Foto: flickr.com/photos/secdef/50721688747/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=98116340

La inmunidad de rebaño está siendo mal entendida

Se habla de inmunidad de rebaño como de un momento utópico que llegará repentinamente, a partir del cual la covid-19 será historia. En realidad, la erradicación de la enfermedad es muy poco probable, y para mantener la inmunidad de rebaño será necesario un trabajo continuo.
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El término “inmunidad de rebaño” se ha convertido en nuestra utopía: una tierra prometida donde podremos vivir la vida como antes de la pandemia. Pero viene a cuento que el significado de utopía sea “en ninguna parte“, porque recientemente se ha puesto a debate si tal inmunidad es posible. Y es difícil de escuchar, porque ese pesimismo científico se siente igual a abandonar la idea de volver a la vida normal. Pero no: aún podemos esperar el fin de la pandemia, si entendemos qué es realmente la inmunidad de rebaño. Spoiler: es complicado.

En la versión de fantasía de la inmunidad de rebaño, llegaremos al final de esta pesadilla de manera repentina: cruzaremos una línea y declararemos el fin de la pandemia. Quemaremos nuestros cubrebocas en el fregadero, reservaremos vacaciones y comenzaremos a procesar nuestro trastorno de estrés postraumático. El covid-19 se convertirá en una reliquia de la historia. Fin. Sin medias tintas.

Desafortunadamente, esta fantasía no cuadra muy bien con la visión realista de la inmunidad de rebaño: un escenario en el que tan pocas personas tienen la enfermedad que incluso quienes no puedan vacunarse no se enfermarían, porque no tendrían ocasión. Uno de los sellos distintivos de la inmunidad de rebaño es que los casos son tan raros que se vuelven noticia. No es un límite, no es un número mágico y, por lo general, ni siquiera es un final.

Entre las enfermedades humanas, la viruela es el único ejemplo de inmunidad de rebaño llevada al límite. Gracias a un sostenido esfuerzo mundial de vacunación, durante los últimos 40 años el número de casos de viruela en todo el mundo ha sido cero. La viruela fue erradicada del planeta Tierra mediante la vacunación. Tardamos 200 años en llegar a ese punto. Como la mayoría de las personas de mi edad, no estoy vacunada contra la viruela, y nunca me contagiaré porque no queda viruela que contraer.

Pero la erradicación parece un final muy poco probable para la covid-19 en este momento. Si logramos la inmunidad de rebaño, será necesario un trabajo continuo para mantenerla. Esta es la realidad de la inmunidad de rebaño.

Los brotes de sarampión que han tenido lugar en Estados Unidos durante las últimas décadas demuestran lo frágil de la inmunidad de rebaño. En 2000, los Centers for Disease Control and Prevention declararon que el sarampión había sido eliminado en ese país. Pero la inmunidad colectiva a la que es una de las enfermedades más contagiosas se erosiona rápidamente. Aunque la inmunidad individual suele durar toda la vida, cada año nacen bebés a los que debemos vacunar para mantenernos al día. Si dejáramos de vacunar contra el sarampión, no pasaría mucho tiempo antes de que la cantidad de niños que nunca recibieron una vacuna fuera suficiente para cruzar el umbral de inmunidad de rebaño de esa infección. Basta con que una pequeña cantidad de padres decidan que las vacunas contra el sarampión no son adecuadas para sus hijos para provocar brotes, especialmente si sus hijos pasan tiempo juntos. Porque, como lo ha señalado el experto en inmunidad de rebaño Carl T. Bergstrom, la transmisión de enfermedades ocurre a nivel local.

El umbral de inmunidad de rebaño es el número de personas inmunes que se necesita para preservar la inmunidad de rebaño una vez que los casos lleguen a su punto más baja; no es el número necesario para que los casos comiencen a disminuir, y tampoco el número que se toma en cuenta para declarar el fin de la pandemia.

Los comentaristas se quejan de que los científicos estamos “moviendo la portería” cuando debatimos sobre cuál es exactamente el umbral. La verdad es que simplemente no sabemos cuál es, porque se trata de un objetivo en movimiento, muy sensible a pequeños cambios tanto en la adaptación humana como en la viral. Las pequeñas cosas importan mucho: cosas como un cambio en la cantidad de pasajeros diarios en el metro o una gran fiesta donde 500 personas estuvieron expuestas. El umbral también es sensible a pequeños cambios en el virus y la forma en que infecta a los humanos. Si el virus obtiene una ventaja adaptativa en algún momento de su gira mundial, el umbral cambiará de formas que nadie puede predecir. A menudo no medimos bien estas cosas, o ni siquiera sabemos cuáles son hasta después de que ocurren. Además, estos efectos a menudo no son lineales, por lo que medir bien las cosas correctas no necesariamente conduciría a mejores predicciones. En resumen, es complicado. Es tan complicado que el estudio de la inmunidad de rebaño se encuentra en el campo especializado de la ciencia de la complejidad.

