Foto: Adriana Merchán

Entrevista a Manuel Arias Maldonado: “Hay que introducir el problema medioambiental en el liberalismo”

En Antropoceno. La política en la era humana (Taurus), Manuel Arias Maldonado combina la filosofía política con la ecología para explicar los retos medioambientales a los que se enfrenta la humanidad.
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Manuel Arias Maldonado es profesor de ciencia política en la Universidad de Málaga. En sus artículos en medios como El Mundo, Revista de Libros, The Objective y Letras Libres, y en obras como La democracia sentimental (Página Indómita), analiza el emotivismo creciente de la política, la relación entre la democracia e internet, las transformaciones de la esfera pública: leerlo siempre nos ayuda a entender cómo está cambiando el mundo. Buena parte de su tarea académica, desarrollada en inglés, trataba de la reflexión política sobre la ecología. A este terreno pertenece Antropoceno. La política en la era humana (Taurus), su libro más reciente.

Uno de los primeros problemas es definir el concepto.

Plantea más de una dificultad porque el conocimiento superficial del concepto dificulta mucho que el ciudadano interesado, pero no especializado, perciba todos los matices que hay detrás. Por ejemplo: decimos que el Antropoceno es una nueva época geológica, pero todavía no está oficialmente reconocida por los geólogos.

Luego tienes que añadir la dimensión de ciencias del sistema terrestre, que tiene que ver con el impacto ecológico, biológico, etcétera.

Decimos: bienvenidos al Antropoceno, o ya vivimos en el Antropoceno, como dijo The Economist. Eso es un titular periodístico, pero detrás hay una complejidad que tiene que ver por una parte con la dimensión estratográfica, de buscar el registro fósil de la tierra, una marca universal o global que pueda en el futuro indicar que ha habido ciertamente un cambio de época. Porque se busca la marca una vez que existe la intuición de que hemos cambiado de época. Lo normal sería que, como ha sucedido en las etapas anteriores, buscando en el planeta encontremos las marcas.

Es una curiosa inversión del proceso que hace que muchos observadores más o menos imparciales, incluso algunos geólogos, sean escépticos. Lo que pasa es que no aparece un reproche del todo suficiente.

Pero a eso se suma a su vez la cuestión simbólica. ¿Qué simboliza mejor el Antropoceno como colonización humana del planeta? Hay un elemento de control y un elemento de descentramiento humano, porque remite a un planeta dinámico que se puede volver contra nosotros. Tenemos que valorar si el comienzo de la industrialización es el momento en el que se origina la intensificación de ese impacto. O las consecuencias de la industrialización ligadas al potencial de uso de la tecnología: para eso los isótopos radiactivos cumplen una función muy positiva. O si hay que buscar otros marcadores. Lo que tiene menos sentido es, como ha sugerido algún arqueólogo, hablar del comienzo de la revolución neolítica. Es cierto que ahí es cuando el ser humano se hace más sedentario, se intensifica ese impacto humano pero probablemente es muy inferior al que se produce con la industrialización. Es un debate muy bonito; no solamente es geológico.

También es lingüístico: hay un debate sobre el propio término.

Para unos es megalómano, para otros ese antropos no se sabe a quién designa. Y ahí tenemos una crítica ecofeminista que dice que habría valores masculinos insertos en ese proceso de dominación de la naturaleza. Luego tenemos a los críticos que dicen: El Antropoceno en todo caso será producto de un conjunto de relaciones de poder característicamente capitalistas que encuentran su expresión más clara hasta el momento en la era del capitalismo fósil que empieza con la revolución industrial. Dicen que estamos en el Capitaloceno, no en el Antropoceno. Otros hablan incluso del Oligoceno, que hace referencia a las élites que generan estos procesos. Y también hay quien prefiere el Tecnoceno: la diferencia humana está basada en la tecnología. Y esa tecnología, incidentalmente, tiene su desarrollo más intenso en Europa en el siglo XVIII y XIX, aproximadamente.

El ser humano desborda su nicho ecológico, explicas.

