Guillermo Zapata y la política disclaimer

Explicar un chiste es quitarle la gracia; explicar e intentar justificar desde un cargo público chistes de humor negro -como ha hecho el concejal de Madrid Guillermo Zapata, recién dimitido- es torpe e inútil. 
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La nueva alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, admite no tener tiempo para leer los periódicos (!) y dice no estar interesada en la política (!!), a pesar de ser el fenómeno político del año (a quién podría ocurrírsele llamar política a presentarse a unas elecciones con la intención de legislar desde las instituciones para cambiar la vida de la gente). Pero si no haces política, otros la hacen por ti, y en el caso de Guillermo Zapata, el concejal de Cultura y Deportes de Madrid que dimitió ayer por varios tuits de humor negro realizados hace años, otros han hecho política por Carmena. Especialmente han hecho un tipo de política en la que todo se interpreta en su literalidad y las explicaciones a posteriori son en vano: Ignatieff  aprendió la lección en su libro Fuego y cenizas cuando intentó explicar por qué no estaba a favor de la tortura, y el cínico Malcolm Tucker, de la serie The Thick of It, la enseña con mala leche a aquellos a los que asesora en el gobierno británico. No importa que los chistes antisemitas sean citas sacadas de contexto (Arcadi Espada comenta que todo chiste es siempre una cita) y estén algunos entrecomillados. Explicar un chiste es quitarle la gracia; explicar e intentar justificar desde un cargo público chistes de humor negro sobre el Holocausto, niños muertos y víctimas de ETA es torpe e inútil. 

Twitter –y más aún la política en Twitter– no admite disclaimers o matizaciones. Basta con ver la diferencia de retuits que recibe un tuit falso y los que recibe su corrección. Algo similar ocurre en la prensa: en un periódico, las fes de erratas, las correcciones de informaciones falsas o erróneas –muchas de esas informaciones aparecen incluso en portada– suelen colocarse en las secciones más escondidas, en un breve junto a la sección de Motor y las ofertas inmobiliarias. Aunque las disculpas de Zapata en su blog de Tumblr y en diversas entrevistas parecen sinceras, no son más que una nota a pie de página de la noticia, que todavía sigue su difusión viral.

Quizá lo más irónico de todo es que estos fallos de comunicación –porque, aunque son tuits de hace años, estas cosas deben preverse si uno no es tan naif como para considerar que la prensa no “escarbará en la basura”– han sido cometidos por usuarios que conocen bien Twitter. Aparte de Zapata hay otro concejal, Pablo Soto, que ha visto cómo los medios rescataban tuits suyos en los que pide torturar y matar al ex ministro de Justicia y exalcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón o utilizar kalashnikovs. Ambos utilizaron de forma inteligente la red social para contribuir a la creación del movimiento 15M, pero parece que sin ser conscientes de que la privacidad que transmite Twitter es ilusoria: lo que parece una conversación hablada e informal en realidad es un registro público, indexado en los buscadores y accesible. Tampoco repararon en algo básico: un político no tiene la libertad de decir lo que quiere –y el debate no tiene nada que ver con la libertad de expresión–. No puede tampoco, como dice Pablo Suanzes, comerse tan fácilmente un perrito caliente en mangas de camisa con sus colegas. Que se lo digan si no a Ed Miliband, el ex líder laborista británico, que fue blanco de burlas e incluso de campañas de la oposición por unas fotos en las que aparece comiendo con dificultad un sándwich de bacon en público.

En The Thick of It la mayor obsesión de los políticos y miembros del gabinete del ministerio no es sopesar la idoneidad de una nueva medida política, sino el momento en el que tendrán que dimitir. Todos hacen cábalas sobre la estrategia de su dimisión y cómo afectará eso a su carrera, porque tarde o temprano les tocará. Uno de ellos, incluso, comenta en broma que si dimite justo después de jurar el cargo dará una imagen de político honesto que le hará ganar puntos para ascender en el partido y en las encuestas. En el caso de Zapata, ni su dimisión temprana ni su arrepentimiento parece que vayan a quitarle el estigma de ser el concejal del antisemitismo y el humor negro: en las búsquedas de Google las palabras “Guillermo Zapata” irán unidas a “judíos” y “Holocausto”, y parece injusto.

En septiembre de 2001, apenas unas semanas después del 11-S, el humorista estadounidense Gilbert Gottfried hizo una broma sobre el ataque terrorista en una fiesta del Friars Club de Nueva York. El público no se lo tomó nada bien, y alguien incluso le gritó: “Too soon!” (¡Demasiado pronto!). Esa regla del tiempo en el humor no ha funcionado en el caso Zapata (tampoco es una regla de oro): sus tuits eran viejos y malos. Lo que sí ha sido demasiado pronto es su dimisión. No le ha dado tiempo a gobernar. Pero quizá este suceso –y su intento de justificarlo– prueba que tampoco estaba muy preparado para ello. 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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