Los retos de vivir más tiempo. Una prueba de diagnóstico temprano de la enfermedad de Alzheimer

Un diagnóstico temprano que permita comenzar la terapia cuanto antes, cuando los síntomas cognitivos no son aún muy evidentes, es fundamental. Los textos de escritores que padecieron la enfermedad resultan muy útiles.
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Gracias a la ciencia, en el último siglo ha aumentado de forma asombrosa la esperanza de vida de los habitantes de países como España. Y no solo eso. Nuestro estado de salud, en general, ha mejorado también de forma sustancial. A la edad en la que nuestros abuelos eran ancianos declarados, nuestros padres asumen una nueva juventud con el ánimo y la fortaleza de comerse el mundo. Tenemos suerte. No obstante, esta nueva realidad implica muchos retos que tendremos que afrontar en las próximas décadas. Uno de los más acuciantes es el aumento igualmente descomunal de las demencias. Y probablemente de todas ellas la que más prevalencia tiene y, por tanto, la que más urgencia supone es la enfermedad de Alzheimer.

Lamentablemente, a pesar de los esfuerzos de los equipos de investigación, hoy por hoy este terrible trastorno no tiene cura. Pero lo que sí hemos aprendido es a ralentizarlo, a demorar su avance por nuestro sistema cognitivo, a aligerar sus síntomas. Para ello, es crucial un diagnóstico temprano que permita comenzar la terapia cuanto antes, cuando los síntomas cognitivos no son aún muy evidentes. Y en este ámbito, además de los marcadores biológicos, contamos con un aliado inesperado: el lenguaje.

Uno de los primeros síntomas de esta demencia es precisamente lingüístico. Obviamente, el simple paso del tiempo tiene consecuencias, por lo que el reto consiste en poder distinguir los primeros estadios del Alzheimer del simple deterioro cognitivo fruto de la edad. Por fortuna, el estudio de sus efectos tempranos en el uso del lenguaje (o, más concretamente, en el uso de las palabras) comenzó hace décadas y tiene ya resultados muy asentados. Los estudios de investigadores como Fernando Cuetos y sus colaboradores han permitido reconocer los errores más frecuentes de los enfermos, incluso distribuidos por fases de la enfermedad, de tal modo que a partir de una batería de tareas lingüísticas se puede establecer en qué estadio se encuentra el paciente.

Cuanto más conozcamos las fases preclínicas, mejor podremos ajustar las pruebas diagnósticas. Pero ¿cómo hacerlo? Una vez que un paciente es diagnosticado, nos gustaría montar en el DeLorean de Regreso al futuro y tomar notas de su comportamiento cinco, diez o quince años antes. Y, aunque parezca descabellado, hay un modo de hacer esto posible. Consiste en analizar los datos que tenemos de estos pacientes unos lustros antes del diagnóstico (diarios, interacciones en redes sociales, escritos en general). Un análisis de datos informatizado puede establecer patrones de deterioro en el uso del lenguaje que ayuden a mejorar las pruebas diagnósticas. Un recurso privilegiado en este sentido son los libros de los escritores que han sido diagnosticados en la autopsia. Este es el caso de la prolífica escritora Iris Murdoch, que falleció de Alzheimer y dejó una gran cantidad de material para analizar, tanto de obra literaria como de diarios personales. Y ahora tenemos la tecnología para hacerlo. Este es el presente y el futuro inmediato: informáticos, psicólogos y lingüistas aliados en este empeño de mejorar nuestras vidas.

Y cuando regresar al pasado no es posible, no nos queda otra que ser pacientes y centrarnos en el presente. Sería muy interesante, a este respecto, realizar pruebas a todos los adultos mayores y guardar esta información para retomarla más adelante en los casos en los que la enfermedad se manifieste. Para ello se podrían usar baterías de preguntas como las de NeuroBel, un test breve (consta de 8 tareas), elaborado por un grupo de investigadores, entre los que destacan José Antonio Adrián Torres o el propio Cuetos, y que permite reconocer los principales déficits lingüísticos de los adultos mayores.

Otra posibilidad es realizar un estudio pormenorizado de un grupo de personas de edad avanzada y después comprobar, en la autopsia, cuáles de ellas presentan los síntomas inequívocos. Esto es lo que hizo Snowdon durante casi quince años, en un convento católico de EEUU, tal y como cuenta en su libro, publicado en 2001, 678 monjas y un científico. Esta investigación aportó una información valiosísima sobre el Alzheimer. Gracias a él se avaló la hipótesis de que una actividad mental cotidiana puede ayudar a que la enfermedad curse sin apenas síntomas.

Vivir más nos enfrenta a retos que la ciencia, si dispone de recursos suficientes, está preparada para afrontar. Apoyemos la investigación para vivir mejor. #SinCienciaNoHayFuturo

 

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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