Todos somos conscientes probablemente de que la mayoría de las palabras que usamos son ambiguas (tienen más de un significado) o vagas (tienen un significado que se ajusta a muchos contextos). Cualquier otra cosa sería antieconómica. Lo que quizá no se conozca tanto es cómo se vinculan los distintos significados entre sí y, sobre todo, cómo los interpretamos. En esta ocasión quiero que veamos esto en una categoría en concreto: los adjetivos.

En primer lugar, en muchas ocasiones los adjetivos tienen significados vinculados a las metáforas cognitivas, como cuando se usa bajo en un sentido evaluativo: lo que está arriba es lo bueno y lo de abajo es lo malo. Los ejemplos de este tipo son innumerables (si os interesa este tema os aconsejo que veáis la charla que la Dra. Iraide Ibarretxe dio hace unos años en el seminario Sagaz). En plena pandemia, algunos países no querían reducir la presión económica sobre los países del sur de Europa. En ese contexto, surgieron juegos de palabras como este (recopilado por la comunidad del #twitterparaLingüistas, a la que nunca dejaré de dar las gracias).

También hay, claro está, adjetivos que son homónimos en el sentido de que cada uno de sus significados tiene un origen distinto. Esto es lo que ocurre con real, que proviene de res, rei (‘cosa’) en una de sus acepciones y de rex, regis (‘rey’) en la otra.

Otras veces la ambigüedad tiene que ver con la estructura morfológica del adjetivo. En los adjetivos deverbales, a veces no está claro cuál es el verbo con el que se relacionan. Como ejemplo, pensemos en concentrado, alarmado u organizado, que a veces se vinculan al verbo acusativo (concentrar, alarmar, organizar) y otras al inacusativo (concentrarse, alarmarse, organizarse). 

Otra posibilidad es que el verbo sea ambiguo y que el adjetivo conserve la ambigüedad. Es lo que ocurre con reafirmar, que significa ‘confirmar’, pero también ‘reforzar’ o con curar (que puede tener que ver con la salud o con la cocina).

Los adjetivos denominales, por su parte, en no pocas ocasiones tienen un significado vago. Así, por ejemplo, casero y básico se interpretan como algo relacionado con casa o con base, respectivamente. La vaguedad es tan grande a veces que llegamos a dudar entre interpretarlo como calificativo (una propiedad) o como relacional. Este es el caso de universal, que se interpreta como ‘global, total’ o como ‘relacionado con el universo’.

Que el significado sea vago no es un problema, claro. Lo interesante, en realidad, es ver cómo lo interpretamos. Como principio general, podemos decir que nos adaptamos a lo que sabemos del sustantivo al que se refieren. Recuperamos los ejemplos de casero y básico para comprobarlo:

Una prueba de que la clave está en el sustantivo al que acompañan es que, si este es ambiguo, el adjetivo puede vincularse a cualquiera de sus acepciones. Esto es lo que ocurre en el siguiente ejemplo, donde día se puede interpretar como ‘el transcurso de 24 horas’ o como ‘el conjunto de horas con luz solar’. 

En ocasiones, sin embargo, la relación con el sustantivo no es tan obvia y tenemos que recurrir a ser más imaginativos. ¿Las lentejas pueden ser rápidas? Probablemente lo que sea rápida es su cocción. ¿Las agresiones pueden ser sanitarias? Difícilmente. Por eso entendemos que son agresiones que se producen en el entorno sanitario, de los usuarios a los profesionales.

Especialmente interesantes me resultan, en este sentido, los adjetivos que remiten a la percepción y se interpretan de modo sinestésico. Las camisas no pueden chillar, así que se entiende que llaman la atención como si pudieran:

Para terminar, tenemos que advertir que el significado del adjetivo también cambia según su posición con respecto al sustantivo al que acompaña. Todo el mundo sabe que no es lo mismo un viejo amigo que un amigo viejo o un pobre hombre que un hombre pobre. Parece poco importante, pero no lo era tanto para este profesor. ¿Qué le aconsejaríais que hiciera?