La tecnología nos ha cambiado completamente la vida y uno de los ámbitos en los que esto es más patente es en la conversación cotidiana. Hace algo más de 20 años que los SMS aparecieron, de forma tímida, en nuestras relaciones sociales. A modo de telegrama cómodo, los usábamos principalmente como sistema de avisos, del que normalmente no se requería respuesta. En la actualidad, sin embargo, la mensajería instantánea ha sustituido a las llamadas telefónicas, hasta el punto de que es el método más habitual de conversación coloquial a distancia (sobre todo entre los más jóvenes). La gratuidad de las nuevas aplicaciones, que solo requieren acceso a internet, ha sido esencial para esta pequeña gran revolución comunicativa. Otros elementos que han contribuido han sido la posibilidad de hacer grupos, la de añadir audios de voz, la facilidad con que se adjuntan imágenes, archivos y contactos o el propio auge de los teléfonos móviles.
Pero para que se diera este cambio hacían falta más elementos. Y es que la escritura, utilizada desde hace unos 5500 años, no estaba pensada para la conversación coloquial, sino para la producción de textos unidireccionales. En la conversación, los interlocutores han de estar atentos no tanto al contenido de lo que se les dice sino, sobre todo, a la intención con la que hablan los demás. Solo así serán capaces de reaccionar en tiempo real y contestar adecuadamente. Ahora bien, dicha intención comunicativa se aprecia habitualmente en el lenguaje no verbal (la entonación, la expresión de la cara, la disposición del cuerpo, los gestos), ausente en la escritura. Fue necesario crear nuevos códigos que complementaran el contenido desnudo de los mensajes de texto: las mayúsculas se empezaron a usar para gritar, algunos signos de puntuación se comenzaron a utilizar aisladamente, con valor propio (un signo interrogativo aislado servía para indicar estupefacción o incredulidad, por ejemplo). Y en este contexto de adaptación, el emoticono sería un instrumento privilegiado para expresar emociones. Utilizando el teclado, los emisores podían transmitir sonrisas : ) expresar tristeza : ( o incluso guiñar un ojo para marcar ironías ; )
¿Hasta qué punto estos primeros signos podían sustituir la comunicación no verbal de las conversaciones cara a cara? Distintos estudios con técnicas de neuroimagen descubrieron pronto que las zonas del cerebro implicadas en la interpretación del lenguaje no verbal no eran utilizadas en la interpretación de estos emoticonos. Dicho de otro modo, a pesar de que mediante signos de puntuación podemos codificar algunas emociones, nuestro cerebro las procesa como meros símbolos y el efecto no es el mismo. Otro asunto distinto suponen los modernos emojis que utilizamos actualmente. Análisis con Potenciales Evocados indican que los sujetos reaccionan a estos de manera similar a como reaccionan a las caras de sus interlocutores. La misma distribución se encuentra en otro tipo de tareas de laboratorio. Los informantes en general parecen dotar de mayor carga de emoción a caras y emojis que a los rudimentarios emoticonos. A pesar de que la comunicación cara a cara siempre presentará algunas diferencias, parece que los emojis son una solución más que aceptable para la expresión de emociones por escrito.
No obstante, la utilización de emojis en nuestras conversaciones cotidianas va más allá de ser meros sustitutos más o menos perfectos del lenguaje no verbal para convertirse en otra cosa. Y es que, de algún modo, estamos ante la naturalización de la conversación por escrito. Y así, igual que la conversación oral es multimodal, esta también lo es. Nuestros mensajes se enriquecen con emojis, imágenes o gifs que expresan intenciones y emociones y crean un clima. Lejos de simular el universo oral, nuestras charlas escritas presentan un universo distinto y complementario a aquel. Solo así se entiende la presencia de iconos que sustituyen o complementan a las palabras de significado, tanto en su contenido denotativo (comidas, objetos, transportes…) como en un significado metafórico (soles, muñecos de nieve, señoras haciendo yoga). Tal es así, que hemos tenido que adoptar un nuevo verbo para referirnos a lo que hacemos. Uno charla con sus amigos oralmente, pero chatea por aplicaciones de mensajería instantánea. Dos actividades similares, pero diferentes.
Los emojis llegaron para mejorar a los emoticonos y conseguir una conversación escrita más fluida e integral, pero lo que consiguieron (junto a otros elementos) es crear una manera diferente de conversación. Los humanos, como siempre, haciendo de la necesidad virtud.
Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).