La galería Espacio Valverde de Madrid expone hasta finales de mayo una colección de litografías y óleos de Ado Arrieta, más conocido como director de cine. Después de haber rodado en España El crimen de la pirindola e Imitación del ángel, a mediados de los años sesenta se trasladó a París. En Francia rodó algunas de sus películas más celebradas, como Las intrigas de Sylvia Couski, Tam Tam, Flammes o Grenouilles. Quien quiera verlas sin esperar a un ciclo retrospectivo puede encontrarlas en dvd en la editorial española Intermedio o en la francesa RE:VOIR, que también ofrece algunas en video on demand. Tienen un aire de cuento, de tiempo suspendido en el que es posible que se manifiesten cosas que normalmente no salen a la luz o en las que casi nadie se fija, pero él sí. Un cuento también, el de la suspensión del tiempo por antonomasia, es su largometraje más reciente, Belle Dormant (2016), basado en la historia tradicional que recogieron Perrault y los hermanos Grimm y que Arrieta ambienta en el siglo XX.
¿Estará preparando alguna película nueva? “En realidad no sé muy bien si estoy preparando una película, o dos. Me siento en una zona indefinida. De pronto, he empezado a dibujar, de nuevo… Veremos qué sale de este estado extraño.” Dice Ado que ha empezado a dibujar de nuevo porque desde pequeño siempre dibujó. Al principio dibujaba hadas y ángeles; entre los profesores del colegio tenían mucho éxito. Cuando siendo muy joven se hizo amigo de Juan Giralt y de Joaquín Pacheco empezó a tomarse la pintura más en serio. En 1963 llegó a exponer con Giralt y el holandés Holstein en la galería Forum. Más tarde hizo una individual en la galería Edurne. Fue en esa época cuando comenzó a hacer las litografías que se pueden ver en Valverde y que participan del aire de ensoñación de sus películas.
También por aquel entonces se hizo amigo del argentino Alberto Greco, fascinado con El crimen de la pirindola, que estaba instalado en España. Montaban proyecciones de la película en casas de gente; Arrieta recuerda una en casa de La Chunga. Explica Ado que se dio cuenta de que montar una película era igual que pintar un cuadro, en el sentido de era algo muy manual, muy plástico. Montaba sin moviola; cortaba el celuloide con unas tijeras y lo ensamblaba como una escultura. Eso le apasionó. Al trasladarse a París con el actor de sus películas, Javier Grandes, dejó de pintar: “El cine me absorbió. La pintura se alejó de mí. Seguramente por falta de tiempo y espacio”. Vivía en una pequeña habitación de hotel donde era imposible pintar. Hizo algún retrato en aquellos años, pero se han perdido.
Una larga elipsis hasta la tarde reciente en que Asela Pérez Becerril y Jacobo Fitz-James Stuart, galeristas de Valverde, visitaron a Ado en su casa y encontraron una carpeta con las litografías que habían resistido los años y las mudanzas. Les entusiasmaron y le propusieron a Arrieta montar la exposición, que incluye la proyección en bucle de una breve película rodada durante el confinamiento, un barrido por algunas estanterías de su casa en las que guarda sus libros preferidos. Le pregunto qué le gustaba leer cuando era pequeño:
“Me ha encantado leer desde que aprendí, a los cuatro años. No solo los cuentos de Grimm y de Perrault, sino todo lo que era leíble. Siempre he tenido libros a mano. A los ocho años La isla del tesoro, La cabaña del tío Tom… A los diez años Tom Sawyer, Robinson Crusoe, Peter Pan y Wendy, además de los cuentos de Oscar Wilde, Quo Vadis, Fabiola y me encantaba recitar poemas de Juan Ramón Jiménez. Verde verderol… Endulza la puesta de sol lo recitaba todo el tiempo. En esa época escenificaba comedias de Oscar Wilde como Un marido ideal en un teatro de juguete”.
