¿Tiene 5 minutos para hablar de la vida eterna… en Marte?

La prolongación radical de nuestra esperanza de vida y la conquista de Marte son empresas científicas ambiciosas que despiertan serias dudas éticas.
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Siempre me ha parecido fascinante y al mismo tiempo mortificante el debate ético alrededor de ya no digamos la inmortalidad, sino de la prolongación radical de nuestra esperanza de vida. El doctor Aubrey de Grey, cofundador y director científico de la Strategies for Engineered Negligible Senescence (SENS) Research Foundation, cree que las investigaciones sobre el envejecimiento (reparar  el daño biológico y devolver a las personas a un estado “biológicamente más joven”) que ahora mismo se realizan permitirán que la gente consiga entre 20 y 30 años de vida adicional. 

Pero, ¿quién es la gente? ¿Quiénes tendrán acceso a estos años de vida adicional? De acuerdo con este artículo del NYT, “algunos multimillonarios ya han decidido que no merecen morir” y con inyecciones millonarias de dinero de Silicon Valley, varias compañías de biotecnología se dedican a resolver “el problema de la muerte”, ese eufemismo. Pero no todos van a poder resolver “ese problema”. ¿Quiénes sí deberían? ¿Los que puedan pagarlo? ¿Los mejores? ¿Quiénes son los mejores?

Además, si la gente vive más tiempo, ¿cómo controlamos la población? ¿Cómo racionamos los recursos naturales no renovables? ¿Qué pasa con la seguridad social? ¿A qué edad nos jubilamos? ¿A qué edad el mercado laboral es capaz de recibir a las nuevas generaciones? ¿Cómo calculamos las condenas de prisión? ¿Cuánto duran los derechos de autor? Si las “vacas sagradas” se quedan el doble de tiempo en sus cubículos universitarios, ¿cómo se renueva la curiosidad intelectual? ¿Cómo influye en la creación de políticas públicas el que haya diferentes grupos de edad presionando por diferentes intereses?

Para Paul Root Wolpe, director del Emory Center for Ethics, la búsqueda de la inmortalidad es una especie de fantasía narcisista. “No se trata de lo que es bueno para la sociedad. Es lo que yo quiero para mí”, dice, y afirma que no hay ningún indicio que nos haga pensar que extender la esperanza de vida será bueno para la sociedad. De hecho, ¡la esperanza de vida ya se ha extendido! En México, por ejemplo, pasamos de 34 años en 1930, a 61 años después de 1970; en el 2000 fue de 74 y en 2016 el INEGI la ubicó en 78 años para las mujeres y 73 para los hombres. Como consecuencia, ¿las cosas han mejorado notablemente? 

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Ayer que Elon Musk lanzó el Falcon Heavy –el cohete “más poderoso del mundo”– para colocar un coche Tesla en órbita y dar los primeros pasos concretos hacia su antaño anunciada intención de colonizar Marte, a mis dudas éticas sobre la extensión de la vida se sumaron las que giran en torno a convertirnos en una plaga multiplanetaria. Y regresé al texto de Elizabeth Kolbert sobre lo que se pierde de vista con el sueño de conquistar Marte.

Desde hace mucho este planeta ha atrapado nuestra imaginación (Si tienen dudas sobre qué tan presente está el planeta rojo no solo en la ciencia sino en la cultura popular, escuchen a Tito Rodríguez) y nuestras esperanzas para sobrevivir como especie. Pero como señala Kolbert en su texto, el problema no es con Marte, sino con nosotros, la especie humana: somos frágiles, exigentes, caros de enviar y nuestro historial no habla favorablemente del cuidado que le damos a un planeta. Además, las amenazas que realmente atentan en contra de nuestra existencia (quedarnos sin agua, deforestación, extinguir a las especies animales, saturar los océanos con plástico, contaminar los ríos, polos derretidos, y guerras nucleares y un largo etcétera) son amenazas que nosotros (¡los mismos que queremos llegar a Marte!) hemos creado. Kolbert termina diciendo que “el problema de pensar en Marte como un planeta de reserva (además de la presión, la falta de oxígeno, aire y agua) es que pasa por alto lo obvio: donde sea que vayamos, nos llevaremos con nosotros”

Anoche, después de mirar por algunos minutos a Starman contemplándonos

 

pensé que, al igual que Ezekiel J. Emanuel, yo también espero morir a los 75 años y en el planeta Tierra.

 

P.d. Si ustedes sí quieren sumarle otros 30 años a su esperanza de vida, Ambrosia está reclutando personas para descubrir qué pasa cuando transfundes sangre joven (de personas entre 16 y 25  años) a los adultos mayores. Si son demasiado jóvenes para tener esas preocupaciones, consideren entonces que el año pasado Ambrosia pagaba a sus jóvenes donantes 8,000 dólares por 1,5 litros de plasma.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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