Es aquel animal que no tiene un nicho ecológico: deja de tenerlo cuando se convierte en sapiens y desarrolla ciertas capacidades que multiplican su potencial, su poder transformador… Es su cerebro, su lenguaje, la transmisión cultural… Derivada de todas estas capacidades está la tecnología, que nos distancia mucho de otras especies. Darwin ya intuyó que el ser humano, a través de la relación del organismo con el ambiente, transforma el ambiente. Cualquier organismo, cualquier animal lo hace, pero el ser humano con mayor potencia, que además es acumulativa.Tiene su lógica que esa potencia acumulativa multiplicada además en el espacio y en el tiempo por todos los humanos que en el mundo han sido, acabe agregada produciendo una transformación que no solo es cuantitativa sino que a partir de un momento determinado se convierte en cualitativa.

La intervención humana siempre ha sido agresiva. Ya antes del neolítico.

Está en su modo de ser o es una derivación casi lógica de su modo de ser que yo caracterizo como de adaptación agresiva al entorno. Para el ser humano esto puede tener consecuencias fatales, como muestra Jared Diamond en Colapso. Pero también ha redundado en beneficio de nuestra mayor longevidad, en el aumento de la población humana sostenida a lo largo del tiempo… Es un éxito de especie, aunque pueda ser a costa de otras especies, naturalmente.

Estudiarlo exige combinar las ciencias sociales con las ciencias naturales.

El Antropoceno también se puede caracterizar como un marco conceptual nuevo que nos permite aglutinar distintas disciplinas en el estudio de las relaciones socionaturales y hablar de ellas, entendidas además como juego de influencias recíprocas, porque también el entorno natural condiciona las elecciones sociales. Piensa en el cambio climático, cómo estamos reaccionando, desarrollamos ciertas políticas, etcétera.

También une la temporalidad de la historia natural con la de la historia humana.

El aspecto de convergencia temporal es interesante porque el Antropoceno parece que pone en contacto la historia del planeta, que es una historia de dimensiones cósmicas, del tiempo profundo, con la historia de la vida humana que se convierte en protagonista de la vida planetaria. Difícilmente podemos nosotros tener un sentido claro como individuos que tienen un tracto biográfico muy breve. Este papel siempre puede derivar en un papel secundario si se produce una catástrofe planetaria de grandes dimensiones.

Dices que puede haber soluciones que todavía no somos capaces de imaginar.

Sí, cito la definición que da Sloterdijk de autodidacta: aquel que aprende a hacer algo acerca de lo cual no sabe nada. La especie humana siempre es autodidacta. Anticipamos una incapacidad que después no tiene por qué confirmarse en la práctica. Cuando movilizamos nuestras capacidades en determinadas direcciones encontramos a menudo buenas soluciones. La propia conversación sobre el Antropoceno, sobre la existencia de ciencia financiada en relación con el cambio climático, demuestra que tenemos instrumentos para conocer esta realidad y diseñar soluciones que podrán funcionar mejor o peor, que podrán tener mayor o menor dificultad política en su aplicación pero que no sería por esa razón un sistema catastrofista en el medio y largo plazo. En larguísimo plazo es muy arriesgado hacer predicciones sobre el destino de la especie. Los biólogos dicen que una especie como la humana puede durar un millón de años pero poco más. ¿Por qué lo dicen? No lo sé.

¿Qué es exactamente lo posnatural?

