Censura, cambio climático y la nación mítica de Trump

El negacionismo del mandatario estadounidense ante el calentamiento global se explica, en parte, por su cercanía con industrias contaminantes. Pero está también ligado a la mitología e identidad nacionalista que le ha vendido a sus seguidores.
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Trump ha emprendido una peligrosa cruzada contra la ciencia y las políticas existentes para mitigar el cambio climático. Retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París. No solo le ha dado la espalda a políticas importantes para la reducción de emisiones. Recientemente, los científicos que trabajan en el gobierno federal han sonado las alarmas sobre la censura en esta administración y la desaparición de las comunicaciones oficiales de toda mención sobre las causas humanas del calentamiento global. ¿Por qué el empeño de esta administración en suprimir referencias al cambio climático y sus causas? 

Parte de la respuesta es su cercanía con la industria de combustibles fósiles y automotriz, como se ha hecho evidente con los recientes escándalos de corrupción de Scott Pruitt, director de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Como han señalado mis colegas en la Union of Concerned Scientists (UCS), el giro orwelliano de borrar la ciencia climática de las comunicaciones oficiales es una forma de librar de responsabilidad a estas industrias y de ignorar la obligación que tiene el gobierno de garantizar el bienestar de todas las personas en Estados Unidos. 

Creo, que además del conflicto de intereses, el escepticismo de Trump está ligado a su versión de nacionalismo y a la imagen que le ha vendido a sus seguidores. Frente a otros presidentes republicanos, como George W. Bush, el escepticismo de Trump es distinto. Aunque Bush mantuvo una estrecha relación con la industria de combustibles fósiles, bloqueó la acción climática, sembró la duda frente a la creciente evidencia y censuró a científicos de las agencias federales, nunca afirmó que el cambio climático no existía. 

Trump, por el contrario, usó la negación como plataforma de campaña, incluso promoviendo la idea absurda de que el cambio climático es un engaño de China para sacar ventaja comercial sobre los Estados Unidos. Hubo personas que le creyeron y lo eligieron, porque la negación del calentamiento global es una pieza angular sobre la cual se cimienta la mitología e identidad nacionalista, hipermasculina que Trump le vendió y le sigue vendiendo a su base. 

El espejismo de Make America Great Again (MAGA), el eslogan de campaña de Trump, explica este afán de suprimir, de borrar, de silenciar el cambio climático y sus causas humanas.

Trump construyó una mitología fundamentada en el retorno a una nación manufacturera y minera, sin inmigrantes (o mejor dicho sin inmigrantes no europeos), de “ganadores”, para seducir a una clase trabajadora desposeída por la automatización y los avances tecnológicos, que se siente amenazada por el cambio demográfico y la transformación de las normas sociales. Admitir que el clima está cambiando y que los humanos somos la causa implica aceptar una serie de condiciones bajo las cuales MAGA, el retorno a ese pasado mítico, es imposible. 

En un texto ya canónico, el historiador Dipesh Chakrabarty esboza las condiciones conceptuales necesarias para aceptar la crisis climática. Su crítica aporta luces para entender la conexión entre la negación del cambio climático y la mitología de MAGA. 

En primer lugar, aceptar el cambio climático implica admitir que los humanos somos capaces de modificar la naturaleza y que nuestras decisiones y acciones, nuestro libre actuar o “agencia humana”, tienen el poder de cambiar la geofísica del planeta y desencadenar la extinción masiva de especies. Esta primera condición se opone diametralmente a la idea de nación en el corazón de MAGA, esa nación manufacturera y minera a la que supuestamente regresará Estados Unidos. 

MAGA es la ilusión de riqueza sin restricciones. En la mitología de Trump, los recursos son infinitos, el ejercicio de libertad se basa en la explotación de estos recursos, y estas actividades no tienen consecuencias más allá de la acumulación de dinero y la prosperidad. 

No es casualidad que bajo promesas de “independencia energética”, de “restaurar la libertad económica” y “traer prosperidad a industrias y trabajadores”, Trump firmó la orden que promete acabar con las regulaciones federales al carbón. Estas políticas fueron diseñadas para mitigar los daños ambientales de esta industria y proteger la salud pública. La versión de prosperidad de Trump es incompatible con la idea de límites y responsabilidad humana implícitas en la aceptación del cambio climático.  

Segundo, si aceptar el cambio climático implica reconocer que los humanos somos capaces de alterar el planeta y poner en riesgo la existencia humana, también implica adoptar una visión planetaria de la vida en la tierra con una temporalidad de larga data: la vida humana depende de procesos geofísicos que nos anteceden, y nuestra supervivencia futura de la solidaridad entre humanos y el respeto por otras especies. La visión necesaria para aceptar el cambio climático desborda el concepto obtuso de nación de MAGA.

MAGA se basa en un nacionalismo sostenido por el “excepcionalismo estadounidense” (la idea que Estados Unidos es único y excepcional, y por lo tanto superior al resto de países), un sentimiento de supremacía racial, y la idea de retorno a un pasado mítico.  

Políticas como los arrestos arbitrarios de la policía de inmigración (ICE), la militarización de la frontera con México y la propuesta de construcción del muro, la prohibición de entrada a personas de países musulmanes, los requisitos draconianos para obtener permisos de residencia o la imposición de aranceles y la “guerra comercial” han dejado claro que el mundo es una amenaza para Trump. 

El empeño de esta administración en cerrar sus fronteras y en “ganar” es contrario a la visión planetaria y a futuro necesaria para forjar lazos de solidaridad internacional, encontrar soluciones conjuntas para mitigar los efectos de calentamiento global y adaptarnos a él. 

Trump escoge la censura y la negación porque asumir el calentamiento global derrumbaría las fábulas que ha tejido. Implicaría asumir la idea difícil de que el Estados Unidos que tenemos hoy no será el mismo en el que vivirán nuestros hijos. Con la crisis climática no hay vuelta atrás a un pasado mejor, sino un futuro cada vez más fuera de nuestro control, donde no existen “ganadores”. 

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Antropóloga política y de medios digitales. Gestora bilingüe de contenido web para la Union of Concerned Scientists. Investigadora afiliada, Programa de Antropología, MIT.


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