El derecho a tener lengua materna

Los seres humanos nacemos “sin acabar”, con un cerebro profundamente inmaduro, y las lenguas naturales del entorno son un instrumento necesario para que las conexiones neuronales se establezcan de forma satisfactoria.
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El tiempo vuela, sinceramente, y este mes celebramos, de nuevo, el día de la Lengua Materna. Hace un año os intenté convencer aquí de la naturaleza íntima y transcendente de esta lengua, que nos hace ser como somos, pensar como pensamos y sentir como sentimos. Entonces os animé a defender el derecho de los hablantes nativos a usar su lengua en los momentos más complicados de la vida. Pues bien, en esta ocasión, voy a ir un poco más allá. Porque por encima de este derecho está uno más importante: el de acceder, en los primeros momentos de la vida, a una lengua que pueda funcionar como lengua materna.

Todos hemos oído hablar de los mal llamados “niños salvajes” y de las terribles consecuencias que tiene, para la cognición y el bienestar mental, la privación de input lingüístico en los primeros meses o años de vida. Los seres humanos nacemos “sin acabar”, con un cerebro profundamente inmaduro, y las lenguas naturales del entorno son un instrumento necesario para que las conexiones neuronales se establezcan de forma satisfactoria. Eso sin mencionar lo terriblemente importante que es poder comunicarse con los demás desde los primeros años de vida para un ser tan sociable como el humano.

Afortunadamente, los casos de estos “niños salvajes” son puntuales. Los humanos tendemos, por instinto, a proteger a nuestros hijos; no los abandonamos en la selva ni los solemos tener aislados de todo contacto. Por el contrario, los niños suelen vivir junto a los adultos y el acceso al input lingüístico está asegurado. ¿Siempre? No, lamentablemente no siempre. A día de hoy algunos de nuestros niños no tienen acceso temprano a una lengua materna. Estoy hablando de los niños y niñas sordos que nacen en familias oyentes que no conocen las lenguas de signos. El entorno lingüístico familiar es, en estos casos, inaccesible para el pequeño y la falta de información, de recursos o de apoyo (en ocasiones los tres factores juntos) evitan que haya un contacto temprano con una lengua de signos. Se convierten, de este modo, en bebés sin acceso a una lengua materna, con todas las consecuencias que eso conlleva en su desarrollo.

Ante este grave problema, algunos investigadores, como la Dra. María Bao, del grupo GRILES de la Universidad de La Coruña, abogan por programas de atención temprana que vayan más allá del ámbito sociosanitario y aseguren el acceso a una lengua de signos desde el momento mismo del diagnóstico de sordera. Los poderes públicos, que gestionan nuestro dinero a través de los impuestos, deberían asegurar que no hubiera seres humanos sin acceso a una lengua materna en los primeros años de vida.

Varias son las razones por las que estos programas no están ya completamente implantados. Más allá de los problemas económicos que puedan influir, los prejuicios contra las lenguas de signos parecen estar detrás de esta situación. Los seres humanos tendemos a juzgar el mundo por sus características superficiales (podemos hablar del marketing, pero también de asuntos menos triviales, como el racismo) y está claro que superficialmente las lenguas de signos son muy distintas a las orales. Sin embargo, desde un punto de vista estructural y lingüístico son exactamente iguales. Tal vez los lingüistas deberíamos difundir esta información con más frecuencia.

Otro asunto que influye en la ralentización en el acceso a las lenguas de signos tiene que ver con los miedos que ocasiona el bilingüismo. En este caso concreto, existe el miedo irracional a que el acceso de lenguas de signos dificulte la adquisición posterior de la lengua oral. Sin embargo, como ya comenté en otra ocasión, nuestro cerebro está perfectamente preparado para ser multilingüe. Además, la lengua materna es el sustento fundamental para la adquisición de las demás, por lo que los bebés que cuenten con una lengua materna visoespacial, lejos de tener problemas, tendrán mejores recursos para adquirir otras lenguas en el futuro.

Solo la investigación y la difusión del conocimiento podrán sacarnos del miedo de los mitos. Por eso animo a mis colegas lingüistas a que dediquemos parte de nuestro tiempo de investigación a las lenguas de signos; a los compañeros periodistas y comunicadores en general a que luchen contra los prejuicios que amenazan a estas lenguas y a la población general a que comencemos a considerarlas como lo que son, lenguas humanas como las demás. ¿No sería interesante que el acceso a aprenderlas fuera más habitual y sencillo?

Los niños sordos, como el resto de niños, tienen el derecho inalienable a adquirir una lengua materna a una edad temprana. En nuestras manos está.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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