El auge de los robots humanoides ya es parte del paisaje tecnológico contemporáneo. Según la Humanoid Robot Guide, existen al menos 47 modelos distintos desarrollados por 38 fabricantes, y la MIT Technology Review estima que más de 160 empresas alrededor del mundo están apostando fuerte por esta tecnología. Entre ellas hay gigantes como Tesla, pero también una ola de empresa emergentes que quieren abrirse paso. Más allá del dinero invertido, lo realmente fascinante es lo que están tratando de construir: máquinas bípedas capaces de desplazarse con autonomía, comunicarse verbalmente, interpretar su entorno con una precisión digna del cyborg de Terminator, y manipular objetos con la destreza de Robotina, el icónico personaje de Los Supersónicos. El futuro nos alcanzó. Más que una moda, esto es una carrera global por transferir tareas físicas –simples y complejas– a entidades mecánicas diseñadas para convivir con la especie humana.
El mercado global de humanoides está en plena expansión y se estima que alcanzará entre 4 y 15 billones de dólares hacia 2030, según distintas proyecciones. En octubre de 2024, durante la Future Investment Initiative en Riad, Elon Musk, CEO de Tesla, declaró que para 2040 podrían estar en operación al menos 10 mil millones de estas máquinas bípedas, cada una con un precio estimado entre 20 mil y 25 mil dólares. Musk calcula que esta industria podría generar ingresos superiores a los 10 billones, posicionándola como uno de los pilares económicos del futuro. Estas proyecciones reflejan el creciente interés por la automatización antropomórfica, impulsado por avances en inteligencia artificial, aprendizaje automático y sistemas sensoriales de última generación. A medida que la tecnología se perfecciona, se espera que estos androides desempeñen funciones clave en sectores como la salud, la manufactura y el trabajo doméstico, entre otros.
Los humanoides ya no se mueven de forma mecánica, como el entrañable androide dorado C3PO de Star Wars. Hoy asombran por su agilidad y coordinación. Boston Dynamics ha llevado a su Atlas a ejecutar saltos, giros y volteretas con una fluidez que recuerda más a un gimnasta que a un robot. El G1 de Unitree practica kung-fu, boxea y hace maromas con una soltura casi teatral. Booster Robotics mostró a su T1 pateando balones con un control motriz que roza lo humano, mientras EngineAI presentó a su androide interpretando rutinas de danza elaboradas, como si Broadway hubiera sido reimaginado por ingenieros. Más allá del espectáculo, lo verdaderamente revelador es su creciente dominio de lo cotidiano: caminar con una naturalidad orgánica, biológica, fluida e inquietante. Modelos como el Figure 02, el Optimus de Tesla o el Iron de Xpeng ya no parecen máquinas intentando imitar al ser humano; son el primer borrador convincente de una nueva clase de entidad con inteligencia no humana que caminará entre nosotros.
En un futuro no tan lejano, podríamos despertar en hogares donde asistentes humanoides preparen el desayuno, vigilen la salud de nuestros seres queridos y colaboren discretamente en las tareas cotidianas. Elon Musk anticipa que “los robots humanoides serán más comunes que los humanos”, y su visión encuentra resonancia en figuras como Brett Adcock, fundador de Figure AI, quien afirma que “la inteligencia no encarnada será la próxima gran plataforma de desarrollo”, porque –como él mismo señala– “el mundo fue construido para los humanos. Si podemos crear un robot que interactúe con ellos de la misma manera, podemos automatizar una enorme gama de tareas”.
¿Será este el amanecer de una nueva era de abundancia, donde los androides alivian el peso del trabajo físico y cuidan a nuestros ancianos con una paciencia que a veces nosotros mismos no tenemos? ¿O estaremos cediendo silenciosamente los espacios más íntimos de nuestra existencia a entidades diseñadas por intereses privados y entrenadas por algoritmos opacos? La dependencia de sistemas autónomos también plantea desafíos en términos de seguridad y ética. La posibilidad de que estos robots sean utilizados con fines maliciosos o que desarrollen comportamientos no previstos por sus creadores es una preocupación legítima.
Cuando la línea entre lo humano y lo artificial comienza a desdibujarse, y la utopía tecnológica nos promete eficiencia, compañía y longevidad, vale la pena detenernos a preguntar: ¿cómo transformará esto la economía, las relaciones sociales, el sentido mismo del trabajo? ¿Qué significará ser humano cuando convivamos con entidades que igualan nuestras capacidades físicas y nos superan en disciplina, resistencia y obediencia? Quizá el verdadero peligro no sea una rebelión de las máquinas, sino su silenciosa sustitución de lo humano. No con violencia, fuego ni guerra, sino con cortesía, precisión y un inquietante silencio. Como advertía el personaje Kyle Reese en The Terminator, al describir a la máquina asesina que lo persigue: “No se puede razonar con él. No se le puede negociar. No siente piedad, remordimiento, ni miedo. Y no se detendrá jamás.” ~
El autor es fundador de News Sensei, un brief diario con todo lo que necesitas para empezar tu día. Engloba inteligencia geopolítica, trends bursátiles y futurología. ¡Suscríbete gratis aquí!