Pero, hasta cierto punto, los debates sobre el umbral exacto de inmunidad colectiva dejan al margen lo esencial. No importa que no sepamos cuál es ese umbral. Los detalles específicos solo son importantes, o incluso cognoscibles, una vez que se alcanza la inmunidad colectiva. No se trata de una cifra mágica para volver a la escuela sin cubrebocas; es una meta para evitar que la pandemia regrese una vez que haya terminado. E incluso entonces, no será exacto. Es un objetivo de política públicas, no un interruptor de luz.

Los científicos no han llegado a un consenso sobre si la inmunidad colectiva para la covid-19 es siquiera posible en este momento, porque no podemos predecir si el virus mutará de manera importante. Para poner fin a la pandemia y alcanzar la inmunidad de rebaño, debemos dejar de darle al SARS-CoV-2 la oportunidad de experimentar con nosotros. Con cada nueva infección, el puede mejorar su estrategia. Cada vez que se replica, el SARS-CoV-2 tiene una oportunidad para encontrar una adaptación que no está bien descrita en el cartel de “se busca” que se le proporcionó a nuestro sistema inmunológico a través de las vacunas o de una infección previa. Por eso es crucial que incluso las personas de bajo riesgo se vacunen (sí, incluidos los niños).

De modo que, aun si la inmunidad de rebaño llegara a ser posible, nos queda un largo camino por recorrer. El escepticismo generalizado sobre las vacunas y el hecho de que las vacunas no están disponibles para todos la ponen fuera de nuestro alcance por ahora, incluso en los países que han comprado la mayor parte del suministro de vacunas a nivel mundial. Por ejemplo, el New York Times publicó datos de encuestas hechas por el gobierno de Estados Unidos sobre la población indecisa respecto a las vacunas, los cuales sugieren que gran parte de ese país tendrá dificultades para alcanzar los umbrales de inmunidad de rebaño en el corto plazo, debido al rechazo a vacunarse entre los adultos. Por un problema con el doble conteo de personas, el Times revisó más tarde su mapa para ser un poco más optimista, pero el panorama sigue siendo sombrío cuando tomamos en cuenta a quienes por su edad todavía no son elegibles para la vacuna.

Además, un mapa de la aplicación de vacunas en Estados Unidos da un panorama incompleto. Una pandemia es, por definición, un problema global, y gran parte del mundo va considerablemente a la zaga de Estados Unidos: aproximadamente 182 millones de personas en ese país aún no han recibido una vacuna, mientras que en Asia unos 4,600 millones no habían recibido ni una dosis hasta mediados de mayo. Muchos estadounidenses apenas se están dando cuenta de que la desigualdad global en la distribución de vacunas significa que la pandemia no terminará formalmente en los próximos años.

Mientras tanto, tendremos algo parecido a una marea a la baja. Conforme más y más personas se vacunen, las que corren mayor riesgo de terminar en una unidad de cuidados intensivos estarán protegidas. Todos estaremos más protegidos a medida que se vacunen las personas con altos niveles de transmisión (me refiero a ustedes, adultos jóvenes). Los casos comenzarán a disminuir en general, pero podemos esperar altibajos. Habrá más variantes y más oleadas. Pronto tendremos una transmisión lo suficientemente baja como para poder reanudar la mayoría de las actividades normales. No usaremos cubrebocas para siempre. Como han dicho el experto Marc Lipsitch y otros, la inmunidad de rebaño no es necesaria ni suficiente para poner fin a la pandemia.

Si alcanzamos la inmunidad de rebaño, no será como cruzar una meta. No habrá un momento en el que sepamos con certeza que el riesgo de covid-19 ha vuelto permanentemente a cero, y corramos al mundo exterior a celebrar besando a desconocidos. El final de la pandemia será un lento desvanecimiento. Eso será frustrante. Necesitamos dejar de lado la idea de que algún día todo será como antes.

Y eso no es fácil. Ojalá pudiéramos deshacer el horror de vivir una pandemia. La ansiedad y el trauma son reales. También es cierto que no viviremos en una pandemia para siempre, y que las vacunas son la forma de salir de este lío, aunque la inmunidad de rebaño no lo sea.

 

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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es maestra y doctora en Salud Pública. Estudia el modo en que los brotes infecciosos se extienden entre grupos de personas en el Applied Population Laboratory de la Universidad de Wisconsin en Madison, y es cofundadora de Dear Pandemic, un proyecto de comunicación de la ciencia que busca educar al público sobre la covid-19 a través de las redes sociales.


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