“Cuando el lenguaje pregunta ‘¿qué es la música?’ está declarando sus propias limitaciones. Delinea con precisión las fronteras de sus recursos sustantivos y ejecutorios. Estos se extienden, no importa cuán concisamente, solo a la metáfora” nos dice Steiner en Fragmentos . Por su naturaleza –quiere desentrañarlo todo–, el logos siempre ha tenido un romance con la música; y quizá algo de frustración al no poder enunciarla.
Entre filósofos y compositores hay relaciones sumamente estudiadas; algunas de ellas se dan en el terreno de la admiración profunda y distante y otras son de amistad cercana, tal es el caso Nietzsche y Wagner. Muchos creen que Wagner era fanático de Nietzsche, cuando en realidad uno de los cimientos de su amistad era la admiración que compartían por Schopenhauer. Sin embargo, hay algunas cercanías un poco menos conocidas, como la afinidad de Kierkegaard por Mozart o bien, la de Wittgenstein y Brahms. Aunque sería incorrecto limitar la afición del filósofo vienés únicamente a ese compositor, ya que para él, la música tenía un papel central en su vida.
La familia Wittgenstein era una de las más prominentes de Viena y con fuertes conexiones en el medio cultural. Los hermanos del filósofo (ocho, incluido Ludwig) tenían grandes talentos artísticos. Por ejemplo, su hermano Paul debutó al piano en 1913 en el Grosser Musikvereinsaal y, de acuerdo con Alexander Waugh en The House of Wittgenstein, al momento de elegir a la orquesta acompañante optó por contratar para este debut a la Tonkünstler Orchestra en lugar de la Filarmónica de Viena (considerada quizá con más prestigio), no por falta de fondos sino más bien para que, si el debut resultaba exitoso ,no se le atribuyera a la destreza de los demás músicos. Hermine Wittgenstein era también una buena pianista y una gran cantante, pero prefirió concentrarse en la pintura y ayudó a su padre a formar la colección de arte que incluía obras de Rodin y Moser, a la vez que los contactos familiares consiguieron que Klimt hiciera un retrato de Margherita “Gretl” Wittgenstein. Considerado un genio musical dentro de su propia familia, Hans Wittgenstein dominó el piano y el violín. Desde la infancia esbozaba composiciones musicales, lamentablemente la presión del padre para que se dedicara a la industria del acero desembocó en una desaparición que la familia interpretó como suicidio.
Más que el dinero, los Wittgenstein atesoraban el arte y fue una constante en su vida: fueron mecenas de figuras como Oskar Kokoschka y Rainer Maria Rilke. Fanny Wittgenstein era prima del violinista Joseph Joachim, a través del cual, la familia se hizo muy cercana a Brahms, quien instruiría musicalmente a varios de los Wittgenstein. La Alleegase, mejor conocida como Palais Wittgenstein sería uno de los recintos en los que se escucharía por primera vez el Quinteto para clarinete del compositor.
No es difícil imaginar la intensidad con la que Wittgenstein escuchaba música. El hombre que alguna vez escribió a Bertrand Russell para decirle que había resuelto todos los problemas de la filosofía difícilmente era de medias tintas. “Bueno, Dios ha llegado. Le encontré en el tren de las 5.15” escribió Keynes en una carta a Lydia Lopokova sobre su encuentro con el filósofo. La complejidad de los apartados del Tractatus es tan solo un reflejo de lo críptico que era también Wittgenstein en su vida privada.
Si bien el Tractatus y las Investigaciones Filosóficas son sus principales obras, contamos con apuntes de alumnos que afortunadamente se dieron a la tarea de registrar el quehacer filosófico de Wittgenstein en las aulas de Cambridge y, mejor aún, tenemos los diarios y ciertas compilaciones de notas personales. Encontramos en Cultura y valor (notas reunidas y editadas por el filósofo G.H. von Wright) una gran variedad de referencias a la música:
“A algunos la música les parece un arte primitivo por sus pocos tonos y ritmos. Pero sólo su superficie es sencilla, en tanto que el cuerpo que posibilita la interpretación de este contenido manifiesto posee toda la complejidad infinita que se nos indica en lo externo de las otras artes y que la música calla. En cierto sentido es la más refinada de todas las artes”.
O bien: “Los sentimientos acompañan a nuestra percepción de una pieza de música del mismo modo que acompañan a los acontecimientos de nuestra vida”. En estos pasajes aprovecha también para hacer algunos juicios un poco duros sobre Mendelssohn:
“Entre Brahms y Mendelssohn existe decididamente un cierto parentesco; y no me refiero a aquel que se muestra en algunos pasajes particulares de las obras de Brahms y que recuerdan pasajes de Mendelssohn, sino que el parentesco al que me refiero podría expresarse diciendo que Brahms le da todo el vigor donde Mendelssohn lo dio sólo a medias. O: Brahms es con frecuencia un Mendelssohn sin faltas”.
Por supuesto, clama constantemente su amor por Brahms a través de simples afirmaciones como “La fuerza del pensamiento musical de Brahms” y “El poder avasallador de Brahms”. En más de una ocasión, Steiner escribe sobre el hecho de que “Wittgenstein identifica el adagio en un cuarteto de Brahms como la única barrera que lo alejó del suicidio”.
Beethoven gozaba también de una predilección especial. El libro Portraits of Wittgenstein registra que, en sus conversaciones musicales, Wittgenstein dijo a Drury, alumno y amigo, que el movimiento lento del cuarto concierto para piano de Beethoven era una de las más grandes obras musicales. Para Wittgenstein, Mozart creía en el cielo y en el infierno, mientras que Beethoven sólo concebía el cielo y la nada.
En la entrada de febrero de 1913 dentro de Movimientos del Pensar (los diarios que van de 1930-1932/1936-1937) encontramos una mención a la Novena Sinfonía de Beethoven. Wittgenstein se queja amargamente: “Necesito una energía extraordinaria para poder dar mis clases”. Inmediatamente después nos dice que “las tres variaciones previas a la entrada del coro en la 9ª Sinfonía podrían llamarse el inicio de la primavera de la alegría, su primavera y su verano”. Naturalmente, sabemos que se refería a los inicios de los primeros tres movimientos de la Novena.
Solía silbar piezas de música clásica con extraordinaria precisión y en alguno de sus diarios aparece esta pequeña anotación:
Y que de manera aproximada sonaría así.
Sobre esta melodía en particular, Wittgenstein dice “se me ocurrió hoy al reflexionar sobre mi trabajo en filosofía y decirme: I destroy, I destroy, I destroy”. El filósofo era severo con los demás y agotaba (a la vez que iluminaba) a quienes lo rodeaban, pero lo cierto es que era mucho más severo consigo mismo y juzgaba todas y cada una de sus actitudes hacia la vida. Con un largo historial de suicidios familiares, la tragedia de vivir la Primera Guerra Mundial y el amor, que parecía eludirle siempre, lejos de destruir, entregó su vida a tender y perfeccionar los puentes del divino lenguaje con la realidad. Es un consuelo saber que, así como para cualquiera de nosotros, la música era la prueba irrefutable, la intuición de que entre los horrores, el desamor y la desolación hay algo fuera de los límites del mundo que no puede ser nombrado.
Maestra en filosofía, publicista y aficionada a la música clásica