El único científico musulmán galardonado con el premio Nobel, el físico paquistaní Abdus Salam, se regocijaría al saber que sus ideas sobre el contacto íntimo entre la materia y la vida, entre lo inefable, al parecer, y lo concreto, eran correctas. Este año la institución concedió sus premios de ciencias a nueve personas, de formación, edad e intereses muy diversos. Los une, sin embargo, la búsqueda de un conocimiento más profundo de la materia que nos constituye en todos los planos, ya se trate de átomos, de moléculas o de células vivas. Las repercusiones han sido trascendentes, y lo seguirán siendo en campos torales de la investigación científica, desde la astrofísica y la cosmología hasta la informática y la industria farmacéutica. Luego de cien años de premios, el saldo es favorable. Cada cual en su propio ámbito de integración de la realidad, la física que nos determina, la química que nos rodea y la biología que nos define no dejan de maravillarnos.
Abdus Salam fundó en Trieste un instituto para el estudio de la física y suponía, como muchos otros científicos en el mundo, que las ciencias, al parecer apartadas, encontrarían nuevos vasos comunicantes sin perder de vista los niveles de integración que la naturaleza ha señalado a lo largo del tiempo. Esto se ha conseguido. Eric Cornell (de 39 años de edad, uno de los galardonados más jóvenes en la historia del Nobel), Wolfgang Ketterle y Carl E. Wieman obtuvieron los diez millones de coronas suecas destinados anualmente a la investigación física por haber demostrado que las ideas de Bose y Einstein con respecto a un extraño y nuevo estado de la materia eran ciertas. La materia que nos constituye está formada de átomos que obedecen a leyes cuánticas. Cuando se encuentran a temperatura ambiente se someten a la concepción clásica, de manera que los átomos de un gas, por ejemplo, se comportan como bolitas que chocan frenéticamente (a unos dos mil kilómetros a la hora) entre sí y contra el recipiente que las contiene. Pero si la temperatura disminuye, los átomos retardan su movimiento y sus propiedades entonces se someten cada vez más al dominio de la mecánica cuántica, que todo lo concibe como una onda. En 1924 el físico indio Satyendra Nath Bose estudió estas propiedades en las subpartículas atómicas sin masa que ahora llevan su nombre, los bosones, y le comunicó sus hallazgos a Albert Einstein, que de inmediato comprendió su importancia y publicó dos artículos extendiendo el descubrimiento a las partículas con masa. En estos conjeturaba la posibilidad de encontrar un estado de la materia distinto a los cuatro ya conocidos (sólido, líquido, gaseoso y plasmático). Supuso que si un conjunto de átomos se movía tan lentamente que les permitiera aproximarse lo suficiente, llegaría el momento en que todos saltarían al estado de energía más bajo y se comportarían como un solo "superátomo" con nuevas propiedades. A este fenómeno se le llamó condensación de Bose y Einstein (bec). Empleando diversas técnicas para congelar átomos mediante rayos láser y trampas magnéticas, los premiados lograron en 1995, casi ochenta años después, crear nubes de átomos alcalinos a partir de vapores de rubidio y sodio, lo cual les permitió estudiar el fenómeno en forma pura. Este efecto de condensación es, de hecho, un rayo láser primitivo que hace uso de la materia en lugar de la luz, lo cual tendrá repercusiones tanto en la nueva generación cuántica de ordenadores como en la cirugía humana. Las investigaciones más recientes permiten suponer que se podría llegar a dominar la velocidad de la luz, lo cual nos pondría en camino hacia las estrellas.
El premio de Fisiología y Medicina para Leland Hartwell, Tim Hunt y Paul M. Nurse confirma lo señalado. En cada plano de integración de la realidad, aunque sea muy conocido, hay enormes vetas inexploradas. Los citados descubrieron las moléculas que regulan el ciclo celular y permiten el crecimiento de todos los organismos, desde las levaduras hasta los seres humanos. Esto implica que si se conocen los defectos del ciclo podrían diseñarse nuevos tratamientos contra el cáncer, pues precisamente este tipo de alteraciones del crecimiento es el que se encuentra en las células afectadas por la enfermedad. Gracias a sus investigaciones ya se conocen los genes que controlan el comienzo vital en la célula que habrá de multiplicarse. Se conoce también una molécula que acompaña la delicada transformación bioquímica dentro de las células, así como un conjunto de proteínas que ejecuta la función.
La Academia Sueca otorgó el Premio de Química a William Knowles, Ryoji Noyori y Barry Sharpless. Los procesos catalíticos, tan caros a la industria química, se han visto favorecidos por sus trabajos, lo cual demuestra una vez más que el paso de la investigación pura a la tecnología aplicada puede ser rápido y muy productivo. La quiralidad, un peculiar fenómeno de la naturaleza ya estudiado por Louis Pasteur a fines del siglo xix, que por ejemplo advertimos en nuestra manos, y según el cual la derecha es imagen especular de la izquierda mientras que su disposición espacial es distinta, se repite en determinadas moléculas y su conocimiento más profundo resulta de vital importancia. La conformación de una molécula en el espacio determina si será un péptido o una enzima; si nos aliviará una jaqueca o nos envenenará fatídicamente. Tal fue el caso de la talidomida en la década de 1960, una auténtica ruleta rusa para las futuras madres que, sin saberlo, consumían las moléculas quirales. Una mitigaba la náusea y la otra atacaba al feto.
El sueño de Abdus Salam se ha cumplido y no está cargado de ira ni de venganza. Luego de cien años de premios Nobel, se transita con asombro y confianza por los peldaños que conforman la escalera del universo. –
escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).