La ciencia, esa aterradora desconocida

La ciencia puede conducir a descubrimientos que cambian la vida de las personas, pero en México y buena parte del mundo el público desconfía de ella. Es necesario entender por qué.
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En México, la ciencia y los científicos inspiran desconfianza. Esta historia de miedo y recelo no es nueva.

En la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología (ENPECYT) 2007, 49% de los encuestados estaba entre muy de acuerdo y de acuerdo con que “debido a sus conocimientos, los investigadores científicos tienen un poder que los hace peligrosos”. A lo largo de diez años esa percepción se modificó trabajosamente. La ENPECYT de 2017 arrojó que 45.8% de los encuestados seguían estando muy de acuerdo y de acuerdo con ese peligro; pero 48.2% estaba en desacuerdo o muy en desacuerdo.

Lo mismo sucedió con la idea de que “los científicos son responsables de los malos usos que hacen otras personas de sus descubrimientos”. Y aunque en 2017 hay un dejo de confianza, el resultado es básicamente el mismo: la mitad de la población desconfía de la ciencia y los científicos.

Por otro lado, a lo largo de estos diez años los encuestados se inclinan de manera clara y consistente hacia apoyar la ciencia y fincar en ella sus esperanzas de crecimiento económico y descubrimiento de la cura de diversas enfermedades.

¿Por qué pedir más presupuesto para algo que nos aterra, algo en lo que no confiamos? Porque, como señalan Leandro Rodríguez Medina, Ana Pandal de la Peza y Wesley Shrum en “On mistrust in science and politics: The Zika outbreak in Mexico (2016-2018)”, el origen de la desconfianza hacia la ciencia no suele ser que alguien “tiene la creencia firme en que los intereses de otro actor no son compatibles con los propios, o no confía en que las acciones se lleven a cabo con el fin con el que fueron propuestas”, sino más bien que “no se conoce cuáles son los intereses del actor externo y no se sabe si podrán concordar o no con los propios”. Es decir, desconfiamos de los científicos porque no sabemos lo que hacen. 

Y acá hay una culpa compartida entre medios de comunicación, divulgadores de la ciencia, público en general y científicos. Si queremos dejar de mirarnos por el rabillo del ojo, primero tenemos que entender bien las bases en las que se finca esa desconfianza: ¿Qué parte genera ruido? ¿A quién sí le están creyendo y por qué? ¿Qué recursos sociales y/o tecnológicos influyen en las actitudes de alguien hacia la ciencia y los científicos? ¿Cómo se relaciona esta desconfianza con la que existe hacia los gobiernos? La tarea claramente no es sencilla, porque tampoco es un problema local, como lo muestra el reporte Wellcome Global Monitor. How does the world feel about science and health?

Parte de los hallazgos de este reporte, publicado por Gallup, es que:

  • En todo el mundo, aproximadamente siete de cada diez personas sienten que la ciencia los beneficia, pero solo cuatro de cada diez piensan que beneficia a la mayoría de las personas en su país.
  • Alrededor de un tercio de las personas en el norte y sur de África, Sudamérica, América Central y México se sienten excluidos de los beneficios de la ciencia.
  • América del Sur tiene la proporción más alta de personas que creen que la ciencia no les beneficia personalmente, ni tampoco a la sociedad en general
  • Entre las personas con alguna afiliación religiosa, en un desacuerdo entre la ciencia y su religión, el 55% estaría de acuerdo con sus enseñanzas religiosas; 29% estaría de acuerdo con la ciencia y 13% dice que depende del tema.

La ciencia puede conducir a descubrimientos y nuevas tecnologías que cambian la vida de las personas y la manera en la que comprendemos el mundo, pero para que esos cambios sean efectivos y se democraticen hay que tender puentes de entendimiento mutuo.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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