Apuntes granaínos en torno a Franco Battiato

Director de cine y pintor, político expulsado de la política, músico de muchas músicas. Fue de izquierdas y de derechas, popular y enigmático, a la vez ídolo multiventas y músico de culto.
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Recibo la noticia de la muerte de Franco Battiato en Granada. Llevo meses sin pisar la ciudad. Anulo todos mis planes de trabajo de esta mañana y me dedico a pasear escuchando los discos de Battiato que tengo descargados en el móvil. Battiato siempre ha estado ahí. Siempre me ha acompañado. Ha hecho más fácil, en general, las malas noticias; ha hecho más alegres los momentos alegres; ha ayudado a tomar decisiones sobre el lugar en el que vivir. Cómo vivir.

Tiene sentido saber de su fallecimiento aquí. Granada es, de algún modo y por muchas razones, una ciudad cercana a Battiato: trágica, joven y llena de música y músicos, última frontera europea entre Oriente y Occidente, cruce donde conviven sufíes con funcionarios, poetas, pintores y rockeros. Una ciudad libertaria y, a pesar de su tamaño, tóxica por la polución de sus cielos y sus gentes. La ciudad en la que aprendí a vivir como un posible personaje de una canción de Battiato. En Granada lo vi tocar por primera vez. Luego han venido muchas. Lejos de este, mi centro de gravedad.

Recuerdo aquella primera actuación. Un Battiato de pelo ya cano, gafas eternas y narizota presentaba su roquerista Ferro Battuto. Sentado en un cojín colocado sobre una alfombra persa, bailando con los brazos y dirigiendo a sus músicos: banda de rock ruidoso formada por chicas góticas, formación de cuerdas exquisita y su querido Carlo Guatoli al piano.

Battiato se convirtió en una compañía en la infancia. Como muchos otros niños de padres progres en aquella mitad de los ochenta, escuchábamos las canciones de Battiato por sus melodías curiosas e inolvidables, fáciles de cantar; por esos sintetizadores casi de juguete, por el aspecto cómico del cantante y también, claro, por la parodia de Martes y Trece. Escuchábamos esas canciones sin entender las letras. Unas letras –primero en español, traducidas, luego en italiano, con los diccionarios y el limitado conocimiento de la lengua– que se fueron convirtiendo, poco a poco, en un credo. Buscábamos la calma que nos transmitía, la sabiduría oculta que escondían; queríamos como se querían en sus canciones de amor y odiábamos como odiaba Battiato. Con esa maravillosa –y tan italiana– misantropía punk.

Más recuerdos de Granada. Es 2013 y dos queridos amigos músicos parten de la ciudad hacia Milán. Allí los espera el maestro para trabajar en la futura adaptación al español de los textos del que es su último disco de estudio, Apriti Sesamo. Días antes yo estaba con ellos en el estudio. Habían grabado las voces de algunas de las canciones adaptadas, para explicarle a Battiato de manera más fácil cómo habían encajado sus versos con el fondo musical de su disco. Recuerdo lo que disfruté con aquello, recuerdo una tarde entera con cervezas hablando de cómo traducir y hacer cuadrar la palabra “pomeriggio”. Esa palabra aún me recuerda a aquel momento y a aquellos dos amigos. Al llegar de Milán quedé con ellos y los machaqué a preguntas sobre las costumbres y hábitos y gustos del siciliano. Conservan una foto con él. Yo también la guardo en algún sitio.

Se ha escrito mucho sobre Battiato. Más bien se ha intentado descifrar lo que no deja de ser un misterio. Qué es Battiato. Director de cine y pintor. Político expulsado de la política. Músico de muchas músicas. Es de izquierdas y de derechas. Es popular y enigmático. A la vez ídolo multiventas y músico de culto. Sensible y cascarrabias. Huraño y amable. Un hombre que quiere ser un santo. Un gnóstico que quiere ser un hombre. Sus canciones me recuerdan a Ordet, la película danesa de Dreyer –descubierta por aquellos mismos años en un cine club granadino– que era a la vez espiritual y física. Un arrebato místico y sensual.

Escapado por la puerta de atrás de la canción melódica italiana –a la que de algún modo nunca dejó de pertenecer– se pasa pronto a la vanguardia. Como muchos otros cantantes europeos su búsqueda de libertad se basa en crear un puente posible entre las vanguardias artísticas y al rocanrol anglosajón, quizá la forma definitiva de vanguardia.

Empieza fuerte con unos primeros discos que deambulan entre el kraut, el rock progresivo y la psicodelia pastoral. De esa primera época se puede escuchar la canción que titula Fetus: arranca acústica, se vuelve turbadora poco a poco y acaba pesadillesca, con unos teclados casi de giallo italiano. Se intuye en esos discos un músico libre (siempre me ha sorprendido el uso del violín en temas como “Cariocinesi”), en plena transición hacia la búsqueda de la melodía. La encuentra en el disco L’Era del cinghiale bianco que incluye la canción homónima –más tarde regrabada con cuerdas– en la que ya se apunta la que será una de las tendencias de su cancionero: una mirada al mundo dando un pasito atrás. Pocos supieron como Battiato unir con naturalidad la ambición de trascender y cierto esoterismo con sus mirada impresionista de la vida cotidiana.

