Vista de frente, la extensa columnata de piedra blanca de la Galería James Simon impresiona tanto por su precisión geométrica como por su despojamiento: los pilares silenciosos, aun con evidentes rasgos contemporáneos, no interfieren con los edificios neoclásicos con los que conectan; al contrario, dan continuidad al diseño creado por Friedrich August Stüler para la isla de los museos de Berlín en la segunda mitad del siglo XIX.
Pocas cosas dan cuenta de manera tan clara del estilo, la búsqueda, el modo de encarar sus proyectos y el carácter del arquitecto, urbanista y activista británico David Chipperfield, premio Pritzker 2023, que un recorrido por su obra. Además de su minimalismo y precisión, de una obra despojada de cualquier elemento que no sea imprescindible o que aporte al conjunto, sus composiciones son claras y abstractas y en sí mismas enuncian la intención: el sentido de permanencia. También lo distingue la búsqueda de integración al dotar en sus proyectos el espíritu o esencia del lugar, como si quisiera restaurar el sentido del espacio arquitectónico y su entorno, tanto en lo material como en lo simbólico. Su mayor virtud: convertir sus obras en una experiencia estética.
Chipperfield es autor de más de cien proyectos en todo el orbe, desde viviendas particulares hasta edificios de interés social, restauración y proyección de museos, diseño de interiores y urbano. A diferencia de arquitectos renombrados como Norman Foster (para quien trabajó en sus primeros años de carrera y que incorpora elementos disruptores en la restauración de edificios antiguos), en sus proyectos antepone el valor del conjunto a la necesidad de dejar una marca personal o “artística”, algo que el mismo jurado del premio destacó: “No vemos un edificio de David Chipperfield reconocible al instante en diferentes ciudades, sino diferentes edificios de David Chipperfield diseñados específicamente para cada circunstancia. Cada uno afirma su presencia incluso cuando sus edificios crean nuevas conexiones con el vecindario”.
Chipperfield estudió arte y arquitectura en la Kingston School of Art, graduándose en 1976, y más tarde prosiguió en la Architectural Association School of Architecture de Londres. En 1985 fundó David Chipperfield Architects, que ahora cuenta con oficinas en Londres, Berlín, Shanghai y Santiago de Compostela. Pero estos datos biográficos cuentan menos de Chipperfield que las obras en las que ha elegido trabajar, casi siempre fuera de su país de origen, al que ha criticado en más de una ocasión por favorecer una arquitectura que considera comercial, temporal y vacua.
Además de la Galería James Simon, participó en la reconstrucción del Neues Museum, bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial, entre otros proyectos que son prácticamente una declaración de principios en la manera de abordar la restauración de edificios históricos, como la Procuratie Vecchie de Venecia o la Neue Nationalgalerie (del arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe), también situada en Berlín.
El enfoque de su práctica se basa en una preocupación por el impacto social y ambiental del entorno construido en la calidad de vida colectiva. Proyectos como el Museo River and Rowing, ubicado en Henley-on-Thames y la Turner Contemporary en Margate, en el Reino Unido, el Museo de arte de Saint Louis, en Estados Unidos, y el Museo Jumex, en la Ciudad de México, por mencionar algunos ejemplos, reflejan esa intención: la inserción de la obra tanto en el espacio asignado como dentro del contexto cultural que la contiene; la sustentabilidad entendida no solo desde el diseño o el uso de determinados materiales, sino también en la determinación por lograr una construcción perdurable, y la restitución en los edificios históricos restaurados de su carácter original, respetando su diseño y a la vez otorgándoles un valor contemporáneo.
El Priztker se ha ocupado en los últimos años en premiar proyectos que tienen un impacto social o que sirven como un manifiesto de principios sobre lo que la arquitectura debería buscar en tiempos complejos como el actual, en el que el cambio climático exige no solo prácticas constructivas ingeniosas o teóricamente “inteligentes” (y al escribir esto viene a la memoria las palabras del arquitecto catalán Miquel Adrià, quien sostiene que las “ciudades inteligentes”, tan de moda hace unos años, reflejan todo menos inteligencia), sino en proyectos que, entre otras características, logren innovar sin destruir ni obstruir el entorno, o que integren buenas prácticas de culturas diversas, como lo hace el ganador del Priztker 2022, el burkinés Diébédo Francis Kéré.
En ese contexto se inserta Chipperfield, quien además de reflejar en sus obras las tres cualidades esenciales de Vitruvio, “firmitas, utilitas, venustas” (fuerza, utilidad, belleza), se dedica desde hace algunos años, a través de la Fundación RIA, localizada en Galicia (su segundo hogar), a buscar maneras de coexistir en un planeta ecológicamente agotado por el rápido desarrollo urbano y a encontrar soluciones para proteger comunidades que podrían sucumbir al abandono o la destrucción como resultado de prácticas arquitectónicas irresponsables, desmemoriadas, fascinadas con la novedad fulgurante de lo efímero, o víctimas indirectas de la devastación ambiental. ~
es editora y periodista. Es editora de redes sociales de Letraslibres.com.