Hablo de la necesidad de relativizar, si no abandonar, el concepto clásico de naturaleza, que además ha abanderado el ecologismo político desde siempre. Es una naturaleza ahistórica, universal, pura. Es una naturaleza que puede enseñarnos cosas, de la que podemos extraer valores morales… La naturaleza entendida como fuerza autónoma del ser humano no existe. Por supuesto hay un elementos estructurales que conservan su independencia y que condicionan aquello que podemos hacer. Pero, al mismo tiempo, piensa en la capacidad para la maduración genética. O en que la naturaleza virgen, puramente virgen, ha desaparecido o está en trance de desaparición porque todos los ecosistemas tienen huellas del ser humano. O en el cambio climático, que a su vez incide sobre los ecosistemas. La influencia humana está ahí aunque sea indirecta y han desaparecido muchas especies y otras que subsisten son especies que se adaptan bien al entorno humano. Yo hablo de naturaleza híbrida, de naturaleza en distintos grados de pureza. Por ejemplo: la idea de restaurar un ecosistema a su posición original no tiene sentido porque es imposible. Puedes reconstruirlo pero ya estarás haciendo eso, una reconstrucción. Es como construir una iglesia gótica pero hacerlo con materiales del siglo XXI. Eso nos obliga a dejar de pensar solamente en la naturaleza en términos de naturaleza virgen. Es un concepto quizás más inscrito en la mentalidad norteamericana que en la europea, donde el cuidado del jardín siempre ha estado más presente. Eso no significa que haya que descartar la naturaleza virgen ni dejar de conservar esos lugares que tienen mayor apariencia de virginidad: son imprescindibles. Y, por cierto, la despoblación del mundo rural puede ser una oportunidad para rejuvenecer esa naturaleza o apariencia virgen tradicional. También debemos redescubrir la naturaleza en las ciudades y formas de naturaleza que quizá no sean aparentes. Quizá la concepción romántica de naturaleza sea demasiado estrecha para un mundo como el nuestro.

Mencionas, por ejemplo, la recuperación de las zonas boscosas.

También hay más eficacia en el uso del campo agrícola, entonces en general hay una reforestación. Por otro lado, en un mundo más cálido habrá más vegetación en muchas zonas. Otras se desertizarán. No descartemos que tengamos capacidad para producir vergeles allá donde ahora hay desiertos. La capacidad para manipular genéticamente las semillas puede dar mucho de sí. En ese sentido no soy especialmente pesimista.

Pero, aunque fuera posible técnicamente, que habrá que verlo, puede haber una oposición política.

Sí, incluso hay teóricos del ecologismo que son a su vez ecologistas más radicales que piensan incluso que la tarea del ecologismo político sería precisamente reforzar esos diques. Por ejemplo: los transgénicos, que de manera más bien infundada o absurda se han convertido en un demonio para las opiniones públicas sobre todo en Europa. Con otras tecnologías sucede lo contrario. Si tú quieres imitar la producción industrial de carne, o incluso por ese camino combatir el cambio climático por las emisiones de metano, la carne procesada te conviene. Y ahí en cambio puedes encontrarte con resistencia de otro tipo, resistencias más tradicionalistas. El otro día leía un artículo de The Economist sobre los coches sin conductor: pueden ser medioambientalmente beneficiosos pero pueden registrar dónde va cada uno en cada momento. Puede ser un sistema de vigilancia monumental que restrinja la libertad privada. Todas estas soluciones vienen con un conjunto de contraindicaciones y ventajas.

¿Cuáles son los grandes éxitos y fracasos del ecologismo?

El ecologismo, aunque tiene sus raíces en el Romanticismo, es una ideología política y movimiento social relativamente joven. Muchas veces se habla del día de la tierra en el año 1970 en Estados Unidos como acta de nacimiento en versión moderna. Ha producido un impacto bastante considerable sobre la cultura política occidental. No tanto como el feminismo, que tiene una trayectoria similar aunque quizá sus precedentes históricos sean un poco más sólidos.

El ecologismo ha traído una atención a la dimensión de la experiencia humana y social que estaba claramente desatendida, y una preocupación por las otras especies y no solamente por los hábitats y los ecosistemas en tanto que soporte para la supervivencia humana. Hay ahí una dimensión de sostenibilidad que es importante y otra que tiene que ver con la moralización de las relaciones socionaturales. Y en ese sentido han hecho un trabajo eficaz.

En ese trabajo eficaz y en ese deseo por llamar la atención se ha incurrido en excesos y en errores que sobre todo tienen que ver con una hiperbolización del debate medioambiental. Esto ha restado credibilidad a unas predicciones que quizá no tendrían que haber hecho de manera tan tajante. Pero quizá eran imprescindibles y muchas veces sinceras.

