien acogido por México y por la casa Excélsior.

¿Quiénes participaban directamente en la elaboración de la revista cuando usted entró a formar parte de la redacción? ¿Cómo era su relación con ellos? ¿Cómo era trabajar con Paz?

Octavio mandaba en todos los aspectos de la revista. Para él era un instrumento estratégico en aquel momento de la cultura de México y de América Latina, y él lo cuidaba con mucho celo. También exigía entrega y rigor.Había un consejo de redacción donde estaban escritores muy cercanos a Octavio, entre ellos estaban Kazuya Sakai, Gabriel Zaid, Juan García Ponce, Alejandro Rossi, Salvador Elizondo, el propio De la Colina, Tomás Segovia. El procedimiento era el siguiente: Octavio y yo elaborábamos varios números, organizábamos los materiales del número 20, del 21, del 22, y los mandábamos a los miembros del consejo para que los consideraran. Teníamos una reunión mensual con el consejo, a veces en las oficinas de Plural, a veces en el departamento de Octavio en Río Lerma y a veces en la casa de Kazuya Sakai. Es claro que, como suele suceder en el periodismo, desde la reunión del consejo hasta la organización final de la revista podían aparecer asuntos de último momento o extraordinarios que obligaban a introducir modificaciones, pero por lo general se respetaba el esquema que se había aprobado.

Plural tiene como antecedente otra revista argentina que fue muy famosa, Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Tanto Plural como Sur tienen la impronta absolutamente innegable de sus tutores.

¿Usted recuerda si en esas reuniones con el consejo algunos textos levantaban discusiones mucho más incómodas que otras entre los miembros?

Pocas, como en toda reunión de almas humanas, siempre había algún quisquilloso, algún recelo o alguna propuesta no muy bien aceptada. No recuerdo que un texto en particular haya levantado alguna polvareda o alguna animosidad de monta por parte de alguno de los integrantes. Al contrario, lo que había era una solidaridad que provenía del hecho de saber que estábamos embarcados en una tarea común y que esa tarea común además tenía un sesgo histórico importante para la cultura de México.

Una cosa que nos sorprende a las generaciones más jóvenes, que nos informamos a través de internet, es cómo en Plural estaban al tanto de las exposiciones, los libros que se publicaban, los músicos que estaban sonando en ese momento, ¿cómo se mantenían informados?

Ese fue uno de los aspectos que definió a Plural. No fue una revista de tierra adentro, sino de tierra afuera. Había un interés por estar al corriente de lo que se hacía y leía en todo el mundo, no solo en México. Además, importa recordar que desde su concepción inicial fue una revista que rompió con muchos esquemas. Por ejemplo, en el aspecto visual fue muy vanguardista gracias al trabajo de Kazuya Sakai y Vicente Rojo que hicieron un diseño que no se había visto en México.

Otra de las fortalezas de Plural es que muchos colaboradores eran extranjeros o vivían fuera de México.

De manera retrospectiva me asombra que estábamos muy al día. La Ciudad de México tenía una librería francesa, tristemente difunta, en las calles de Havre y Reforma; ahí llegaban todas las revistas importantes de Francia, por ejemplo, dos que con Octavio revisábamos semana a semana: L’ExpressLe Nouvel Observateur. Había también una librería italiana, un poco más retrasada en la llegada de las revistas, pero que también tenía materiales que nos servían de consulta o de inspiración. Usted iba a un Sanborns y encontraba las publicaciones de la semana de Estados Unidos y de Inglaterra, ya fuera la New Yorker o el New York Times. Yo me acuerdo de haber ido muchas veces de la casa de Octavio en Río Lerma al Sanborns que había en Reforma, al lado del Ángel de la Independencia, a comprar las revistas. No era raro encontrar a Octavio ahí. También nos llegaban por suscripción revistas más especializadas que no tenían una circulación comercial como The New York Review of Books y Partisan Review. Aquí debo reconocer que mi formación debe mucho al periodismo escrito.

Paz le escribió alguna vez: “Plural no es ni quiere ser una revista exclusivamente literaria ni tampoco puede ser el órgano de un grupo.” ¿Cómo lograban esa diversidad?

El hecho de que no fuera solamente una revista literaria fue una de las novedades que introdujo Plural en la vida cultural de América Latina. Era una revista que encontraba en la literatura su tronco fundamental, pero que tenía sus vertientes en la sociología, la política, la antropología, las artes visuales y que reunía todo eso en un solo organismo.

Plural fue una revista concebida para su tiempo, por su tiempo y durante su tiempo. Esto era muy claro, cada número tenía una especie de tensión dramática para el lector porque lo situaba en un mundo que estuvo políticamente determinado por la Guerra Fría. Los textos de Plural están marcados por una actitud de respeto hacia el lector y de desafío a su imaginación. No quiero, en fin, idealizar estas cuestiones, pero me parece que fueron fundamentales y que ahí hay algo de la razón por la que Plural resonaba de la manera en que lo hacía en aquel México que le tocó vivir. Fue la primera revista de verdad, porque en Cuba hubo revistas, en Perú hubo revistas, en Argentina hubo revistas, pero una revista cultural integral no la había, y este fue su caso.