En una tienda de segunda mano de Granada encuentro un día un buen número de sus discos en formato CD. Recuerdo preguntarme: quién habrá vendido, de una sola tacada, todas estas joyas. Y por qué. Hay gente pa tó. En Patriots, a pesar de salir con una guitarra en la portada, define aún más su sonido –basado en capas de sintetizadores arpegiados– y sus estilo: reflexiones hermosas, plácidas, sobre el día a día (“Prospettiva Nevski”) y un vínculo fuerte con las músicas mediterráneas, con especial querencia por lo árabe (“Arabian song”).

La explosión comercial en Italia llega un año después: La voce del padrone convierte a Battiato en una estrella. A partir de ahí resulta imparable. En ese disco, junto con sus habituales reflexiones espirituales inventa el que será su formato de canción definitiva: esa especie de himnos entre populares y sincretistas para cantar con el puño en alto.

En cada verso reconozco una calle de mi ciudad, en cada canción una historia. Mi preferida, “Bandera bianca”, la divertida “Cucurrucucú” o la famosísima “Centro di gravitá permanente”, que contiene de los riffs/ganchos más carismáticos y originales de la música europea de esa década y una letra que reflejaba a la vez un canto a la libertad individual y el anhelo espiritual de una generación (la post hippy, la preyuppie) que solo podía, si acaso eso: anhelar algo espiritual.

Arranca su época de esplendor total, encadenando discos inabarcables: Orizzonti perduti, Mondi lontanissimi, Fisiognomica, Caffe de la Paix, Comme un cammello in una grondaia… Se publican grandes éxitos en español e incluso graba un disco de versiones en inglés de sus canciones (Echoes of sufi dances). Alcanzado el estatus de clásico en su país, en las siguientes décadas Battiato alterna un ritmo de trabajo envidiable (discos llenos todos de estupendas canciones) con distintos líos (sus películas místicas, su apadrinamiento de distintos artistas, sus movidas en la política) convirtiéndose en la voz de varias generaciones distintas, desde los democristianos a los comunistas, de los jóvenes desencantados de los noventa a los músicos, apátridas por naturaleza. Todos tienen en común lo mismo. Como los protagonistas de la canción “Nomadi”: el mundo se puede mirar desde el enfado y se puede, se debe, mirar más lento.

Resumir su discografía a partir de esos años se vuelve una tarea casi imposible. En cada disco, Battiato deja una huella que construye una de las discografías más apasionantes de la música popular europea. Cada cual tiene su canción favorita de Battiato, a veces por motivos opuestos. Convertido ya en un clásico a veces recurre a los clásicos –sus célebres apropiaciones de lieders, sus relecturas de los Rolling, de Jimi Hendrix–, nunca pierde el sentido del humor, uno de sus rasgos identitarios (el riff del teclado de “Voglio vederti danzare”, “Serial killer”, “Eri con me”); usa estructuras, ideas sorprendentes tirando de sus habituales recursos desprejuiciados. Me acuerdo, de manera arbitraria, de los coros rusos de “L’Esodo”, me acuerdo de la estructura circular, cinematográfica de “Lode all’inviolato”, me viene a la cabeza el ritmo de “I treni de Tozeur”, recuerdo el verso “Viva la gioventú / que fortunatamente pasa”) de “Quand’ero giovane”, pienso en el uso que le da al alemán o al inglés, a la vez lúdico y erudito, la omnipresencia del sinte primero y el piano después como base de las canciones. Podrían ser estas, podrían ser otras.

Un lugar aparte merecen las canciones de amor. El misterio que fue Battiato encontró en el amor el gran tema de sus mejores canciones. Battiato ha cantado al amor de mil maneras, encontrando en cada nueva canción ángulos inesperados, sorprendentes, conmovedores: le ha cantado Battiato al amor carnal (“Sentimiento nuovo”), al amor recobrado (“La stagione dell’amore”) al amor torturado del que ama (“L’animale”), al amor que se entrega (“E ti vengo a cercare”), al amor total (“La cura”), al perdido (“La cancionez dell’amore perduto”), al mítico (“El mito dell’amore”).

Una cafetería en Granada. Aprieta el calor. Leo en no sé qué periódico que Battiato tuvo una muerte dulce. Una muerte de la que escribió mucho –sabemos lo que pensaba de la muerte por algunas de sus canciones, sobre todo “L’ombra de la lucce” y “Testamento”– y que incluso la evocó en una especie de paradoja temporal en su último tema grabado, el hermosísimo “Tornaremo Ancora”. Su voz, ya rota, nos habla del regreso del alma, de la imposibilidad de la muerte; de nuevo una melodía cuidadísima y unos arreglos –en este caso de la Royal Philarmonic Orchestra– que elevan la canción del cuerpo al alma, de lo humano a lo celeste.

Lo escuché por primera vez paseando por Granada, cruzando mensajes con uno de los dos amigos que grabaron con él. No le conté que pensaba en mi propia muerte al escucharlo. Recuerdo que me paré en un barecito de la ciudad al que nunca voy. Daba igual el lugar, Battiato era entonces toda la ciudad. Termino el paseo la mañana de su muerte tomándome otro vino en ese mismo bar. Pensando en ese estribillo tan sencillo y tan sabio. Volveremos otra vez. Y otra. Y otra.

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Fernando Navarro (Granada, 1980) es guionista y crítico musical. Ha escrito entre otras 'Toro', 'Verónica', 'Bajocero' y Venus'. 'Segundo premio' (Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, 2024) es su último guion. En 2022 publicó la novela 'Malaventura'.


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