Esa ansiedad por encontrar soluciones para lo que se considera una catástrofe inminente también ha llevado a una relación con la democracia que ha sido en más de un momento ambigua. En los años setenta surgió todo un ecoautoritarismo, que en nombre de la supervivencia reclamaba un estado de excepción y un mandarinato ecológico porque los procedimientos de la democracia no pueden garantizar resultados sostenibles. Por suerte esto es una corriente marginal hoy en día en el ecologismo político. Pero el cambio climático, en buena medida, ha resucitado esto y hay algunos autores que miran con envidia cómo China puede tomar decisiones por decreto en este terreno y avanzar de un plumazo lo que en las sociedades occidentales requiere años de consensos. Es una perspectiva muy errada porque las democracias tienen una capacidad para generar soluciones, para probar cosas. Además en un tema como este se requiere una legitimidad y una colaboración ciudadana que quizá fuera de un contexto democrático es más difícil de tener. En el libro intento mantener un cierto realismo político y tener la cabeza fría en el sentido de que para cualquier solución que uno quiera aplicar se necesita el consentimiento ciudadano. Tienes que diseñar soluciones que puedas vender. Mi fórmula es hacerlo posible dentro de lo razonable en reacción a unas amenazas climáticas. Podemos observar ahora lo que sucede pero tampoco estamos tan seguros de que no vayamos a adaptarnos a un planeta más cálido en dos o tres grados. Con diez grados la catástrofe sería clara.

Cambian los intereses de los países y también de las opciones políticas dentro de los países. Lo vimos hace poco con el Acuerdo de París.

Es una fuente de inestabilidad porque las democracias son impredecibles en este aspecto. Subrayo la separación entre la dimensión democrática, más o menos nacional de debate público, acerca de en qué futuro socioambiental queremos vivir. Junto a esos acuerdos más publicitados, existe un conjunto de agencias medioambientales de carácter global que van colaborando y tienen una fuerte base técnica. A través de ese sistema de gobernanza internacional se puede garantizar que determinados límites, más o menos peligrosos, no se traspasen. Eso no está obligatoriamente sometido a los vaivenes del debate público porque tampoco hay necesidad de preguntar si queremos evitar la desertización del planeta o la extinción de especies que son claves para tal o cual función del ecosistema.

Ese tándem me parece imprescindible, sobre todo cuando la opinión pública no está prestando atención a estos problemas porque la atención está acaparada por otra cosa. No significa que a la gente no le preocupe, simplemente no se ocupa suficientemente del tema.

Planteas una tensión entre el liberalismo y el ecologismo.

Me planteo un poco si el liberalismo puede generar tensiones climáticas o daños medioambientales de manera colateral, sin pretenderlo, que es como la mayor parte de las ocasiones realizamos estos daños, como consecuencia de su propia estructura de valores. Un exceso de libertad o un exceso de impunidad o de falta de reflexividad en las conductas individuales, cuando estas se agregan sistémicamente, pueden provocar determinados problemas de difícil solución. Eso que se llama capitalismo fósil podría ser un ejemplo.

Por supuesto, la democracia tiene la capacidad para generar soluciones y, por ejemplo, la movilización de recursos científicos y tecnológicos ya está dando algunos frutos y los seguirá dando. El problema son las economías de escala.

El otro día leíamos sobre lo poco está preparada la poderosísima industria automovilística alemana para trabajar en coches eléctricos. Esto genera resistencia, tensiones, y puede producir una pérdida masiva de empleo. Incluso el presidente de los verdes ha defendido a los diésel ahora que se quiere prohibir su entrada en muchas ciudades en Alemania. Los empleos tiran mucho, claro. Entonces en el libro lo que planteo es: ¿qué hacemos con esto? Por ejemplo: ¿el crecimiento económico (por supuesto no discuto que es imprescindible para los países en desarrollo, etcétera) es un fin en sí mismo o nos sirve en la medida en que nos permite realizar fines como la igualdad, la autonomía? ¿Determinado crecimiento puede amenazar la realización de nuestros fines? En ese caso sería razonable que nos planteásemos de qué modo queremos crecer. Y creo que menciono que Mill es un temprano defensor de la sociedad estacionaria. Hoy no me parece viable, pero es sintomático. Estas tensiones no van a dejar de existir porque las ignoremos o porque las rechacemos dramáticamente.