Más allá de toda demonización que se ha hecho de Octavio, mi experiencia con él siempre fue la de un hombre muy abierto y muy generoso con los demás, y particularmente con la gente del consejo de redacción a la que él estimaba mucho. Octavio era un hombre que, por lo menos desde la experiencia cercana que tuve con él, nunca impuso sus puntos de vista de una manera dictatorial o unilateral. Al contrario, siempre cuando afirmaba algo terminaba con esa frase que se hizo famosa entre los amigos: “¿Y a usted qué le parece?” Otra cosa importante, que es consecuencia de esa actitud generosa, es también que Octavio recibió a la gente joven, a la generación posterior, con las puertas abiertas. Los recibió siempre de una manera muy franca y con una capacidad de convocación muy noble. Nunca fue un castrador. Que Octavio se haya convertido para algún poeta en una figura difícil, totémica, es parte de las reglas del juego literario, de acuerdo. Pero él nunca ejerció una castración deliberada sobre los demás y creo que, si se revisa toda su trayectoria, tal actitud aparece como uno de los rasgos que fue sembrando de manera continua en su vida.

Paz decía que los cuestionamientos de Plural al nacionalismo, a la función social del escritor, a la revolución y a ciertos modelos literarios y artísticos provocaron “el silencio y el insulto”. ¿De qué modo enfrentaban ese rechazo?

Desde la publicación de El laberinto de la soledad, Octavio siempre fue un escritor incómodo para cierta clase social mexicana, y con esto me refiero a la clase política e intelectual. Era una especie de tábano que picaba y siempre provocaba alguna reacción alérgica; tenía la virtud de hacer que el lector se despertara y tomara conciencia de lo que leía. Yo creo que, más que otras revistas de México, para Plural fue muy importante que el país estaba viviendo un momento de expansión y consolidación de la clase media, una clase instruida, intelectualmente curiosa y que quería estar al tanto de lo que pasaba en el mundo. El lector de Plural venía de ese sector porque estaba en búsqueda de una publicación que lo desafiara y despabilara.

Usted fue secretario de redacción de los últimos años de Plural, pero también colaboraba con entrevistas y reseñas. ¿Qué era lo más desafiante y lo más grato de su trabajo?

Siempre tuve conciencia, por fortuna yo creo, de que de alguna manera yo estaba ejerciendo una “tarea histórica”. Suelo ser muy responsable de mis tareas, y una forma de manifestarse esa responsabilidad era tener conciencia de que estaba en un lugar y un momento importantes. Excélsior fue una excepción a las reglas que dominaban en el desarrollo de las ideas, de la cultura y de la política de México, y, como toda excepción, las verdades oficiales la callaron, la liquidaron. Era una excepción que tenía que ver también con el surgimiento de esas clases medias que iban a pedir una mayor democratización del país. Por eso, cuando se dio el golpe a Excélsior y a Plural, para mí fue una conmoción muy fuerte porque se interrumpió una forma de vivir y de pensar. Me entristeció mucho y me recordó lo que yo había vivido en el Cono Sur en donde el cierre de periódicos por parte de las dictaduras militares era un asunto de todos los días.

En cuanto a las entrevistas, fue un género literario que a mí siempre me ha apasionado y decidí ejercerlo a fondo en Plural. El asunto de las entrevistas a los escritores argentinos –Bioy Casares, Victoria Ocampo, José Bianco, Alberto Girri, Olga Orozco– es porque yo siempre sentí, y Octavio en esto me acompañaba, que Plural debía extenderse solidariamente a aquellos países que estaban en estado de desgracia política y que había que fomentar una conciencia latinoamericana.

¿Qué puede encontrar el lector joven si se sumerge en el archivo de Plural –ya disponible en línea– en la actualidad?

A un lector joven que le interese la cultura Plural le ofrece una especie de cartografía de un momento determinado de la vida de México y del mundo en general, justamente por ese empeño en la universalización. También el lector podría acercarse con cierta sorpresa y melancolía a algunos textos muy importantes que tenían que ver con la oposición al régimen soviético y la eclosión de una nueva izquierda y de una nueva visión de las cosas, entre ellas –y no menor, por cierto– el apoyo al movimiento feminista naciente. En aquel momento no se usaba demasiado el término liberal, ni en un sentido peyorativo ni en uno laudatorio, pero yo creo que en el fondo éramos todos liberales, en un sentido noble de la palabra, o si se prefiere éramos unos librepensadores, palabra simpática y en desuso~


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