Con objeto de concretar verbalmente el episodio más emocionante en la vida de los revolucionarios, nos dirigimos ayer al despacho del licenciado don José Vasconcelos. Amable, se puso a nuestras órdenes, y sin rodeo alguno le dirigimos la pregunta:
–Licenciado, venimos a que nos diga cuál ha sido el momento más emocionante en su vida de revolucionario.
El autor de Ulises criollose reclina en su sillón, enciende un puro, y después de recordar unos segundos nos dice de improviso, con un ademán imperativo, golpeando sobre la mesa:
–¡Pues ya está! El momento de más viva emoción, aquel que por sus circunstancias especiales nos conmovió a todos, dejándonos desconcertados, fue aquel en que nos enteramos del asesinato de don Francisco I. Madero.
–¿Cómo supieron la noticia?
–Eran como las cuatro de la madrugada, y nos encontrábamos varios amigos en espera del desarrollo político. Teníamos noticias de que los contrarios habían puesto en juego todos sus recursos, y esto nos hacía temer el trágico desenlace. Al rato un boletín que mandó publicar el gobierno huertista daba cuenta del hecho.
–¿Y qué actitud tomaron?
–Por el momento ninguna: yo era entonces simple amigo de Madero y vivía retirado de las funciones públicas. Al principio parecía que la monstruosidad misma del crimen iba a producir un aplastamiento general, y pasamos aquí en México días de verdadero dolor y desesperanza.
–¿Cómo reaccionó el pueblo?
–Ojalá pudiéramos haber contado con el pueblo; una de las circunstancias más desconsoladoras para tomar alguna actitud era la experiencia que días antes habíamos tenido de su indiferencia ante los acontecimientos de la Decena Trágica. En vano habíamos acudido por los barrios en donde uno o dos años antes reclutábamos multitudes; por todas partes la indiferencia, el terror o el odio hacían sentir su peso.
–Esa postración –agregamos nosotros– no tardó mucho tiempo, porque se suscitaron varios levantamientos…
–Efectivamente, no pasó mucho tiempo sin que tornase a revivir nuestra confianza en el pueblo. Nuevos rumores primero y después noticias confirmadas daban cuenta de levantamientos espontáneos en contra de la iniquidad representada por el huertismo.
–La acción de los caudillos –le decimos–, debe de haber sido para los huertistas algo inolvidable.
–Ya lo creo. Se comentaban sus hazañas, se multiplicaban los valores, el pueblo saboreaba ahora con cierta delicia las guerrillas y los encuentros; porque el pueblo ha tenido siempre una gran fantasía y un gran corazón. Los nombres de aquellos caudillos, los de Eulalio Gutiérrez, los de Francisco Figueroa, Francisco Coss, Talamantes, asumían proporciones de leyenda. Pronto todas las fuerzas auxiliares exmaderistas habían tomado el campo contra el ejército regular que apoyaba a Huerta.
Vasconcelos guarda un momento de silencio, da tres bocanadas al tabaco, y nos dice:
–Comenzó entonces el gran sacrificio de la nación para sacudirse el militarismo huertista, sacrificio que ahora vemos tan dolorosamente estéril…
Puedo considerar aquellos días agitados como los más emocionantes que ha vivido mi vida de patriota. Nosotros teníamos en Madero cifradas nuestras esperanzas, y por eso su muerte nos sacudió violentamente. No ha habido para la nación horas de mayor angustia en toda su historia, que las que se dedicó a sufrir el pueblo inmediatamente después de aquel asesinato. Contra lo que se dice por todas partes, no nos damos todavía cuenta de lo que perdió el país con la caída de don Francisco. Toda una era de construcción social y de adelanto civilizado quedó aplazada quién sabe para cuánto tiempo con el sacrificio del Presidente Demócrata. ~