Presentas varias alternativas morales: frugalidad, contención, audacia, ilustración.

En el capítulo de breviario para las conciencias climáticas hablo de los tipos ideales. Hablo de frugalidad, que correspondería a la mentalidad ecologista más austera, más franciscana y que estaría ligada al decrecimiento como alternativa sistémica, me parece que tiene muy pocas posibilidades de prosperar entre la opinión pública. Hablo de la contención, que sería estar más o menos como estamos pero no yendo demasiado lejos, es decir, teniendo cuidado de que determinado límite no se traspase. Hablo de la audacia, que estaría ligada ya a reforzar la vía tecnológica. Y hablo de la ilustración ecológica, que es mi favorito y es un poco introducir el problema medioambiental en la vieja filosofía ilustrada.

Igual que originalmente el feminismo se quejaba de que las mujeres estaban fuera del contrato social ilustrado, también la parte natural se ha dejado fuera inicialmente. A lo mejor esto era inevitable, pero ahora ya tenemos la capacidad para cambiar. Me parece que también es bueno el que está a medio camino entre la audacia y la contención. Es quizá más consciente de la necesidad de poner sobre la mesa la pregunta acerca de la buena vida y la buena sociedad.

Esa era la idea un poco de las cuatro alternativas morales, que luego en la realidad tampoco se expresan de manera pura, que solo pueden ser asumidas individualmente en cierta medida porque el individuo hace lo que puede. También hay determinados cambios que son estructurales y que la opinión pública puede empujar. Pero quizá solo una tasa para el uso del carbón pueda facilitar la transición energética, por ejemplo.

Critica que autores como Naomi Klein utilicen los problemas medioambientales para atacar el capitalismo.

Podemos explicar el negacionismo conservador en parte como una reacción al truco que ha empleado cierta izquierda radical, que es utilizar el problema climático o medioambiental como atajo para derribar al capitalismo: considerar que los problemas medioambientales o la crisis ecológica, como suelen llamarla ellos, es un efecto del capitalismo y no un efecto de la especie, que tiene el capitalismo como una de sus manifestaciones históricas.

Esto es políticamente estéril porque es muy difícil convencer a los ciudadanos de que nuestro mundo es una catástrofe sin paliativos, de que los valores esenciales de la democracia liberal son un desastre y de que lo que hay que hacer es desmantelarlo todo.

No funciona por una cuestión de realismo político y por otra parte tampoco convence esa alternativa que se dibuja. Las sociedades liberales han traído consigo una regulación medioambiental más estricta que han permitido crear mecanismos, como la prohibición del DDT.

Puedo entender cierta nostalgia, pero las consecuencias finales son negativas. La polarización es indeseable y hay que introducir posiciones mucho más razonadas, posibilistas, realistas, que permitan un cambio real.

Hay también una visión apocalíptica.

Los más apocalípticos han visto el cielo abierto con el cambio climático porque creen que pueden decretar la extinción de la especie debido a la desestabilización planetaria de aquí a cien o doscientos años. Muchos de ellos dicen que las categorías morales ordinarias ya no son aplicables porque estamos ya en curso de destrucción. Pero claro, eso también es desmotivador y despolitizador. ¿Entonces qué haces? Pues te sientas a esperar el apocalipsis. Lo que planteo más bien es que el Antropoceno puede enseñarnos cosas colocándonos en la perspectiva de lo peor y desde esa perspectiva podemos ver el mundo como si pudiera algún día destruirse para tomar conciencia de que somos criaturas terrenales, que viven en un planeta cuyas condiciones de habitabilidad nos conciernen, pero que esas condiciones de habitabilidad todavía no son las peores, ni tienen por qué cumplirse las peores teorías al respecto.

