A su regreso, el 8 de marzo de 2011, el Discovery se convirtió en el primer shuttle espacial en ser retirado y convertirse en pieza de museo. Con esto comenzará el lento desmantelamiento del programa espacial de las naves reutilizables. Seguirán las retiradas de Endeavor (19 de abril) y Atlantis (28 de junio). El Discovery tuvo una carrera de 27 años en los que pasó exactamente 365 días en el espacio, pero sus aventuras carecían del glamur y el dramatismo que caracterizaron a la epopeya del programa Apolo, por lo que prácticamente pasaron inadvertidas y fueron incapaces de seducir a la imaginación popular o al Congreso para que siguiera financiando a la NASA. Lamentablemente este programa espacial tan solo lograba cautivar la atención del público cuando sucedía algo trágico como la explosión del Challenger en 1986 o la desintegración del Columbia en 2003.
Mientras las revueltas culturales de los años 60 transformaban al mundo y se descubría “la playa bajo los adoquines”, nuestro universo se abría al espacio exterior por la vía del espacio interior que simulaba la pantalla televisiva. El espacio doméstico se volvió una extensión interplanetaria con series como Viaje a las estrellas, Espacio: 1999 y Perdidos en el espacio. Ante la incertidumbre política, el fracaso del idealismo revolucionario, la destrucción del medio ambiente, la guerra fría y diversas masacres gubernamentales de esa turbulenta década nos quedaba la esperanza de comenzar una vida nueva en las colonias espaciales que inminentemente serían creadas en el siglo XXI.
Las ambiciones de extender nuestro dominio más allá de la estratosfera se estrellaron contra la crudeza de nuestras limitaciones tecnológicas y la realidad de que una civilización fundamentalmente primitiva que considera que la explotación del hombre por el hombre y la depredación de los recursos naturales son virtudes que hay que cultivar, no puede enfocar sus esfuerzos en una meta tan enorme como enviar seres humanos al espacio. Probablemente una fracción del presupuesto militar estadounidense hubiera mantenido la ilusión espacial viva, pero en vez de eso optaron por invertir en otro tipo de cohetes, estos “inteligentes”, que se usan para eliminar amenazas potenciales en países subdesarrollados y para regresar naciones “a la edad de las cavernas”, como alardeaban con arrogancia. El reclamo repetido millones de veces entre la gente con consciencia era: ¿por qué gastan esas fortunas en ir a otros mundos cuando el que tenemos está al borde del caos? Hoy el borde del caos está cada día más cerca y los otros mundos cada vez más lejos.
Este no es el final del camino de la carrera espacial, pero ésta ahora queda principalmente en manos de la iniciativa privada, así como de los esfuerzos chinos, rusos, hindúes y europeos. Los Estados Unidos seguirán enviando naves con robots, los cuales para la cultura popular parecen tan fascinantes como los robots industriales que ensamblan coches. Los delirios de una flotilla de naves de la Federación Unida de Planetas explorando la galaxia para diseminar nuestros ideales democráticos ha sido sustituida por la meta del turismo espacial, el mercado de los satélites geoestacionarios y un nuevo telescopio que nos permita extender un poco más los límites del universo visible: una interesante pero pobre consolación para quienes esperábamos vivir para pisar Marte.
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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).