Foto: Lwp Kommunikáció/Flickr

“Miren las estrellas, no sus zapatos”: Stephen Hawking

Murió el emblemático astrofísico inglés, gran investigador, divulgador e ícono cultural.
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Sereno del cosmos, testigo de cómo su cuerpo luchaba por mantener la coherencia, Hawking fue un diletante que aprendió la lección. Su destino era convertirse en un universitario “decoroso”, es decir, no tenía idea clara de lo que quería hacer con su vida. Un día rodó por las escaleras de su casa en Oxford, le diagnosticaron ELA (esclerosis lateral amiotrófica) y le pronosticaron dos años de vida. Entonces emprendió el viaje a las estrellas en lugar de quedarse lamentando su suerte, mirando la derrota en la punta de sus zapatos.

Más allá de las declaraciones provocadoras, punzantes, sobre casi cualquier tema (desde el viaje en el tiempo hasta la forma de los alienígenas) que su fama le permitía realizar, ¿qué quedará de su trabajo en astrofísica y, en particular, en cosmología? Recordemos que le tocaron años maravillosos en este antiquísimo campo del conocimiento humano. Las sondas espaciales, los nuevos y más potentes telescopios con sus finos detectores infrarrojos y, luego, ultravioleta, la radioastronomía, se conjugaron para convertir esta ciencia especulativa en una gran ciencia experimental. Las ideas de Hawking acerca del origen, estructura y evolución del Universo adquirieron un sentido profundo, pues siempre estuvo pendiente en lo que sucedía en las rendijas que se estaban abriendo en ambos lados de la escalera cósmica: hacia lo infinitamente pequeño, el ámbito cuántico, y su conexión con lo inmensamente grande. Aceleradores de partículas, sondas espaciales y telescopios eran la masa que llevaba a su pizarrrón para convertirla en bocadillos físico-matemáticos.

En la década de los ochenta apenas se tenía una idea aproximada sobre la naturaleza de los hoyos negros. Hawking escogió ese evento cataclísmico para ejemplificar sus ideas cosmológicas, animado por su tutor, Dennis Sciama. Fue él quien indujo a Hawking a estudiar la flecha del tiempo. Así llegó al trabajo del matemático Roger Penrose, quien suponía que si la teoría del la relatividad general de Einstein estaba en lo cierto, en el centro de los hoyos negros se estaría produciendo un colapso del espaciotiempo, es decir, una singularidad. Hawking pensó, entonces, que si la flecha del tiempo pudiera invertirse, esto sería válido para todo el Universo. Sin embargo, como sabemos, la relatividad general no considera relevante la existencia de la mecánica cuántica. Así surge la obsesión de su vida: encontrar una teoría de todo, una explicación matemática, física, cabal, que explique de manera unificada las fuerzas electromagnéticas con la gravedad, una teoría que dé cuenta de lo que sucede en las galaxias y al interior de los átomos que las constituyen. Y la mejor ventana para asomarse y comprobar si su explicación era válida o no fueron los hoyos negros.

Quizá su gran aportación haya sido empujar las barreras atávicas del pensamiento, no detenerse si los cimientos de algunos paradigmas parecen tambalearse. Cuando en 1972 un estudiante, Jacob Bekenstein, se acercó a él con ideas contrarias a sus hipótesis sobre las “contradicciones” en una de las verdades universales más establecidas, la segunda ley de la termodinámica, a principio se molestó pero después revisó sus matemáticas y se dio cuenta de que, en efecto, la idea de que los hoyos negros no pueden radiar energía era errónea. De hecho, se dio cuenta de que la termodinámica desempeñaba un papel clave en la dinámica de los hoyos negros, así como los principios de la mecánica cuántica.

Conocida como “Radiación de Hawking”, hasta ahora no ha sido comprobada y por eso no ganó el premio Nobel. Los telescopios más poderosos no han podido verificar si en lo que podemos atisbar de los hoyos negros existe una temperatura, esto es, partículas que irradian calor. Y si esto es así, hay entropía. De hecho, la ecuación que describe este fenómeno se llama ecuación de Bekenstein–Hawking. El problema es que si de los hoyos negros pueden irradiar calor, con el tiempo se disiparán. Por tanto, ¿qué sucede con toda la información que contiene? Si desaparece, viola un fundamento de la teoría cuántica, pero si escapa del hoyo, entraría en contradicción con la teoría de la relatividad. Una paradoja imposible de resolver hasta ahora. En 2004 reconoció que los hoyos negros no pueden perder información, como había creído hasta entonces, y siguió en su búsqueda de empatar la mecánica cuántica con la gravedad.

El valor de Hawking como personaje de la cultura popular contemporánea es indiscutible.  Su coraje para neutralizar su condición física mediante el humor y la duda útil han inspirado a muchas personas alrededor del mundo. Sus libros deben ser leídos como verdaderas guías astrales. Cuando le pregunté por qué creía que la astrofísica y, en general, las ciencias deberían prosperar, me respondió: “Entre otras muchas razones (enfrentar el caos de la realidad cotidiana, apreciar la belleza intrínseca, resolver problemas prácticos para la supervivencia de las sociedades), porque nuestro destino es regresar de donde venimos”.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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