Precisamente muchas de las litografías tienen un aire de puesta en escena, de decorado teatral, como el hall lleno de cuadros en el que una mujer de espaldas al pie de una escalera, entre un techo de complicado artesonado y una alfombra llena de arabescos, parece estar a punto de tomar una decisión revulsiva, como Nora en una Casa de muñecas meridional. En otra escena un niño toca el piano acompañado por unas mujeres que sorprendentemente tienen algo de Bernarda Alba y algo de Matisse a la vez. Una pitonisa con aire de diva del cine mudo le echa las cartas a un personaje embebido en la lectura del periódico; los dibujos de las cortinas y los adornos de la pared emanan la misma vibración simbólica que las cartas que hay sobre la mesa (la Biblioteca de Washington le compró a Juana Mordó esta litografía, hace años). Un torero se enfrenta al toro en el ruedo, inconsciente de que a sus espaldas otro hombre le acecha con una espada. Siendo muy pictóricas, tienen una narración en marcha.
Ha mantenido su pasión por la lectura a lo largo de los años: “Los libros siempre han sido muy importantes para mí. No solo por el contenido sino por la encuadernación, como objetos. He perdido muchos. Algunos han vuelto. Los libros se van y vuelven, como si tuvieran vida propia. Hace poco encontré en un almacén de muebles viejos una edición de El criticón, un libro de cocina que creía desaparecido… Mi adolescencia estuvo marcada por Jean Anouilh, Jean Cocteau, Jean Giraudoux, Eugene O’Neill, Dostoyevsky… Escribí una obra de teatro con Juan Giralt, de la que solo queda el título —Juana y el mundo— bastante influenciada por Tennessee Williams. Era la época en la que leíamos Buenos días, tristeza secretamente. Leer es inseparable de releer. Me encanta leer en inglés. Actualmente estoy inmerso, profundamente, en Agatha Christie. No me canso de releerla”.
¿Cree que el cine y la pintura se parecen? ¿Se parece el cine más a la literatura?: “El cine y la pintura pueden parecerse. El cine puede parecerse a todo. Cuando empecé a hacer El crimen de la pirindola sentí que el montaje era como construir un objeto en el espacio, una escultura. En cuanto a la literatura, el cine puede ser una manera de contar historias. También puede ser una forma de poesía. Alberto Greco me descubrió a Jean Vigo. Zéro de conduite me reveló lo poético que puede ser el cine. Le Sang d’un poète de Cocteau y L’Âge d’or de Buñuel me estimularon muchísimo para hacer películas. Fuera de la industria, desde luego”.
¿Quiénes han sido sus artistas preferidos y qué arte le interesa ahora?: “Me parece que fue Matisse el primer pintor que me fascinó. Después de él me han fascinado bastantes, una multitud. Cuando pienso en un nombre aparecen otros. No puedo hablar de preferencias, sino de afinidades. Son muy diferentes, y de diferentes épocas. Me siento cerca de Botticelli, de Rosetti, de William Blake, de Gauguin, de Kandinsky, de Appel, de Pollock… Pero Botticelli me hace pensar en Patinir, Rossetti me hace pensar en Turner, William Blake no me hace pensar en nadie, Gauguin me hace pensar en él, Kandinsky me hace pensar en Klee, Appel me hace pensar en Picasso, Rouault me hace pensar en Barceló, Mondrian me hace pensar en Giralt, Hopper me hace pensar en Hockney, Pollock me hace pensar en mí… Lo mismo me sucede con los músicos, los escultores, los poetas y los arquitectos… Cuando pienso en un nombre aparecen otros… Ahora no hay ningún tipo de arte que me interese más que otro. Es una época bastante sosa. Pero el fuego nunca se apaga.”
¿Y él en que se ha inspirado para hacer sus películas?: “No sé en qué me inspiro para hacer una película. Me parece que siempre parto de una imagen. En Flammes por ejemplo, que es mi película más clásica, partí de la imagen de un bombero entrando por una ventana. No sé por qué apareció esa imagen, de pronto, desde lo más profundo de mi inconsciente”.
Las litografías expuestas en Valverde son como esa imagen inconsciente en la que se revela el sentido profundo de una situación, muchas veces imposible de precisar en palabras. En su aire primigenio y aparentemente espontáneo vibra un mundo oculto, en el que las cosas y los seres se relacionan de una manera eterna, circular, mítica, como en los cuentos, y solo a veces, por capricho y por quienes ellos elijan, se dejan atrapar en pleno bullicio.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).