Sabemos los motivos de esos críticos del capitalismo. ¿Y los de los negacionistas del cambio climático?

Hay una respuesta inicial al catastrofismo y al intento de desmantelar el capitalismo. Y esa sería parte de la explicación que se podía decir que está ligada a cierto estilo de vida americano basado en la gasolina barata, el coche que hace miles de millas, Las Vegas, etcétera. Si se asocia la transformación económica con el desmantelamiento del capitalismo fósil puede haber razones para rechazarlo. Luego, por ejemplo, tienes a Roger Scruton, que tiene un libro muy interesante sobre la cuestión medioambiental. Plantea incluso que puede ser una vía interesante para el conservadurismo, sobre todo en la medida en que se revitaliza la vida local y la relación local con el entorno. Incluso cierto neopopulismo está incluyendo el negacionismo climático en sus programas. Tiene mucho también de expresión de una polarización del debate muy contemporánea. Y hay un rechazo de un mundo académico-científico que proporciona los datos acerca del cambio climático, y se asocia con lo progre en un sentido amplio.

¿Qué es la biomímesis?

La biomímesis es la idea de que se puedan desarrollar soluciones tecnológicas imitando la naturaleza. Es interesante porque en la obra de algunos autores que son ya fundamentales para la concepción moderna del conocimiento y de la ciencia como Francis Bacon, eso está presente ya. Bacon ya dice que no solo el conocimiento es poder, sino que el conocimiento de las leyes de la naturaleza nos permite dominarla. Aquí, en línea con la idea de la Ilustración ecológica que he señalado antes, se da la vuelta a su vez a este argumento.

Las leyes de la naturaleza nos permiten dominarla pero también nos permiten ahora reorganizar las relaciones socionaturales para controlar nuestro intercambio metabólico con la naturaleza.

Se habla de que la manera en que los mosquitos succionan nuestra sangre puede servirnos para unas inyecciones o sacarnos sangre sin que nos duela. Hay soluciones de otro tipo como la robótica aplicada a lo ecológico: en aquellas zonas en las cuales han ido desapareciendo los pájaros carpinteros, generar sonido con robots que permitan mantener no ya la integridad sónica sino que esa señal sirva para otras especies.

Me parece una manera fructífera de dar la vuelta a la premisa de dominación de la ilustración. Y ahí es interesante, claro, el hecho de que en el sector más crítico del ecologismo político hay una denuncia: el lenguaje del Antropoceno puede en ocasiones enmascarar el aspecto destructivo de la dominación humana, de la desaparición de especies o del sufrimiento animal: hablamos de hibridación, de influencia, por ejemplo, en vez de extinción, por ejemplo.

Se critica que la naturaleza, o que el mundo natural que todavía existe se sale de foco. Parece una crítica razonable. Lo que pasa es que muchas se critica esa idea de la dominación de la naturaleza por definición. Y eso me parece menos sensato o realista.

¿Por qué?

Primero, la preocupación medioambiental es un lujo civilizatorio, viene después del éxito de la propia especie humana y de cierta riqueza. E incluso encaja con posiciones posmaterialistas que solo pueden producirse cuando las materialistas están cubiertas. Y por otra parte, si lo que tenemos es un problema de desestabilización planetaria, tendremos que controlar, si no dominar, las relaciones socionaturales, porque si no ¿cómo podemos generar una sostenibilidad medioambiental no gestionada? La única posibilidad, que es carente de realismo, es volver a la comunidad local y desconectarnos entre nosotros: darle al botón off a internet, acabar con los vuelos comerciales, pero eso no va a ninguna parte. Otra cosa es que podamos, y esta es la línea de la ilustración ecológica: reforzar las relaciones socionaturales y minimizar el daño a otras especies en la medida de lo posible.

Luego están el fenómeno del NIMBY, o algunos fetiches. Así, gente que supuestamente está preocupada por la sostenibilidad se opone a la edificación en altura en las ciudades, que es más respetuosa que una edificación más extensa.

Es un buen ejemplo: la estructura suburbial parece preferible a la edificación en altura a pesar de que las ciudades son mucho más eficaces ecológicamente hablando cuando hay concentración en altura. Está ligado al desarrollo de las energías renovables, a la destrucción del paisaje o incluso al rechazo de la energía nuclear. Por mucho que tenga algunos problemas relacionados con la gestión de residuos, si estuviéramos tan concernidos por el cambio climático podríamos poner más inversión en la energía nuclear para hacerla más segura y eficaz. Aunque fuera solo para comenzar un periodo de transición mientras se hacen otras cosas. Es un terreno en el cual pueden abundar las incoherencias, pero también son efectos derivados de la falta de información o del hecho de que uno quiere señalizar la virtud en este campo. Y no deja de ser un factor un poco de crear marca política o de diferenciarte en el ámbito local. Aunque simultáneamente a mí me llama la atención que en el ámbito local no se hagan más cosas que son baratas y pueden ser eficaces: el tema de jardines en altura o en techos, que en principio es una forma muy eficaz de generar absorción de CO2.

Menciona a muchos autores y comenta debates de otros países. Por ejemplo habla de Noruega, que tiene una paradoja: una preocupación por el medio ambiente y una economía que depende en buena medida del petróleo.

Noruega es una contradicción andante o sedente. Es un país riquísimo que va a introducir los coches eléctricos antes que nadie pero su dinero viene del petróleo. Hay una sentencia reciente que exime al estado noruego de lo que hagan otros con el petróleo que ellos exportan. Noruega no sería responsable de las emisiones climáticas que genera el petróleo que exporta. Suena poco consistente. En centro Europa y norte Europa hay una preocupación ecológica mayor quizá porque ellos también han desarrollado antes una industria y han contaminado antes. Claro, Alemania tiene una historia contaminante más que considerable y en cambio es un país donde avanzan a pasos agigantados los vegetarianos, por ejemplo. También Alemania piensa que las primeras leyes de protección medioambiental son de los nazis, por aquello del Heimat o del paisaje nacional o nacionalista y que eso entronca con cierta mentalidad naturista, de los románticos, que llega al mundo hippie. Y claro, también en parte deriva del hecho de que estás en contacto con tus bosques, con tus montañas… Es decir, que hay elementos geofísicos que generan ciencia ambiental. Pero yo creo que España sí tiene un retraso histórico en relación con este tema.

¿A nivel político, a nivel deliberativo?

A nivel deliberativo hay un cierto cambio, también en determinados temas más especiales, como el tema animalista. Los partidos políticos en España en general no han manifestado interés por introducir la cuestión ecológica ni la climática por razones que tienen que ver, supongo, con su desconfianza de que esto pudiera generarles votos. En los años de Zapatero, por ejemplo, la pertenencia al pacto de Kioto se exaltaba, pero claro, no se decía que apenas se estaba cumpliendo. Y, por otra parte, supongo que nos convenía a todos hacer la vista gorda en relación a la destrucción del litoral en beneficio del turismo.

O el carbón.

El carbón lo defiende buena parte de la izquierda, en el norte. Y en eso creo que sí tenemos una opinión pública menos refinada, aunque por supuesto, como sucede en cualquier sitio, sí que hay públicos especialistas, personas que están más atentas a esos problemas o más interesadas. Espero que nos incorporemos porque los potenciales efectos negativos del cambio climático en el sur de España dan que pensar y exigen de estrategias de adaptación. Vamos a ver si la generación millennial, con sus valores distintos, que lo van a solucionar todo y cambiar todo, cambian también esto, que estaría bien. Por otra parte el sistema electoral penaliza mucho a un partido verde, que haya un partido verde en España parece poco probable.

La vía de un animalismo reformado o incluso la vía de un ecologismo reformista, no rupturista, me parece atractiva. Hemos visto cambios en la protección de animales y mascotas. Supone normalizar y hacer posibles las reformas graduales. Ahí, creo, hay un cierto potencial electoral entre las clases medias y los jóvenes.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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